Por Soledad Loaeza
La elección del pasado 7 de junio puso en evidencia las fracturas que han sufrido los partidos grandes y la insatisfacción de un electorado que les pasó la factura a políticos y partidos que se han quedado cortos frente a sus obligaciones como representantes populares y a las expectativas que nutre la democracia. Mucho se habla de la fragmentación de la izquierda, pero lo cierto es que las principales fuerzas políticas han sufrido desgajamientos que también han representado costos electorales, y que los debilitan sin que hasta ahora vaya en ello ninguna promesa de fortalecimiento de opciones nuevas.
En cierta forma, lo ocurrido en las urnas mexicanas es comparable a lo que ha pasado en España, donde Podemos surgió del rechazo a los partidos establecidos, puso fin al codominio PSOE-PP y modificó los ejes de la política, que ya no serán la izquierda y la derecha, sino la oposición entre la élite y la ciudadanía, según explica el politólogo español José Ignacio Torreblanca ( El País, 11/5/14). Todavía –y subrayo el todavía como una posibilidad– no podemos hablar de una renovación del espectro partidista similar a la que ha representado Podemos, pero creo que el avance de los independientes indica que es el camino que queremos seguir. Si esto es así, si la renovación del personal político –que nos urge– viene por caminos inexplorados, los políticos profesionales mexicanos tienen por delante un reto poderoso. Tendrían que pensar en cambiar de programa, de estrategia o de dirigentes.
El análisis que harán los partidos de los resultados del 7 de junio deberá tomar en cuenta las fracturas y las facturas que salieron a relucir. Si las organizaciones de izquierda hubieran formado un frente unido –PRD, Morena, MC– habrían obtenido 25 por ciento del voto, 28 por ciento si incluimos al PT. En cualquier caso, se habría colocado como la segunda fuerza en el Congreso, más numerosa que el PAN, que obtuvo 21 por ciento de los sufragios para la renovación de la Cámara de Diputados. Así fortalecida, podría desempeñarse como una oposición eficaz que no necesita de pactos extraparlamentarios para hacerse escuchar por las demás fuerzas políticas. Me pregunto si los secesionistas tienen algún remordimiento al respecto, o si, por ejemplo, los miembros de Morena consideran que su victoria está asociada precisamente a la ruptura que los escindió del PRD.
Acción Nacional tampoco puede echar las campanas al vuelo. Los panistas celebran que la población que gobiernan aumentó de 8 a 11 millones, y que el número de diputados en congresos locales también se incrementó. Además recuperaron la gubernatura de Querétaro y retuvieron Baja California Sur, pero fueron derrotados en San Luis Potosí, en Nuevo León y probablemente en Colima, estados los tres en los que el panismo tiene –o tenía– fuerte arraigo. Pese a sus triunfos, el PAN no puede ocultar la debilidad que lo aqueja, que es la consecuencia de la disputa entre maderistas y calderonistas, una fractura que en lugar de cicatrizar se profundiza día con día y se ha convertido en una auténtica guerra civil que ha devastado las filas del partido, y que sólo beneficia a las otras oposiciones. El destino del PAN está en juego en la batalla, primero por la dirigencia de la organización, y luego por la candidatura presidencial.
El PRI está contento con la mayoría que obtuvo –y no en vano, pues el resultado es hasta cierto punto sorprendente, en vista de la traumática experiencia de Ayotzinapa y de los escándalos de corrupción que han ensombrecido al gobierno–. Aun así, el 29 por ciento que los priístas consideran un triunfo no deja de ser humillante para el partidazo de ayer; y más lo será cuando el ensoberbecido PVEM y sus líderes, ahora tan engreídos, le pasen la factura de una alianza que es vital para ellos y para el gobierno de Enrique Peña. Así que, si tenemos presente el pasado de losverdes, podemos imaginar que están salivando sólo de pensar lo que le van a sacar al viejo PRI a cambio de su apoyo. No obstante, me pregunto si los votantes no le cobraron a los priístas el comportamiento de su ahijado el Verde, porque es de suponer que dado que es su criatura, pueden y deben disciplinarlos. El PRI, quiéralo o no, es responsable de las trapacerías de losverdes, y peor le irá mientras peor se comporten sus lobeznos.
La experiencia española de Podemos es un ejemplo de una sana fractura entre políticos profesionales y ciudadanos hartos, que les pasaron la factura. ¿Nosotros Podremos?
Fuente: La Jornada