Por Javier Flores
Kent Brantly lucía francamente bien durante la conferencia de prensa. Su discurso y lenguaje corporal mostraban a una persona inteligente y lúcida, con un envidiable control de las emociones al tocar los temas más sensibles para él, como el apoyo de su familia y sus amigos, sus convicciones religiosas y su encuentro muy cercano con la muerte. Brantly, al igual que la misionera Nancy Writebol, adquirió la enfermedad en Liberia, una de las naciones de África occidental más afectadas por el actual brote de ébola. Los dos fueron dados de alta la semana pasada del Hospital Universitario Emory, en Atlanta, al no encontrarse en su sangre rastros del agente que ha sido causante de la muerte de mil 427 personas (datos al 20 de agosto), frente al cual no hay hasta ahora tratamientos de efectividad probada en humanos.
Tanto Brantly como Writebol fueron tratados con un fármaco experimental llamado ZMaap, que no había sido ensayado en nuestra especie. Pero lo que para algunos significa un gran triunfo de la medicina de Estados Unidos y la aparición de un remedio contra una enfermedad incurable es en realidad un resultado engañoso. Hay muchos factores involucrados con la recuperación de los dos ciudadanos estadunidenses, atendidos en un hospital dotado de la más alta tecnología médica y bajo la vigilancia y cuidados de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), asentados en la misma ciudad. En otras palabras, sin tratar de minimizar el alto valor que ha tenido salvar estas vidas, no es lo mismo ser atendido en Atlanta con inversión de muchos miles de dólares, que en una aldea de Lofa, en Liberia, donde se carece de lo indispensable. Sin descartar que en el fármaco probado se pueda encontrar eventualmente un efecto benéfico, el dato más interesante aquí es, en mi opinión, el alto valor que tienen los cuidados generales en el tratamiento y recuperación de las personas con la enfermedad producida por el virus del ébola.
Como sea, esta experiencia ha sido sin duda una de las claves de un hecho que no tiene precedente (o yo no los conozco), en el que la comunidad internacional encabezada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) autoriza el empleo de sustancias que han mostrado algunos resultados positivos en especies no humanas para intentar contener el actual brote de la enfermedad en África. Dicho de forma directa: significa realizar experimentos en humanos, los cuales en otras condiciones hubieran sido rechazados tajantemente y condenados.
En apariencia, el dilema parece muy simple: cada semana desde que se inició el brote están muriendo cientos de personas en el oeste de África a causa de una enfermedad que no tiene cura. Lo único que se tiene (y en cantidades muy pequeñas) son sustancias que se encuentran en diferentes etapas dentro del procedimiento experimental que habitualmente se sigue antes que un medicamento pueda ser empleado en humanos. Estas sustancias –en su mayoría anticuerpos– han sido probadas en animales, pero no han demostrado su eficacia en humanos, ni se sabe nada de sus posibles efectos tóxicos.
Se trata de un tema muy complejo, como puede verse en el siguiente ejemplo: De acuerdo con la OMS, en este momento por cada 100 personas que adquieren la enfermedad mueren 63. Lo anterior significa que, si hipotéticamente se aplicaran tratamientos experimentales a todos, podrían inducirse efectos adversos desconocidos (incluso la muerte) en 47 personas, las cuales en ausencia de tratamiento no tendrían un desenlace fatal… Un gran desafío para la medicina y la bioética.
Los candidatos para ser empleados en estos experimentos son el ZMaap empleado en Atlanta, el cual contiene anticuerpos que actúan sobre tres proteínas del virus –que por cierto no tuvo el mismo resultado exitoso en Madrid en el caso del misionero español Miguel Pajares. También otros anticuerpos monoclonales como el TkM-Ebola y el AVI-7537, los cuales actúan interfiriendo algunas moléculas en este virus (particularmente su ácido ribonucleico). Los tres citados han mostrado efectos benéficos en primates no humanos. Hay además otro compuesto, llamado BCX-4430, probado en roedores para el caso del virus Marburg que produce una fiebre hemorrágica parecida al ébola. Algunos medicamentos, como la cloroquina y el Imatinib, son parte del arsenal experimental, al igual que el suero de personas que han sobrevivido a la infección por el virus del ébola, este último recurso se probó en el caso de Kent Brantly.
El 11 de agosto se reunió un comité integrado por expertos convocados por la OMS que examinaron este tema, el cual concluyó por consenso que “…en las circunstancias particulares de este brote, y siempre que se cumplan determinadas condiciones, es ético ofrecer intervenciones no probadas, cuya eficacia y efectos adversos todavía no se conocen, con fines potencialmente terapéuticos o preventivos”.
Las condiciones que deben cumplirse son: a) transparencia, es decir, la obligación de dar a conocer los datos sobre las intervenciones, b) el consentimiento informado, c) libertad de elección, d) confidencialidad, e) respeto a las personas y la protección de su dignidad y f) el consentimiento y participación de la comunidad.
Aunque sé que es un tema polémico, en lo personal creo que en las circunstancias actuales es correcta la resolución del comité, aun tratándose de la experimentación en seres humanos, pues siempre he pensado que cualquier intervención médica debe ser resultado de la libertad para elegir y del consentimiento informado.
Fuente: La Jornada