Por Epigmenio Ibarra
Allá, en su escondite en España, debe y con razón, estar temblando Felipe Calderón; quien, pese a su amor terrible por la guerra, es hoy para sus patrones, uno más de los muchos infames desechables que les han servido.
Consciente de que “en el principio – como dice James Hillman- no era el Verbo, sino la guerra” yo no soy de aquellos románticos, que imaginan la paz perpetua.
Se que la violencia ha acompañado, ha dado forma a la historia de la humanidad.
Se que la patria, la propiedad, el poder, el dinero, la religión, la ideología suelen conducirnos, con aterradora facilidad, a tomar las armas ya matarnos entre nosotros.
Conozco la guerra; la he vivido y no hay nada que deteste más.
Sé que una vez desatada la matanza genera esta un frenesí colectivo al que resulta casi imposible ponerle freno.
Sé que cuando finalmente cesa esa fascinación por la muerte es siempre demasiado tarde y que, al momento mismo, de dar por terminado un conflicto armado ya se está gestando el próximo.
Y sin embargo -y aunque estoy convencido de que es una tarea imposible de acometer con éxito- yo lucho a brazo partido por la paz.
No quiero ver caer a más personas en combate o, peor todavía, ver cómo engrosan la interminable lista de las llamadas bajas colaterales.
Estoy harto de los cuerpos despedazados por la metralla.
Del dolor de las madres.
Del terror de aquel niño que en el barrio de mexicanos, allá en San Salvador, decía; “vámonos mamita que nos están bombardeando”.
Odio la guerra y maldigo a los infames qué, sin siquiera haber escuchado silbar las balas, se disfrazan de generales, y mientras enarbolan banderas manchadas de sangre inocente, ordenan a otros ir a matar ya morir.
Maldigo a esos mariscales de pacotilla, a esos caudillos que con tal de estabilizar en el poder qué, contra la voluntad popular han usurpado, imponen a sus pueblos el infierno.
Contra Felipe Calderón Hinojosa no tengo nada más que eso.
No lo odio.
No estoy obsesionado con él.
No vivo aferrado al pasado.
Tengo memoria, dignidad, hambre de futuro y amo a este país ya su gente.
Por esto considera necesario que se le juzgue y castigue.
Por esto célebre que en el juicio de Genaro García Luna se le haya señalado y espero qué, el gobierno de los Estados Unidos y sus fiscales, hagan bien su trabajo y si, ya lo nombraron, no dejen de acusarlo.
No es cosa menor que ese gobierno, ante el cual Calderón se doblegó y bajo cuyas órdenes nos impuso una guerra tan sangrienta como inútil, haya llevado a rendir testimonio ante un juez a un hombre que lo señala.
No es cosa menor que ese mismo gobierno, busque que se condene a Genaro García Luna quien fuera su amigo, confidente, secretario de estado, mano derecha y estratega.
Desamparado ha dejado a Calderón la potencia extranjera gracias a la cual cumplió gobernar. Se creía el hijo predilecto. Fue solo el ejecutor de las órdenes de exterminio que suele dar Washington a esos que considera “sus hijos de puta”.
Lo mismo le pasó a Somoza, a los generales argentinos y a Pinochet.
Por otro lado los cárteles de la droga a los que Calderón y García Luna prometieron destruir se volvieron -a punta de masacres y ejecuciones sumarias- sanguinarias fuerzas de combate y la evidencia señala que tanto él como García Luna -más allá de que les probaron o no que recibimos sobornos del narco-hicieron con la ayuda norteamericana, con la guerra y la muerte, un enorme negocio sucio.
Tampoco Calderón tendrá éxito en otra tarea primordial; garantizar la sumisión del pueblo de México y la entrega, a las empresas extranjeras, de nuestros recursos naturales.
Con él y en esta traición para la cual les apoyaron los estadounidenses, falló también, Enrique Peña Nieto.
Se les escapó el vecino de las manos a los Estados Unidos; tomamos las y los mexicanos la decisión de acabar con el régimen neoliberal, defender nuestra soberanía, transformar al país y construir la paz.
Allá, en su escondite en España, debe y con razón, estar temblando Felipe Calderón; quien, pese a su amor terrible por la guerra, es hoy para sus patrones, uno más de los muchos infames desechables que les han servido.
@epigmenioibarra