Por Alejandro Gertz Manero
Frente a las agresiones brutales que estamos sufriendo, por una parte, en nuestra salud y vida a causa del coronavirus, y, por otra, en nuestra economía, trabajo y patrimonio por la crisis económica mundial, es indispensable identificar los orígenes y las características de cada uno de estos dos fenómenos genocidas.
Por lo que toca al Covid-19 que se desató hace cinco meses, en la ciudad de Wuhan, China, la irresponsabilidad en su prevención y manejo inicial han provocado quejas masivas a escala internacional contra la Organización Mundial de la Salud, por su incapacidad para advertir y enfrentar esa tragedia tan repetitiva y agravada, ya que en lugar de fortalecer su contención y establecer mecánicas de defensa social y de prevención eficientes, rápidas y acordes con la situación, se han concentrado, tardíamente, en remedios superficiales y elementales, casi medievales, de aislamiento, lavado de manos,cubrebocas y extracción de flemas; ha dejado en la indefensión y en el pánico a países, gobiernos y poblaciones, ante una mortandad masiva, lo cual es absolutamente inadmisible y reprobable.
Por lo que toca a la crisis económica mundial, este fenómeno tampoco es algo reciente o inesperado, ya que las constantes recesiones mundiales se vienen dando cada vez con mayor frecuencia como resultado de un obsesivo y reiterado modelo de producción masiva y desorbitada que sólo sabe explotar, más allá de sus límites, a los mercados cautivos, promoviendo endeudamientos impagables y especulaciones bursátiles tramposas e irresponsables, pero cuando esa pirámide de estafas se agota, entonces surgen las recesiones periódicas y saqueadoras que, al igual que los casinos, despluman a los incautos que cayeron en sus manos.
Esta repetición de recesiones defraudadoras se ha desbordado en los años recientes y es así como, en 2007, la estafa en bienes raíces provocó la devastadora bancarrota inmobiliaria para que inmediatamente después aparecieran las quiebras bancarias de Lehman Brothers y otras instituciones, después, las bolsas de valores produjeron sus propias recesiones para así continuar con las ocurridas en Rusia y en la Eurozona hasta llegar a Grecia y Ucrania que, en su explosión, casi desatan una guerra.
En ese marco de constantes fraudes durante décadas, ni los gobiernos encubridores ni los saqueadores habían sufrido un castigo proporcional a los daños causados o solapados. Por lo tanto, tampoco habían sentido la necesidad de buscar opciones justas y equitativas para generar un crecimiento más compartido y menos depredador hasta que, recientemente, en Estados Unidos, surgió un repentino cambio de señales económicas en rechazo a su endeudamiento vertiginoso y a su pérdida de productividad, en razón de una globalidad que se estaba apoderando rápidamente de su mercado interno y, en respuesta a ello, un nuevo gobierno decretó aranceles a las importaciones, presionó al sector industrial para que retornara su producción al país cancelando beneficios globalizadores y modificando tratados comerciales, todo ello con una evidente visión nacionalista que produjo una confrontación directa y contundente con el inmenso proyecto maquilador internacional establecido fundamentalmente en China, cuyo enorme producto interno está a su nivel más bajo en 10 años.
Ahora, esta nueva visión nacionalista y defensiva ya cundió y se está repitiendo en diversos países, como en Inglaterra, Japón y Hungría. Está colocando en situación de quiebra al modelo globalizador
con las consiguientes consecuencias de atonía, desfalco financiero y pérdida de fuentes de trabajo a escala mundial; nos indica, con ello, que la crisis económica tiene su propia génesis, sus propios responsables y tendrá sus propias consecuencias, independientemente del impacto que seguramente le dará la pandemia recién aparecida.
Un caso coincidente con el que nos amaga se dio al término de la Primera Guerra Mundial, en 1918, cuando los países europeos y Estados Unidos se encontraron en una gravísima crisis financiera, con pérdidas enormes, en razón de los costos y las deudas descomunales que produjo esa conflagración. En ese momento apareció la más terrible pandemia de influenza de la historia contemporánea, la cual trataron de frenar con aislamiento y cubrebocas, también como en el Medioevo, lo cual de nada sirvió y dejó cerca de 40 millones de muertos en un escenario y con métodos que esencialmente reportan notables similitudes con las que hoy nos afectan, 100 años después.
Como puede verse, cada uno de los dos fenómenos genocidas que nos están destruyendo tienen su propia historia, con antecedentes remotos y recientes bien identificables con responsables que han actuado de manera muy semejante y con víctimas masivas que siempre han acabado perdiendo su salud, la vida, sus ahorros, sus bienes, su presente y su futuro; sin que, hasta la fecha, haya existido un castigo ejemplar para quienes tanto daño han hecho, en un ámbito en el que nunca ha habido verdadera justicia.
Fuente: La Jornada