La cuestión de la Pachamama en las condiciones actuales del planeta parece sensata y pertinente de cara a otras corrientes de pensamiento (por así llamarlas) en principio regionales, que se fortalecen y expanden en Estados Unidos con efecto directo en el resto del continente, como se verá enseguida. En diversas entidades estadunidenses operan sociedades, colegios y tanques de pensamiento
políticamente correctos que buscan erradicar las plantas exóticas (aliens) que crecen en sus territorios, amparados en la quimera de recuperar la vegetación nativa
, la que había cuando llegaron los conquistadores y los primeros colonos. Suena simple, pero plantea desafíos formidables toda vez que la contaminación
por árboles, arbustos, granos, ornatos, parásitos y hierbajos llegados de ultramar transformó radicalmente el paisaje y la ecología norteamericana, tanto como la urbanización y la industrialización del medio milenio reciente.
Pero con esa devoción laboriosa de las sociedades calvinistas, durante 30 años se han formado grandes grupos sociales de agricultores, intelectuales, científicos y titulares de la Casa Blanca, que impulsan dicha depuración vegetal y buscan redistribuir las especies con base en criterios arqueo-botánicos. El plan, erradicar a todos los aliens del suelo, se antoja paralelo al de erradicar a los migrantes, esos prietitos en el arroz que no hablan americano
, como dijo la inefable Sarah Palin en apoyo a su correligionario Donald Trump.
Si a esas nos fuéramos, las Sociedades de Plantas Nativas de California, Virginia, o Nueva Jersey deberían hacer sus maletas, pues sus miembros son tan alien como el odiado eucalipto australiano, el tamarisco, el ciprés, pastizales diversos y muchas otras especies vegetales y animales. No digamos el trigo o el caballo. Mas nunca hablan de restituir a su hábitat original a los humanos nativos que florecían ahí antes de la contaminación
europea, africana y asiática. Estas sociedades botánicas no están para contradicciones. Inopinadamente, o no, fueron la primera y más cándida feligresía de un extendido culto moderno: la Santa Iglesia Monsanto y su producto estrella, el glifosato. Lo prestigiaron antes que nadie.
Andrew Cockburn, editor de Harper’s en Washington, documenta a qué grado centros académicos, y los gobiernos nacionales de Clinton y Bush, respaldaron la idea nativista con millones de dólares y programasambientalistas
, contando entre sus creyentes al vicepresidente, y después premiado amigo de la Tierra y el Agua, Al Gore. ¿Qué se necesita para cumplir el ardiente sueño erradicador de la flora ajena, considerada nociva de manera poco demostrable? Usted acertó: glifosato, el herbicida teledirigido y total
que, admitido como santo Grial de la pureza nativa de las plantas en Norteamérica, fue por décadas la base del imperio Monsanto. Cockburn expone los argumentos de los nativistas y los de sus críticos, y destaca el papel de Monsanto en este proceso científico
, el azote de los hierbajos
(Weed Whackers. Monsanto, glyphosate and the war on invasive species, Harper’s, septiembre de 2015). Allí cita al naturalista californiano David Theodoropoulos, curtido crítico de la seudociencia de labiología de la invasión
: Hace 30 años las mayores amenazas para la naturaleza eran sierras, buldózers y venenos. Ahora la amenaza son las plantas silvestres y los animales. ¿Y con qué los combatimos? Sierras, buldózers y venenos
.
Fuente: La Jornada