Por Víctor Flores Olea
¿Pero quién la busca? Evidentemente, la gran mayoría de los ciudadanos del país, pero no así, en general, los responsables institucionales de buscarla, afirmarla, ampliarla y contribuir a hacer de esa búsqueda, en serio, parte de las conductas políticas inaplazables de la sociedad mexicana.
Pienso que hoy, como colectivo actuante, posiblemente el YoSoy132 sea el más cercano en esa búsqueda, el que de manera más lúcida ha visto las mentiras y simulaciones de que está construida nuestra vida pública. En ese sentido no deja de ser admirable que, otra vez, un conjunto de jóvenes esté a la vanguardia de lo que México requiere urgentemente en política, y en primer lugar la limpieza de las instituciones y, claro, de la gran mayoría de los medios de comunicación o de información. Digo otra vez porque en 1968 los jóvenes tomaron la estafeta y, aun cuando sufrieron tremendamente y pagaron su atrevimiento, muchos con su vida y con la pérdida de sus libertades, quedaron su gesto y su gesta grabados en la historia de México.
Pienso firmemente que hoy no se llegará a tales extremos criminales, pero pienso también que los de hoy no se quedan atrás de sus mayores de hace cuatro décadas en cuanto a lucidez y claridad de las conductas. Muchos dirán que carecen del radicalismo necesario: pudieran tener razón, pero los tiempos cambian y hoy son así las cosas; el radicalismo en general tal vez sea materia de otros grupos, por ejemplo de ciertas clases sociales y sus asociados, pero no se trata de poner a competir radicalismos, sino seguramente de subrayar algunas ausencias escandalosas de la vida pública en México, y una de ellas es fundamental: la falta de cualquier especie de decencia en los informadores de los llamados mass media, que son aspecto fundamental (o debieran serlo) de la cultura, de la civilización de hoy. Y también la falta de esa decencia en los organismos públicos que supuestamente coordinan los procesos electorales.
Mencioné la palabra radicalismo, que es el adjetivo que se adjudica y con el que se acusa a Andrés Manuel Lópeza Obrador: pienso, en efecto, que la vida política del país está infectada deradicalismos, pero no precisamente el de Andrés Manuel López Obrador, sino más bien el de la derecha, el de aquellos que sostienen a toda costa el statu quode la sociedad mexicana. En el país ha habido cuando menos tres intentos de lograr por la vía electoral un cambio sustantivo en la dirección del país: 1988, Cuauthémoc Cárdenas; 2006, Andrés Manuel López Obrador, y otra vez AMLO en este 2012.
En los tres intentos los candidatos de la izquierda se han topado con un muro de granito de intereses que han hecho imposible su victoria, o que han dado concreción a una derrota que puede llamarse fraudulenta. ¿Cómo ha interpretado ese hecho una gran mayoría de la sociedad mexicana? Como una decisión de los poderosos de que no ha de pasar a la Presidencia una corriente que pueda calificarse de izquierda o reformista en serio. Sí, aparentemente se ha logrado la franquicia de los grandes intereses para que la izquierda gobierne la ciudad de México, pero no el país.
En realidad, este no pasarán encierra una gran provocación que tarde o temprano el país pagará con creces, porque hasta ahora la izquierda, en el fondo, ha acatado con relativa docilidad los obstáculos incluso ilegales o fraudulentos que se le han interpuesto, la prohibición de la derecha para ascender al poder. Pero todo tiene un límite, y ese límite podría ser el de variar sustantivamente la estrategia y dejar de lado la exclusividad que se ha otorgado a los procesos electorales y a las urnas para decidir que el poder es entonces más accesible por vía de las grandes movilizaciones populares, por decir lo menos, y no por la vía casi exclusiva del sufragio.
Hemos de decir, por lo demás, que ahora mismo no está definitivamente excluido que la discusión institucional se complemente o se fortalezca precisamente por vía de la presión popular, sacando al país de su modorra habitual y llevando la lucha política a otros extremos, precisamente el de las movilizaciones en aumento que realmente pongan en un dilema límite a las llamadas instituciones democráticas que, para decirlo con verdad, no han contribuido demasiado a desarrollar nuestra democracia (como se pretende) ni hacerla tangible y verdaderamente deseable para las grandes mayorías sociales. Cuando el silencio, el disimulo y la mentira se convierten en el modus operandi de las instituciones, ellas mismas se ponen la soga al cuello y definen el calendario de su caducidad o duración.
El YoSoy132 anuncia algo de las posibilidades abiertas en una elección que se pudre en las urnas. Sí, por supuesto, hay que probarlo ante tribunales, aunque hay que decir que jamás se probó ante los mismos la absoluta inequidad en que se desarrollaron los comicios en México durante más de setenta años, bajo la dictadura perfecta o bajo la presidencia imperial del PRI, según han dicho unos y otros.
Tal inequidad sigue existiendo sin ninguna duda y es nuestro mayor obstáculo hacia la democracia, como en esta elección de 2012, que no se reconoce ni acepta fácilmente, porque ha sido el modo de vivir político de los mexicanos durante demasiado tiempo. La profunda inequidad electoral que vivimos, también en 2012, es vista por las mayorías sociales como un inaceptable despojo, en tanto los beneficiarios de la misma, consideran que denunciarla y oponerse a ella es un ataque a nuestras costumbres políticas más arraigadas, como un verdadero atentado a muestras instituciones y a su raíz. El tema de la contestación, para los aprovechados, no se puede digerir.
No obstante, si de verdad se quiere avanzar en el camino de la democracia, y no sólo realizar cambios cosméticos, el tema central de la inequidad ha de reconocerse también por las instituciones electorales. Hoy parece difícil, mañana será inaplazable y ojalá no sea demasiado tarde.
Artículo publicado originalmente en La Jornada