Por Gilberto López y Rivas
Hace algunos años, el Colegio Mexicano de Antropólogos A. C. y nuestro aguerrido sindicato de académicos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), –que hasta el día de hoy, y a contracorriente de los saldos negativos de las organizaciones gremiales con la imposición del neoliberalismo, defiende el patrimonio tangible e intangible de los mexicanos–, organizaron un debate sobre los libros de texto gratuito de historia de México para Cuarto, Quinto y Sexto grados de educación primaria, cuyos resultados fueron presentados en un pequeño libro con el pertinente titulo de Secuestro de la memoria, lamentablemente con un tiraje y distribución restringidos.
En ese debate, los estudiosos de la cultura y la historia ya advertíamos sobre la intención gubernamental de revisar a fondo la historia nacional, en nombre de una supuesta enseñanza “moderna y desmitificadora”, y con el fin de legitimar su proyecto de país, firmemente arraigado dentro de la lógica neoliberal. Me correspondió en esa ocasión, tocar un tema trascendente para la forja de la identidad nacional: los libros de historia frente a Estados Unidos, sosteniendo la hipótesis de trabajo de que los cambios a los referidos libros de texto obedecen a una amnesia conveniente que expresa la capitulación de la clase dominante mexicana frente a la ocupación integral neoliberal y frente a las estrategias imperiales de dominación de nuestro país.
En la lectura crítica de los textos de historia referidos encontré, además, un enfoque clasista y un lamentable tratamiento de la cuestión indígena, ya que según sus redactores, la nación parece ser obra de criollos, intelectuales, poetas y literatos, sin que los sectores populares dejen una impronta importante en el proceso de construcción nacional. A los pueblos indios contemporáneos se les dedican once escuetas líneas; se afirma que su población es de cinco millones, actuando en complicidad con lo que Guillermo Bonfil llamó el etnocidio estadístico; se continúan propalando versiones hispanistas de la historia, tales como recordar la derrota de Hernán Cortes, en Tenochtitlán, el 30 de junio de 1520, como la “noche triste”, y se utilizan eufemismos eurocéntricos como “encuentro” para referirse a lo que fue invasión, conquista, etnocidio y genocidio.
A lo largo de los libros de texto de historia, se insiste en presentar al indígena como objeto-víctima y nunca como sujeto-protagonista de la historia nacional: ¿Dónde están los indígenas que participaron en todas las gestan libertarias de este país, desde la independencia, las resistencias contra los invasores extranjeros, la revolución, los años postrevolucionarios y las luchas actuales? ¿Dónde están las organizaciones independientes de los pueblos indios que han desarrollado un importante movimiento encaminado a establecer una nación pluriétnica que realmente reconozca sus derechos a la autonomía y la libre determinación?
También, la población negra y sus aportaciones a nuestra historia parecen no recibir el sitio que les corresponde; así, la mentalidad criollista de los redactores lleva a afirmar lo siguiente en la página 34 del libro de Cuarto Grado: “Debido a la mortandad que sufrieron los indios, y a que se prohibió la esclavitud indígena, los españoles trajeron a miles de esclavos negros”; esto es, no es que en el continente africano millones de hombres y mujeres hayan sido cazados, capturados y esclavizados por los europeos, sino que ya de por sí, su condición “natural” era ser esclavos, y los españoles lo único que hicieron fue “traerlos” a América… ciertamente muy pedagógico. Nada sobre las aportaciones de los pueblos negros a la cultura de América y, en particular, de México, y ni que mencionar de la problemática de la discriminación y el racismo contra esos pueblos, que se expresa incluso en negar su existencia.
En la página 37 del libro de Cuarto Grado y en la 65 del de Sexto, los redactores se toman otra licencia esta vez jurídica, al afirmar que “en la Colonia se impuso el español, idioma oficial del país, que hablamos la mayoría de los mexicanos”. Esto constituye una falsedad más a la larga lista que contienen los libros de historia ya que en ninguna parte de la Constitución se establece el castellano como idioma oficial del país.
En el tema de “nuestros buenos vecinos”, hay una clara intención por parte de los redactores de los libros de historia de minimizar toda mención de Estados Unidos que pudiera ser considerada ofensiva o formadora de una consciencia, no digamos antimperialista, sino simplemente nacionalista. Para ello, se recurre a la omisión descarada de hechos y procesos que han tenido una considerable importancia en la historia de nuestro país a lo largo de toda la vida independiente. Atrás quedaron las interpretaciones y análisis de autores como Gastón García Cantú, Agustín Cue Cánovas, José Fuentes Mares, Mario Gil, Ramiro Guerra, entre otros; o los testimonios de José María Tornel (quien acuñara el término nada grato de “los barbaros del Norte”), Guillermo Prieto, Manuel Payno, José María Roa Bárcenas, y tantos otros autores, y protagonistas de hechos históricos algunos de ellos, que destacaron el papel fundamental que jugó en la formación nacional de nuestro país el proceso expansionista temprano de Estados Unidos, desde el principio del siglo XIX, y su permanente política de agresiones militares, económicas y diplomáticas.
Para los redactores de los libros de texto, toda esa realidad histórica queda en la conveniente amnesia que se quiere transmitir a las jóvenes generaciones para no agraviar en sus mentes la imagen propagada por Hollywood y los ideólogos pro yanquis de los supuestos “luchadores por la democracia y la libertad del mundo”. Así, Texas se pierde por “el desorden y la debilidad de nuestro país”; se afirma que los territorios obtenidos por Estados Unidos –a través de una “guerra de agresión”, la cual nunca es calificado en su carácter de guerra de conquista–, “tenían muy pocos habitantes”, lo cual es absolutamente falso: los comisionados a la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo calcularon en 108 mil personas el número de habitantes de las provincias conquistadas; en 1846, se calculaba que vivían 60 mil personas en Nuevo México, unas cinco mil en Texas, siete mil quinientos en California y cerca de mil en Arizona, aunque estas cifras no incluyen a los indígenas de estos territorios, muchos de ellos identificados en lengua y cultura con los considerados oficialmente “mexicanos”.
Paradójicamente, en las Provincias Norteñas supuestamente despobladas, tienen lugar dos insurrecciones contra el poder establecido por las tropas de Estados Unidos, una en Nuevo México y otra en California, ambas en 1846, siendo Los Ángeles, la única población recuperada por las fuerzas mexicanas que elaboran un Plan o Manifiesto, en el que se juraba lealtad a la Nación Mexicana, después de una victoria militar sobre la soldadesca invasora. En ese Manifiesto se asienta en su parte medular lo siguiente:
“1.- Nosotros, todos los habitantes del departamento de California, como miembros de la gran nación mexicana, declaramos que es y ha sido nuestro deseo pertenecer únicamente a ella, libre e independiente. 2.- Por consiguiente, las autoridades intrusas maniobradas por las fuerzas invasoras de los Estados Unidos son consideradas inválidas e ilegitimas. 3.- Juramos no dar descanso a nuestras armas hasta que los norteamericanos, enemigos de México, sean expulsados de tierra mexicana. 4.- Todo ciudadano mexicano de los 15 a los 60 años de edad que no tome las armas para apoyar este Plan será declarado traidor, bajo pena de muerte. 5.- Todo mexicano o extranjero que ayude directa o indirectamente a los enemigos de México será castigado de la misma manera. 6.- Toda propiedad de residentes de residentes norteamericanos que haya tomado parte o ayudado a los enemigos de México será confiscada y usada para los gastos de la guerra y sus personas enviadas al interior de la República. 7.- Todo el que se oponga al presente Plan será pasado por las armas. 8.- Todos los habitantes de Santa Bárbara y el Distrito Norte serán invitados inmediatamente a participar en este Plan. Campo cerca de Los Ángeles, a 24 de septiembre de 1846”. [1]
En todo caso, los factores de relativa despoblación de un territorio, o la debilidad y desorden imperante en un país, no pueden ser causas para “explicar” y mucho menos justificar un despojo como el que llevó a cabo Estados Unidos en contra de México. Los redactores de los libros de texto retoman, casi textualmente, muchos de los argumentos de la historiografía estadounidense (la más conservadora, claro), para exculpar a la clase dominante de su país de una guerra anunciada y preparada con anticipación, sublimada por ideologías que proyectan la idea de “un pueblo escogido” para llevar misiones civilizatorias como la del “Destino Manifiesto, la cual, obviamente, no es mencionada en los textos.
También son omitidos por nuestros censores históricos todos los hechos que se derivan de la guerra de conquista de 1846 a 1848, entre ellos, de los más importantes, el destino de discriminación e injusticias de los mexicanos que quedaron en los territorios conquistados, el robo de sus propiedades, la persecución permanente de los pobladores de origen mexicano, sus frecuentes linchamientos, la segregación residencial, las repatriaciones forzadas en los años treinta del siglo XX, todo ello, en violación del espíritu y la letra del Tratado de Guadalupe Hidalgo.
Nada se conoce en México, sobre el fenómeno de bandolerismo social en California, durante las tres décadas que siguen a la anexión de los territorios que incluso llega a ser tema de la literatura con el celebre Joaquín Murrieta, inmortalizado por Pablo Neruda, que es trastocado por la industria cinematográfica estadounidense en el diluido y aristocrático personaje de El Zorro. En Nuevo México, Sostenes L’ Archevêque, de madre mexicana, en venganza por la muerte de su padre, acumula 23 marcas de gringos en su escopeta, dos más de las encontradas en la escopeta de Billy “the Kid”. También, lamentablemente, los niños de primaria no están al tanto de quien fue Juan Nepomuceno Cortina, quien se levantó en armas contra las autoridades estadounidenses en 1859, enarbola la bandera mexicana, toma Brownsville y se mantiene en rebeldía hasta diciembre de ese año, cuando es derrotado por tropas regulares y Rangers, cruza el Rio Bravo, se une al ejército de Juárez, alcanza el grado de general y llega a ser gobernador de Tamaulipas.
Fueron convenientemente “olvidadas”, asimismo, las agresiones constantes a nuestra soberanía a través de incursiones filibusteras, estimuladas y solapadas por las autoridades de Estados Unidos; las invasiones por fuerzas militares y policiales federales y estatales de ese país a lo largo de toda la frontera; el abigeato y el contrabando que llegaron a ser un factor fundamental en la formación de los grandes ranchos ganaderos del sur de Texas, como el King Ranch, los ofrecimientos para la “compra” de más territorios, las exigencias y demandas de concesiones, entre ellas, la virtual posesión del Istmo de Tehuantepec, por ejemplo.
En los textos tampoco se menciona el control estadounidense de nuestra economía durante la dictadura de Porfirio Díaz, en particular, sobre tierras, minas, inversiones y trasporte; ni es motivo de atención la injerencia de Estados Unidos durante todo el proceso revolucionario, desde el apoyo de la embajada de ese país al golpe de estado de Victoriano Huerta, hasta el ataque y ocupación del puerto de Veracruz, el 21 de abril de 1914, y la invasión armada al norte de nuestro país en 1916 por tropas al mando del general John J. Pershing, en persecución del también general revolucionario Francisco Villa.
Todo esto y más queda convenientemente olvidado en los libros de historia, de tal manera que con gran sorpresa llegamos a la página 73 del libro de Cuarto Grado para enterarnos que “durante la guerra (se refieren a la Segunda Guerra Mundial) mejoraron las relaciones con Estados Unidos, ya que fuimos sus aliados”. ¿Cómo pretenden los revisionistas de la historia que los niños de primaria comprendan que unas relaciones “mejoran” cuando desde la guerra del 1846- 1848 no se señala el carácter que éstas tuvieron a lo largo de casi un siglo, ni se les proporciona la más mínima información al respecto.
¿Podrán los infantes educados con estos libros entender los dramáticos momentos que vivió el país durante la expropiación del petróleo en 1938; sin conocer las amenazas y agresiones del gobierno y de las compañías estadounidenses y británicas en contra de la acción soberana del gobierno del general Lázaro Cárdenas?
¿Quedarán en el olvido los acuerdos de Bucareli? ¿Nada se sabrá del problema de salinidad y contaminación de nuestros ríos fronterizos y de los desechos de todo tipo en nuestro territorio por parte de acciones cuyo origen está del otro lado de la frontera? ¿Y qué de las islas en las costas de California que son propiedad mexicana y que están actualmente ocupadas por Estados Unidos?
¿En qué contextos históricos se podrán explicar las violaciones actuales a nuestra soberanía por agentes de la CIA, la DEA y otras agencias de espionaje de Estados Unidos; la entrega de nuestra soberanía en aeropuertos, y el control de inteligencia de toda la telefonía fija y móvil, licitada abiertamente en una página del gobierno estadounidense; la injerencia creciente en las fuerzas armadas, ahora socios de una entelequia política llamada América del Norte?
Estas y otras preguntas son respondidas con el silencio como opción política; silencio sólo explicable a la luz de la traición nacional de los gobiernos priistas y panistas, de los intelectuales a su servicio (que ahora refieren que la batalla del 5 de mayo fue una escaramuza sin importancia ni trascendencia histórica), de los medios de comunicación masiva, de los grupos oligárquicos que en contubernio con los poderes facticos, incluso delincuenciales, han entregado la patria a las corporaciones y a las estrategias del gobierno de Estados Unidos.
Se pretende borrar de la memoria de nuestro pueblo, la historia de las resistencias frente a las invasiones extranjeras y frente a tiranos y dictadores. Esa historia es parte esencial de la vida misma de la nación, constantemente agredida por poderes extranjeros y por quienes siendo nacidos en este país, los representan sin dignidad ni decoro. Destacar este hecho no lleva necesariamente al revanchismo y al nacionalismo agresivo: conocer los problemas reales y permanentes entre las dos naciones es el único camino para llegar al establecimiento de relaciones pacificas, armoniosas y de beneficio mutuo con Estados Unidos, basadas, sobre todo, en el respeto al derecho irrenunciable a la independencia y la autodeterminación, y con plena consciencia y conocimiento de nuestra historia.
* Gilberto López y Rivas. Doctor en Antropología. Profesor Investigador del INAH en Morelos. Articulista de La Jornada.
Nota: Ponencia para Mesa Redonda en la Universidad Obrera, 12 de septiembre de 2012.
[1] H. H. Bancroft. History of California, Vol. 1, p. 310, en: Gilberto López y Rivas. La Guerra del 47 y la resistencia popular la ocupación. Cuarta edición, Ocean Sur, 2010.
Fuente: http://www.enelvolcan.com/sep2012/170-historia-de-mexico-yn-amnesias-neoliberales