Con parsimonia y consistencia se han ido acomodando los hechos y los datos que arrojan una positiva visión general. Al principio sólo fueron tirones e incertidumbre crítica. No hubo paso gubernamental alguno que, según los opositores, no acarreara su precipicio. Con notable seguridad, predicantes consagrados difundieron errores cuantiosos. Unas veces por la mera forma en que destruyó logros pasados. Otras, como imposibilidades de que lo propuesto llegara a funcionar sin ocasionar crisis perentorias, tragedias incluso. Aunque, hay que decirlo, nadie dentro de la estructura del poder recién llegado se amilanó por tanto presagio de desastres al canto. Mucho de esta actitud de combate sigue rigiendo cotidianamente.
Pero, al contrario de tal avalancha crítica, y a medida que pasaron los meses y los años, se fue robusteciendo la idea de estar generando un cambio profundo en la esfera pública. Y, lo mejor, se asentaba la conciencia del pueblo sobre la emergencia de una mejor alternativa para todos.
Con doloroso trauma a cuestas, el ríspido proceso opositor inició su trabajo de zapa. La suspensión tajante de la construcción del aeropuerto de Texcoco se tomó como drama original. En prevención de tal suceso, se habían acelerado las obras para que la interrupción fuera irreversible y onerosa. Aún así, se anunció la obligada decisión de darlo por concluido y arrostrar los costos asociados que, en todo caso, serían bastante menores que proseguir con tan faraónica obra. No se ha reconocido la lógica de sostén para mostrar tan crucial postura. Menos aún perdonan el haber optado y levantado una alternativa, en tiempo récord, con menores costos y mejores perspectivas aeronáuticas. No era conveniente invertir buena parte de los recursos presupuestales disponibles para obras de infraestructura en sólo una tarea que no se terminaría en este sexenio. La moraleja de ese drama decisorio no se reconoce tampoco: la unicidad del poder político electo por el pueblo. Una enseñanza, muy cara por cierto, para la legitimidad de un gobierno autónomo y soberano.
De ese momento crucial se fueron desprendiendo, como en racimo, otras profecías, a cual más trágicas, para el nuevo gobierno y la población. Huirían los capitales en tropel indetenible. Se caerían las bolsas de valores; el peso se hundiría a profundidades de 30 pesos por dólar; el crecimiento, aunque bastante reducido, se evaporaría con sus desprendimientos obligados en: pobreza, marginación, empleo y bienestar. Un cuadro completo de males apocalípticos para un gobierno, ya para entonces, llamado populista irredento.
Aunque, muy por el contrario, un cuadro positivo se ha ido configurando paso a paso. Se resistió la emergencia pandémica sin deuda y se aumentaron los recursos humanos e infraestructura. Ahora, cuando los intereses aumentan, hasta casi lo indecible y el servicio de las deudas se vuelven impagables, México puede sortear el daño con solvencia envidiable entre las naciones. Los inversionistas acuden cada vez en mayores números. El peso, que ahora se busca presentar como dañino factor, se fortalece, dando a los compradores internos mejores oportunidades. La economía, medida por su PIB, despega, aun cuando los opositores no encuentren causa para ello. La terrible desigualdad, bien arraigada, empieza a ceder, aunque sea de manera incipiente. Esto se debe, entre muchos otros logros, a la masiva inversión llevada a cabo en asuntos sociales y de bienestar. Elevar a rango constitucional la pensión para adultos mayores ha sido un acierto humano y hazaña presupuestal.
Los incrementos a los minisalarios, asunto que fue tan estigmatizado durante la larga noche neoliberal de explotación inmisericorde, se han ido reponiendo en su poder adquisitivo. Este fenómeno de justicia es un motor de empuje económico. Un ejemplo incremental que muchos otros países quieren imitar. Poco importa que ante toda esta avalancha de logros de justicia distributiva se les catalogue, con desprecio al canto, como electoreros. Y qué decir de los niveles de empleo alcanzados. Asunto crucial que se viene además acelerando y mejora su promedio monetario. En fin, sólo falta que la oposición y sus candidatos adopten, como plegaria de campaña, la tontería de que este país se cae a pedazos. Serán entonces derrotados por no entender lo que sucede. Bien se sabe, también, que la ruta preferida hablará de violencia, crimen, mala salud y peor educación. Pues bien, también en estos renglones se toparán con mejoras de varios grados.
Lo importante habla de volumen de obras, inversiones sociales y trabajos adecuados que se han llevado a cabo sin mayores o nuevos impuestos. Simplemente se usaron los bienes públicos de manera honesta y responsable. El monto de las adiciones obtenidas por mejores cobros de impuestos, eficiencias, austeridad y honradez ya llega a un billón de pesos adicionales. Ahí queda ese inaudito monto.
Fuente: La Jornada