Aquel gigante genial y bondadoso que, debido a una extraña enfermedad, tenía el rostro de un adolescente y unas manos enormes, estaba conmovido y exhausto. Concluía una sesión más del Tribunal Russell en la CdMx.
Todo ese día, Julio Cortázar -y otros miembros de este tribunal moral fundado por Bertrand Russell y Jean Paul Sartre- habían escuchado los testimonios de las víctimas de la dictadura militar chilena.
Torturas, desapariciones, ejecuciones, asesinatos, violaciones a los derechos humanos eran narradas por mujeres y hombres que hacían un esfuerzo enorme y deliberado por contener el llanto y la indignación.
La serenidad con la que hablaban, con la que describían los tormentos a los que fueron sometidos, el retrato que, sin apasionamiento, hacían de sus verdugos volvían aún más solemnes y dolorosas sus declaraciones.
No había manera de salir de ahí indemne, de permanecer indiferente ante los crímenes de lesa humanidad, lesa patria, lesa democracia perpetrados por militares y oligarcas que -apoyados por medios y periodistas de derecha y con el aval y la ayuda de Washington- dieron el golpe a Salvador Allende.
Con voz pausada y la mirada fija en el lente de la cámara, Cortázar nos concedió una entrevista: “La fuerza de este tribunal -nos dijo- no reside en el efecto inmediato y circunstancial de sus reuniones sino en su labor de información universal”.
Cortázar, como Russell, sabía que su deber era evitar que se consumara otro crimen: el del silencio que es, a fin de cuentas y de la mano del olvido, el basamento de la impunidad.
Siete millones de mexicanas y mexicanos acabamos de dar una batalla similar: hemos querido -con nuestros votos- honrar a las víctimas, conjurar el olvido, impedir que a la larga lista de crímenes del régimen neoliberal se agregue el del silencio.
No fuimos, es cierto, suficientes para que la consulta resultara vinculante. Fuimos sin embargo bastantes para que nuestra voz y nuestros votos pesen sobre la consciencia y las espaldas de aquellos que gobiernan, legislan, procuran justicia y juzgan en México.
Desde hace mucho luchamos para desterrar la impunidad. Lo seguiremos haciendo hasta “que la democracia y la justicia se hagan costumbre en nuestra patria”.
Se lo debemos a las víctimas. Pero se lo debemos también a nuestras hijas e hijos. No es solo por el pasado del que hay que esclarecer la verdad, hacer justicia, reparar el daño, establecer la garantía de no repetición del crimen; es por nuestro presente y nuestro futuro.
Antes y durante la consulta, se nos dejaron venir con todo oligarcas, medios, partidos, columnistas y presentadores de radio y tv, incluso el propio INE. Deslegitimaron este ejercicio de democracia participativa. Llamaron a no votar. Lo sabotearon. Mostraron así de qué pasta están hechos.
Hoy se burlan. Celebran anticipadamente. Nos creen derrotados. Se equivocan.
Habremos de empeñarnos a fondo en divulgar por todos los medios a nuestro alcance los testimonios de las víctimas con nombres y circunstancias precisas. Haremos una relatoría de los crímenes. Presentaremos, ante el país y el mundo, en circunstancias solemnes y multitudinarias, cargos irrefutables para que, como decía Julio Cortázar, ninguno de los perpetradores pueda desmentirlos “sin agregar el ridículo al crimen”.
Comisión de la Verdad, nuevo capítulo México del Tribunal Russell. Con tal de tener verdad y justicia, todo lo que se pueda, como y cuando se pueda.
@epigmenioibarra