Por Juan Becerra Acosta
Semanas antes del 2 de julio de 2000, cuando Vicente Fox ganó las elecciones y prometió una transición que jamás llegó, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano –candidato de aquel Partido de la Revolución Democrática del que hoy no queda nada– declinó la invitación del panista a sumarse a él para juntos derrotar a ese PRI al que finalmente Fox emuló durante todo su sexenio y con quien en una relación de promiscuidad política causó terribles daños durante un triste episodio de nuestro país llamado “prianato”.
El 2 de julio de 2000 se vivió en buena parte del país un ambiente festivo lleno de emoción que, no exento de suspicacia, daba la sensación de vivir en una nueva nación. El que el PRI dejara de gobernar, sus políticos empacaran las maletas para salir de Los Pinos y un ranchero de “oposición” que parecía haber salido de una película del “cine de oro” se convirtiera por mandato popular en presidente, representó un escenario fantasioso que terminó justo en eso: una efímera fantasía que intentó ocultar a la continuidad de un grupo de poder bajo el disfraz de una alternancia que, en lugar de ser eso, se cobijó en la permanencia e inmutabilidad.
Lo que le interesaba a la población era sacar al PRI del poder, ya que con ello se creía que sus mañas, males y transas también serían removidas. La forma parecía ser lo de menos, el fondo era lo que importaba y bajo ese clamor políticos, intelectuales, académicos y ciudadanos de formación progresista y con ideales de izquierda se deslumbraron, como en aquel mito lo hicieron los mexicas frente a los espejitos que los invasores intercambiaron por su oro, y creyeron en un proyecto que no existió.
Cómo olvidar a Porfirio Muñoz Ledo transitar por la avenida de los Insurgentes mientras levantaba la mano de Vicente Fox, y cómo no olvidar a Cuauhtémoc Cárdenas, quien, en medio de aquel carnaval político, rechazó renunciar a su candidatura, aun sabiendo que no tenía los números suficientes para ganar la elección, en beneficio de Vicente Fox y con él de una ultraderecha que tanto se aleja de los principios que buscan justicia y derechos para todos y no sólo para minorías privilegiadas por un sistema de premia a la riqueza y castiga a la pobreza. Sabía el ingeniero Cárdenas que apoyar a Vicente Fox representaría un retroceso, tenía la seguridad de que Vicente Fox era contradictorio e ignorante y sabía que, carente de ideales, había apoyado desde el Legislativo las contrarreformas neoliberales salinistas. Continuar con su propia candidatura era ser fiel y coherente con los principios éticos del movimiento que encabezó.
Antier se presentó uno más de los varios intentos opositores por crear alianzas, se llama “Mexicolectivo” y, bajo el entendido de que la oposición es necesaria en cualquier democracia, hubiese resultado interesante conocer qué proyecto presentan para ser un contrapeso real y serio que abone a la vida política del país, no sólo con fines electorales o politiqueros. Pero las oraciones estuvieron, en su mayoría, emitidas por viejos políticos con viejos discursos que nada nuevo aportan; a ellos se sumaron ideas y exigencias en temas de agenda social e inclusión que urgen ser atendidas, pero las propuestas para hacerlo no fueron planteadas más allá de lugar común. Dentro de este proyecto están Francisco Labastida –candidato del PRI en 2000–, José Narro, ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y secretario de Salud con Peña Nieto, y el ex procurador y jurista Diego Valadés, de quienes se acaba de deslindar Cuauhtémoc Cárdenas, quien, con toda la forma que eso representa, no estuvo presente en el encuentro, a pesar de que días antes la convocatoria lo tenía como protagonista.
Cárdenas es precursor del movimiento de la Cuarta Transformación, así lo reconoció ayer el presidente Andrés Manuel López Obrador al tiempo en el que por primera vez con toda claridad y sin matices señaló una rivalidad política. Llamaron la atención y el desconcierto versiones que daban por hecho que el ingeniero, quien fue líder de la izquierda en México, hubiese dado el cruce que no dio en 2000, el de un Rubicón que separa, escudado en el pragmatismo, la orilla donde se ubica la lucha de los históricamente olvidados con el lado donde está el intento de mantener los privilegios que el abuso a los que menos tienen genera.
Cuauhtémoc Cárdenas no cruzó ese Rubicón, como tampoco lo hizo en 2000, pero en esta ocasión se acercó demasiado a su orilla cuando el movimiento por el que tanto luchó tiene la posibilidad, desde el propio Estado, de transformar al país bajo los principios que él mismo desde varias tribunas predicó. Se detuvo antes de echar la suerte; queda aún en el aire el cuestionamiento sobre sus indefiniciones en tiempos que son de definición.
Fuente: La Jornada