Por Epigmenio Ibarra
Quién es más criminal? ¿Un hombre brutal, ordinario y lépero como José Antonio Yépez Ortiz, alias El Marro, o un miembro “distinguido” de la aristocracia política con títulos universitarios obtenidos en el extranjero como Emilio Lozoya? ¿Y quién ha derramado más sangre? ¿El jefe del cártel de Santa Rosa de Lima o quien actuaba como el hombre de Washington y fuera pieza clave de dos administraciones panistas: Genaro García Luna?
¿Qué une a estos tres hombres, además del hecho de que se encuentran hoy a punto de rendir cuentas ante un juez? ¿Qué podrían tener en común dos miembros de las altas esferas gubernamentales en México con el jefe de una organización criminal? ¿Qué los hermana? ¿Por qué he de atreverme a poner a los tres en el mismo saco?
García Luna fue parte de la herencia que Vicente Fox dejó a Felipe Calderón. Policía estrella en la primera administración panista pasó a convertirse, luego de una participación estratégica en el fraude electoral del 2006, en la mano derecha de Calderón y responsable del diseño y la conducción de la estrategia de su guerra. Terminado el sexenio, García Luna pasó a prestar sus servicios, ya como contratista privado de seguridad e inteligencia, al gobierno de Enrique Peña Nieto.
Odebrecht fue el eslabón de la cadena de corrupción que, a través de Emilio Lozoya, unió a su vez a los gobiernos de Calderón y Peña Nieto. Hermanados en el propósito de demoler a Pemex y llevar a cabo una reforma energética, el panista y el priista dieron a la empresa brasileña enormes negocios que, plagados de irregularidades e incumplimientos, resultaron extremadamente dañinos para la nación.
El Marro, por otra parte, debe el crecimiento de su organización criminal a la guerra impuesta por Felipe Calderón y dirigida por Genaro García Luna contra organizaciones rivales del Cártel de Sinaloa, así como debe, la enorme fortuna que llegó a acumular con el huachicol al desmantelamiento de la petrolera estatal y al relajamiento de la seguridad de la misma.
García Luna, el súper policía, el hombre que tenía información clasificada de todo el aparato político, que actuaba al amparo de la DEA y parecía gozar de la confianza y el reconocimiento de Washington, era intocable… Emilio Lozoya, pieza clave de la estratégica reforma energética, ahijado de Salinas de Gortari, financiero de la campaña de Peña Nieto con los millones en sobornos que pagó Odebrecht, tambien… a El Marro en Guanajuato, bastión panista, “oasis de paz”, estado que quedó —convenientemente— fuera del teatro de operaciones de la guerra de Calderón, nadie en 12 años, lo tocó. Muchos de los millones de pesos que ganaba al día iban a dar a los bolsillos de políticos y policías que le brindaban protección—. La guerra, la corrupción y la impunidad hermanan a estos tres criminales.
García Luna y El Marro tienen las manos manchadas de sangre porque ordenaron, toleraron, propiciaron asesinatos y masacres. Pero Lozoya, un burócrata que no estaba en contacto con la guerra, no puede alegar inocencia en ese sentido. El dinero que robó, que pudo haberse empleado en salud, educación o seguridad, provocó la pérdida de muchas vidas. Los tres son producto de un régimen, hijos de una época en la que desapareció la línea que ha de separar siempre a la autoridad del crimen.
¿Quién es más criminal? Los tres son iguales. Los tres eran en el viejo régimen, como dice Hannah Arendt, “terrible y terroríficamente normales”. Los tres cometieron crímenes atroces y merecen, los tres, un castigo ejemplar.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio