Por Marcos Roitman Rosenmann
No es fácil construir un relato histórico sin manipular los hechos desvirtuando la realidad. De allí la importancia de los cronistas. Qué decir de Bartolomé de las Casas y su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, o de Guamán Poma de Ayala y El primer nueva corónica y buen gobierno. Los buenos cronistas dejan huella, sus obras son patrimonio cultural de la humanidad, lectura obligada para reconstruir periodos históricos, dan cuenta de las guerras de conquista imperial y sus atrocidades, describen estados de ánimo de hombres y mujeres inmersos en la pesadez de una historia que los invisibiliza. Son los notarios de los llamados pueblos sin historia, sin pasado, sin memoria, sin derecho a la existencia. Ellos se enfrentan a quienes los aluden para caricaturizarlos, volverlos extravagantes, bárbaros de mentalidad primitiva, homúnculos. Concepto que tanta importancia tuvo en Ginés de Sepúlveda para justificar la esclavitud de los indios, considerados bestias sin derechos.
Eduardo Galeano se enfrenta a tales afirmaciones, rebate cada uno de los argumentos y evidencia el grado de imbecilidad de sus defensores. A esa estirpe responde Galeano. Sus relatos condensan en pocas palabras, a veces en una frase, décadas o siglos de ignominia, explotación y estupidez. Su obra apela a la conciencia, a la reflexión ética. Rescata el juicio crítico, no se deja llevar por una actitud displicente. Galeano hace pensar, su obra no resulta indiferente al lector. Sus crónicas estremecen. Sin necesidad de recurrir a construcciones lingüísticas engominadas, ni explicaciones barrocas, deja hablar a los protagonistas, presenta la verdad de los hechos, toma partido, pero guardando un escrupuloso sentido del deber del cronista. No altera los hechos ni oculta la manipulación de quienes llevados por la fama se transforman en escribanos menores, meretrices del poder. De la historia oficial dijo que era historia mutilada, una larga ceremonia de autoelogio de los mandones que en el mundo son. Sus reflectores, que iluminan las cumbres, dejan la base en la oscuridad.
Nunca se mostró sumiso, ni trató de caerle bien a todo el mundo. Actuó en consecuencia. No se dejó intimidar por reyes, terratenientes, tiranos, déspotas, oligarcas, banqueros y plutócratas. Los retrató y expuso sus vergüenzas a través de múltiples escritos. No tuvo piedad y no tenía por qué hacerlo. Se mostró implacable con quienes han querido agradar al poder falseando la realidad. Así se valió de la ironía como recurso para demostrar las contradicciones de un mundo al revés. Tres ejemplos: se llaman Convivir algunas de las bandas paramilitares que asesinan gente en Colombia, a la sombra de la protección militar; Dignidad era el nombre de uno de los campos de concentración de la dictadura militar chilena y Libertad la mayor cárcel de la dictadura uruguaya; se llama Paz y Justicia el grupo paramilitar que en 1997 acribilló por la espalda a 45 campesinos, casi todo mujeres y niños, mientras rezaban en una iglesia del pueblo de Acteal, en Chiapas.
Galeano ha sido la voz de los sin voz, de quienes albergan esperanzas, sienten dolor, tienen miedo, padecen la injusticia y cuyas vidas permanecen en el anonimato. Ha hecho crónica de los pueblos sin historia, sin derechos, avasallados por la mala memoria. Ha sido un notario del tiempo presente. Rescatador de la memoria nunca quieta que no nació para ser ancla, que quiere ser puerto de partida, no de llegada. Su pensamiento es voz de esperanza que denuncia, ataca, defiende, no huye ni se oculta. Es palabra seminal capaz de levantar y forjar conciencias rebeldes. No impone dogmas, simplemente relata, hace crónica. No se cree poseedor de la verdad absoluta, la niega. No hay más verdad que la búsqueda de la verdad, nos dice en su Patas arriba: escuela del mundo al revés.
Es un artesano del pensamiento crítico. Su obra no tiene una hechura industrial, no responde a modas, no se presenta como sucedáneo de una historia académica escrita para docentes y universitarios. Trasciende la coyuntura, expresa un sentir colectivo, es síntesis de América Latina, de sus gentes, de sus proyectos emancipadores, libertadores, descolonizadores, antimperialistas, de quienes luchan contra la hidra del capitalismo, cuya fuerza y reproducción parece no tener límites. Es Las venas abiertas de América Latina. Pero su trabajo trasciende, no se queda en el llanto de la derrota o el fracaso. Galeano se siente comprometido con los ideales de la libertad, la dignidad y la justicia social, por ello su obra tiene una función política que le da sentido a su trabajo. Reclama a los que tienen en el poder grados de responsabilidad por ser cómplices de matanzas, genocidios y aplicar políticas de muerte bajo el signo del neoliberalismo; denuncia a quienes desde posiciones de privilegio parecen no saber que sus actos están ligados a dichas políticas, imputándoles la responsabilidad de su negligencia, y por último escribe para quienes carecen del poder, señalando que sus acciones son el principio de una esperanza, de un hacer, donde no hay sitio para el desánimo.
No se presentó como gurú de proyectos ni buscó liderar movimientos. Por el contrario, se ha sumado a ellos y los ha reivindicado. Puso en entredicho el poder trasnacional, los malos gobiernos, las medias verdades que nublan la mente y las mentiras que niegan los hechos. Se identificó con el EZLN. De los zapatistas dijo: La niebla es el pasamontañas que usa la selva: así se oculta a sus hijos perseguidos (…) De allí han salido, enmascarados, para desenmascarar el poder que los humilla.
Galeano nos acercó al fuego, al viento, puso caras y máscaras, abrazó las palabras, nos citó en las noches de amor y guerra y se reivindicó futbolero. Fue el cronista de la esperanza y un escribiente del dolor.
Fuente: La Jornada