Corpulentos maoríes de Nueva Zelanda, pequeños aetas de filipinas y pueblos nativos de todas las tallas pusieron a prueba su temple en los primeros Juegos Mundiales Indígenas, una celebración caótica y caleidoscópica de todos los pueblos del mundo.
Los organizadores promocionan el evento, que dura nueve días, como una suerte de Juegos Olímpicos Indígenas.
Pero para muchos de los casi 2.000 participantes de unos 20 países que se reunieron la semana pasada en la ciudad anfitriona de Palmas, una población agrícola en el corazón de Brasil, las competencias deportivas quedaron eclipsadas por lo que aseguran es lo más importante: el intercambio y aprendizaje cultural.
“Esto restaura tu fe en la humanidad”, dijo Lamarr Oksasikewiyin, un maestro de escuela de 46 años y representante del pueblo nehiyaw en la provincia Saskatchewan de Canadá, mientras observaba la primera ronda de la prueba de lanzamiento de jabalina. “Un anciano me dijo una vez que la cultura nos salvará. Creo que se refería a esto”.
Pese a las diferencias evidentes entre los participantes — los tapirape de Brasil utilizaron pintura y taparrabos para adornar sus cuerpos mientras que el único representante de la delegación rusa estaba cubierto en pieles siberianas, desafiando el extremo calor tropical — las semejanzas que unen a todos los pueblos indígenas del mundo son palpables, dijo Oksasikewiyin. Desde Etiopía a Ecuador, los primeros pobladores del mundo siguen sufriendo los efectos del colonialismo y peleando por preservar su cultura y su tierra, aseguró.
“Vemos que estamos del mismo lado”, gritó entre el clamor de los espectadores que ovacionaban un gran lanzamiento de jabalina. “Estando aquí, todos juntos, todo se aclara”.
El evento, que comenzó el viernes, se celebra un año después del Mundial de fútbol de Brasil y un año antes de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. La hipnótica ceremonia inauguración del evento estuvo adornada con vistosos penachos, coloridas batas, vestidos elegantes y reveladores taparrabos, luego de que más de 40 delegaciones se fundieran en una masa de personas que bailaban y cantaban.
En los días siguientes, la extensa fusión cultural se multiplicó.
Los arqueros mongoles, con sus mantos de terciopelo, intercambiaban consejos con los representantes del pueblo xerente, con coloridos penachos y considerados como los mejores tiradores con arco de Brasil. Un pequeño grupo de mujeres tarahumaras de México, negociaba el precio de un tocado de palma y calabaza, con un grupo de artesanas del estado amazónico de Para.
Esta competición es el evento más grande celebrado en Palmas en sus apenas 27 años de historia como la capital de la provincia más nueva de Brasil, Tocantins. Los locales no indígenas también se involucraron en la fiesta, llenando el graderío, abarrotando la feria de artesanía y vistiendo tocados hechos de plumas de guacamaya.
Y todo el mundo tomó una incontable cantidad de selfies.
Pese a ello los Juegos se han visto perjudicados por fallos técnicas y acusaciones de mala gestión. El día de la inauguración, albañiles seguían trabajando en las instalaciones y algunos participantes se quejaron del mal estado del alojamiento.
La parte deportiva tuvo un flojo inicio luego de que el sábado colapsara un muro de la cafetería, lesionando ligeramente a varios trabajadores y dejando sin desayunar, e incapaces de competir, a varios atletas.
Las primeras pruebas se retrasaron al domingo, cuando se presentó la primera sorpresa: En la prueba de tirar la cuerda los fieros guerreros maoríes perdieron un duelo de titanes ante el corpulento pueblo bakairi de la región central de Brasil. Las mujeres javae, también de la zona centro de Brasil se impusieron a las mujeres mexicanas, ataviadas con coloridas faldas, mientras que un combinado de Estados Unidos y Filipinas se impuso a la comunidad forestal macuxi.
Los brasileños nativos que representaban a cerca de dos docenas de las más de 300 tribus del país, conforman el grueso de los participantes de los juegos, y sus problemas han centrado la atención del evento.
Durante la inauguración, en la que se abucheó a la presidenta Dilma Rousseff, hubo pequeñas pero ruidosas protestas en contra de una propuesta para una enmienda constitucional que daría al Congreso de Brasil, dominado por el sector agrícola, derecho a demarcar tierras indígenas. El voto inicial a la propuesta podría celebrarse esta semana.
“Sería un desastre para nosotros”, dijo Merong Tapurama, del pueblo pataxo ha-ha-hae, quien agregó que ve el evento como una oportunidad de atraer miradas hacia la complicada realidad de los pueblos indígenas de Brasil.
Con un estimado de entre 3 y 5 millones de habitantes durante la época precolombina, la población indígena brasileña actual está por debajo del millón y conforma apenas el 0,5% de los más de 200 millones de residentes del país. Siguen sufriendo racismo y mala atención médica y servicios educativos, además de mantener conflictos con aserraderos, mineros, granjeros y rancheros que pretenden despojarlos de sus tierras ancestrales.
“Es grandioso que el mundo pueda ver lo rico de nuestra cultura”, dijo Timbira Pataxo, que viajó desde la provincia de Bahía para vender chucherías en los Juegos. “Pero el mundo también necesita ver la amenaza existencial real que enfrentamos”.
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Jenny Barchfield está en Twitter como: www.twitter.com/jennybarchfield