Francisco, el primer papa que entra en Palacio Nacional

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Las relaciones entre México y la Santa Sede tuvieron hoy una fecha para historia. La entrada del Papa en el Palacio Nacional, uno de los templos del poder laico mexicano, marca la culminación de un proceso lento y agitado que dio comienzo en 1992, cuando México reanudó relaciones diplomáticas con el Vaticano.

francisco pal nalEl paso, largamente negociado, lo puso en marcha el presidente Carlos Salinas de Gortari con una profunda reforma constitucional. Salinas, en aquel momento considerado un tecnócrata pragmático, actuó guiado por la constatación no sólo de que el país era aplastantemente católico sino que las trazas anticlericales que aún sobrevivían en PRI se habían convertido en un apéndice inútil y desfasado, que ni siquiera servía ya a la retórica oficialista.

La relación que se inauguró en 1992 nunca fue fácil. Lejos de ganar fuerza, la Iglesia ha sufrido desde entonces un constante retroceso y su influencia política, a diferencia de países como España, se ha miniaturizado. Golpes como el escándalo de pederastia de los Legionarios de Cristo, pero también la connivencia del alto clero con el poder ha propiciado una desconfianza natural entre los fieles. El catolicismo, bajo el empuje combinado de la secularización y las iglesias evangélicas y pentecostales, ha perdido terreno: hoy el 83% de la población se declara católico frente al 95% de 1970.

Bajo estas coordenadas, la entrada del Papa en el Palacio Nacional simboliza más que el fin de un ciclo, el inicio de un nuevo periodo. Una mirada al futuro en un intento de recuperar terreno. Ese mensaje regeneracionista es el objetivo último del Papa. Los expertos señalan que Francisco necesita del apoyo de los fieles, pero también de la jerarquía para completar su programa reformista en México. La Iglesia local, atrofiada por décadas de papados conservadores, ha empezado a romper con el cascarón. Pero aún está lejos de haber tomado la iniciativa.

Por ello, la visita, de cinco días, ha sido planeada como un revulsivo. Excepto en su primera fase, de claro sesgo institucional, cada etapa supone un viaje a la médula del dolor. Ecatepec, Chiapas, Michoacán, Ciudad Juárez. No hay paso que vaya a dar Francisco donde no se espere una convulsión. Un efecto bien buscado para separar la figura papal del poder oficial (a diferencia de las edulcoradas visitas de Juan Pablo II y Benedicto XVII), pero que también pondrá al clero y su jerarquía ante la lista de deberes que tienen que cumplir.

Fuente: El País

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