Por Luis Linares Zapata
El castigo social ocasionado por el modelo de acumulación desmedida no ha pasado sin creativa respuesta. Por el contrario, genera reacciones multifacéticas y de honda raigambre en el ánima colectiva. En diferentes países, en distintas sociedades y culturas o en distantes estadios de desarrollo, toma forma y cuerpo un fenómeno de gran magnitud y trascendencia. En su centro, la oposición a dicho modelo enfatiza las notables desigualdades que produce. La rebeldía colectiva no se ha detenido en la simple protesta, sino que ha pasado a formular factibles rutas alternas que priman a la persona y su bienestar. El rescate del individuo afectado se erige como el propósito central de su accionar. En ese sentido tales movimientos llevan un indubitable sello populista. Un concepto mal usado por esa vertiente reaccionaria que presume responsabilidades donde sólo anidan timoratas pequeñeces de espíritu.
La rebeldía griega desprendida del cruento castigo impuesto por las autoridades europeas, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, es ya bien conocida y analizada desde muy diversas perspectivas. Unos ponen el acento en la valentía y masiva vitalidad de los ciudadanos de esa nación y otros en el riesgo que implica esa forma popular de sustanciar la vida democrática. Las enseñanzas no apuntan, al menos por ahora, salidas airosas tanto para la misma Unión Europea como para los atribulados griegos. El descontento de otros pueblos, el español por ejemplo, también ha sido sometido a frecuentes pronósticos acerca de su destino.
Lo cierto es que, en ese país azotado por el desempleo y el deterioro de su Estado de bienestar, ya se formó una potente organización social y política (Podemos). Se engendró así una profunda escisión en el panorama partidario español que se caracterizaba por un cerrado bipartidismo, acríticamente afiliado al financierismo neoliberal en boga mundial. Las reacciones alcanzan otros países del viejo continente: el caso francés es bien conocido por los avances recién logrados tanto por la izquierda (J.L. Mélenchon) como la derecha (M. Le Pen). En Inglaterra se ha gestado una tendencia de izquierda en el mero seno del partido laborista que crece en importancia por sus apoyos electorales.
También se puede pasar revista de similares movimientos que han explotado por toda Sudamérica durante los recientes 12 o 15 años. Tales sucesos han desembocado en la expulsión de gobiernos entreguistas. Gobiernos que permitieron e impulsaron, con sus propias miserias y complicidades, el empobrecimiento y el secular atraso de sus pueblos.
En esta rápida revisión, sin embargo, hay que fijar la atención en lo que sucede en el seno de Estados Unidos. Ahí el golpeteo a su población ha sido inmisericorde durante más de 30 años consecutivos. El poder adquisitivo de la llamada clase media (trabajadores) se ha estancado al tiempo que acelera el endeudamiento de familias y hogares. Los desesperados esfuerzos que esa enorme capa de la sociedad hace es para mantener un estilo de vida que nada tiene ya de modélico. La calidad de la democracia estadunidense misma no ha salido bien parada de este prolongado periodo decadente que engrasa su compleja actualidad. El dominio que vienen ejerciendo las grandes corporaciones (financieras sobre todo) y la plutocracia sobre los partidos políticos y los distintos niveles de las administraciones (sean estatales, locales o federales) es corrosivo para la pluralidad y la decencia.
La desigualdad no se detiene, por el contrario, crece a una velocidad no vista en el pasado en ese rico país. Y esta circunstancia lleva consigo profundos efectos disolventes para la vida en común, para la ética pública y el horizonte de futuros. En fin, no se terminaría de enunciar las consecuencias de un modelo de acumulación de la riqueza y el ingreso en una pequeña fracción del uno por ciento de la población. Para sostener tal modelo ha sido preciso pervertir una variada clase de instituciones económicas, educativas, policiacas o jurídicas. En el centro del distorsionador proceso del control social los medios de comunicación masiva juegan un papel crucial. Se han plagado con enfoques sesgados y toda clase de disfraces demagógicos.
Pero ante tales males, ya casi endémicos, impuestos sobre la población estadunidense, un hálito de rebeldía se levanta de entre el pueblo. No es nuevo ni reciente. El llamado movimiento Ocupa Wall Street reclama su original contribución. De manera parecida a como hace algunos años los estadunidenses se inclinaron por la atrayente figura de un desconocido Obama hasta llevarlo a la presidencia, ahora toma su lugar un curioso y honesto senador por el norteño estado de Vermont. Salido de las entrañas del Brooklyn profundo, pero emigrado a Burlington, de donde fue electo alcalde en repetidas ocasiones, Bernard (Bernie) Sanders personifica, con raigambre de atractivo líder, un extraño caso de seducción de masas. Bernie (73 años) no teme definirse como socialista y mostrar una recia, sustantiva coherencia discursiva durante toda su vida pública, misma que ha sido dilatada y exitosa. La agenda que propone es, en verdad, progresista con la desigualdad ocupando el sitio de privilegio.
La dignidad de la persona y sus derechos, así como el recate de la democracia de las afiladas garras del gran dinero también se erigen como asuntos prioritarios. Su figura ha crecido de apenas 5 o 6 por ciento de popularidad hace dos o tres meses hasta rebasar 20 por ciento ahora. Es ya la segunda opción a la presidencia de los demócratas, todavía un poco detrás de H. Clinton. En Nueva Hampshire, donde se celebrarán las iniciales primarias, según un independiente sondeo reciente, la derrota por amplio margen: 44 por ciento contra 35 por ciento. Ya se emparejó con el republicano D. Thrump, muy a pesar que sus menciones en medios son mucho menores: una de Sanders por nueve del grosero magnate. El severo control noticioso del empresariado de gran nivel y la élite política sobre los medios de comunicación allá y aún más acá, han ignorado (ocultado) lo que ahora sucede en EU. De continuar la ruta ascendente de ese aguerrido senador el panorama, en México, ya indicativo y revelado en las últimas elecciones, sufrirá vuelcos –contagio– por demás interesantes.
Fuente: la Jornada