Por Hernán Gómez Bruera / Fuera de Tono
La escena debe haber sido terrible para una mujer que alguna vez se sintió presidenciable. Su temblorosa voz reflejaba una incomodidad y un nerviosismo que el presidente no ayudó a aliviar.
AMLO le agradeció su labor, pero apenas le dirigió unas palabras de reconocimiento. Nada comparable a la amistosa cordialidad con la que ha anunciado otros cambios en su gabinete.
El texto del tuit en el que el presidente difundió el mensaje fue demoledor: “Tomé la decisión de sustituir…”. No buscó darle una salida amable ni disfrazarla de algo más, como ha ocurrido con otros cambios de secretarios. La despidió sin más.
Mucho se ha dicho que López Obrador no es dado a echar a sus colaboradores, que cuando alguno cae de su gracia o ya no le resulta útil, opta simplemente por el frigorífico.
También se ha dicho que este presidente es muy dado a respetar la ascendencia de sus amigos más queridos, honrar sus apellidos. No fue así esta vez. Fue Irma Eréndira quien inútilmente quiso recordarle a López Obrador, como pidiendo clemencia, quiénes fueron su abuelo y su padre. AMLO no hizo la menor alusión.
Evidentemente, el presidente quiso mandar una señal clara hacia adentro del propio gobierno y la 4T: aquí no se perdona la deslealtad. Para los traidores la puerta es muy ancha.
No se vale decir por un lado que apoyas un gobierno y darle puñaladas por la espalda. Porque si a alguien afectaron las filtraciones que Irma Eréndira y los suyos hicieron a los medios contra Félix Salgado fue al presidente y a su partido.
En su mensaje, AMLO dio a entender también que en este proyecto no se vale trabajar solo para uno mismo y su terruño. Justamente como ha hecho el matrimonio Ackerman-Sandoval desde que inició esta administración, a pesar de haber querido aparecer siempre como más obradoristas que López Obrador.
A diferencia de lo que algunos creen, el problema de la secretaria de la Función Pública no fue su radicalismo, sino su inconsecuencia e inconsistencia. La doble cara de un discurso que no se compadecía con su conducta.
Irma Eréndira practicó el nepotismo y el influyentismo en un gobierno que dice oponerse a estos vicios. Los practicó para favorecer a su esposo y lo hizo, escandalosamente, para favorecer a su hermano en el proceso interno para alcanzar la candidatura en Guerrero.
Como se anticipó en esta columna en marzo, varios secretarios fueron a contarle al presidente de las llamadas que recibieron de la misma funcionaria que los audita –lo que no es un dato menor– para pedirles apoyar a su hermano en la contienda.
De paso, el presidente le puso una estocada final a Irma Eréndira cuando le recordó en su mensaje de ayer que “el poder es humildad”. Que no es prepotencia ni lujos ni fantochería ni extravagancia.
Porque, en efecto, lo que hundió a Irma Eréndira Sandoval fue en gran medida su soberbia.
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Fuente: El Heraldo de México