Por José M. Murià
No puede negarse que la ola de violencia que ha sobrevenido en Jalisco tiene que ver con la situación general del país. Es un error perder de vista que se han cumplido pronósticos sombríos que muchos analistas de la sociedad hicieron cuando el presidente Felipe Calderón se disfrazó de soldado y anunció que el Ejército se incorporaría de lleno a la lucha contra el narcotráfico.
No utilizo el verbo disfrazar por irrespetuoso. Todo lo contrario: me molestó el aire ridículo que adquirió portado por Calderón. Cualquiera recordará que le quedaba grande en todos los sentidos. De ahí que se hablara de él como el soldadito de plomo. Luego supimos que más bien debió haberse dicho el soldadito del pomo…
¡Meter al Ejército donde no le correspondía resultó un fracaso!
Lo que acontece en Jalisco está, pues, íntimamente relacionado con el panorama nacional, pero también tiene una carga autóctona.
Gobiernos del PAN durante 18 años dejaron muy fuertes lesiones, especialmente dos de ellos: el primero y el último. En ambos estuvo entronizada la ultraderecha de origen cristero, sinarquista, fascista y todo lo demás.
En el primero prevaleció la incompetencia del gobernador, paliada por algunos secretarios, como el de Finanzas y el de Educación, aunque acrecentada por otros. En el último, en cambio, supongo que apenas puede rescatarse uno, pero todo se agravó por obra y gracia de una corrupción sin precedentes.
Del gobierno intermedio, encabezado por Francisco Ramírez Acuña, casi podría hacerse una excepción, de no ser por varios infiltrados que se vio obligado a aceptar para sortear las dificultades que su propio partido le puso para asumir la gubernatura. Sin embargo, junto a lo que vino después, de su tiempo podría ahora hablarse como de un paraíso perdido.
El desgarriate general que heredó el actual gobierno es precisamente lo que está pagando, frente a organizaciones delictivas que encontró tan bien arraigadas y estructuradas, que todavía costará mucho trabajo y tiempo ponerlas en su lugar. Son muy ricas y cuentan con gente entrenada que, además, ha conseguido armarse muy bien gracias a la voracidad de nuestros queridos vecinos, quienes hacen grandes alardes de la droga que cruza la frontera, aunque al distribuirla del otro lado ellos mismos se lleven la tajada mayor. A cambio puede traerse de regreso todo tipo de material bélico.
Si la mitad de lo que usan en contra de quienes pretenden trabajar allá se usara para contener las armas que vienen para acá, hasta conseguir una simple pisponera le resultaría difícil a lo que llaman crimen organizado.
Fue del dominio público que, en medio de aquella rebatinga que pauperizó a Jalisco y la notoria ausencia de obra pública realmente de beneficio social, se mantuvo una manga muy ancha con todo lo chueco y, ¿por qué no?, las piezas claves del gobierno, de una manera o de otra, debieron verse beneficiadas también con tanta benevolencia.
La factura se está pagando ahora. Lo que parece erróneo es que las nuevas autoridades no denuncien con toda claridad el origen de lo que pasa.
Fuente: La Jornada