El rastro de los primeros americanos

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El esqueleto de una joven de hace 12.000 años hallado en un cenote sagrado de Quintana Roo revela que los pobladores que llegaron al continente son los antepasados de los nativos actuales

Por Alicia Rivera/ El País

¿Quiénes fueron los primeros americanos? ¿De dónde llegaron? ¿Qué relación les une con las poblaciones nativas actuales? Una adolescente de hace 12.000 años, cuyo esqueleto prácticamente íntegro se ha descubierto, junto a huesos de animales, en una cueva llena de agua en México responde ahora a esas cuestiones. Naia, como ha sido apodado el esqueleto, sería una chica de unos 15 o 16 años cuando cayó en la cueva, entonces seca, y murió. Medía un metro y medio de altura y tenía los rasgos craneales y faciales característicos de los primeros americanos, notablemente diferentes de los actuales. Pero su ADN muestra su parentesco con los nativos americanos contemporáneos. Fue su antepasada, procedente de aquellas poblaciones que entraron desde Asia en el continente americano por la región (entonces emergida) del estrecho de Bering y se fueron extendiendo hacia el Sur. Así que no hubo oleadas diferentes de pobladores de diversos lugares, como sostenía alguna hipótesis.

“Lo más emocionante es que finalmente, después de 20 años, tenemos una respuesta acerca de quienes fueron los primeros americanos”, resume James Chatters, líder del equipo que ha hecho el descubrimiento, sin olvidar todos los atractivos del proyecto: “La preciosa cueva, los esqueletos de animales increíblemente bien conservados, el esqueleto humano casi completo y el éxito de nuestro innovador enfoque de datación”.

El submarinista Alberto Nava, que trabaja en California, y sus colegas mexicanos Alex Álvarez y Franco Attolini, exploraban, en mayo de 2007, una cueva llena de agua cristalina (un cenote) en la península de Yucatán, a ocho kilómetros de la costa del Caribe. Recorrieron un túnel inundado de kilómetro y medio y desembocaron en una gran cámara llena de agua y tan oscura que la bautizaron Hoyo Negro. Regresaron dos meses después con potentes focos para investigar la caverna y allí vieron, en el fondo, a unos 50 metros de profundidad, junto a restos de animales, un cráneo humano. “Estaba sobre un saliente, hacia arriba, con un conjunto perfecto de dientes y las oscuras cuencas de los ojos mirándonos”, recuerda Nava.

Así arrancó el proyecto científico de Hoyo Negro y, tras varias campañas de inmersión y trabajo minucioso para sacar los fósiles y analizarlos, los científicos y los buceadores presentan ahora en la revista Science, a bombo y platillo, el esqueleto de Naia con todas las respuestas que aporta sobre los albores de la historia humana en América. La chica está emparentada con los cazadores-recolectores del noreste de Asia que migraron a la zona emergida que ahora es el estrecho de Bering hace entre 26.000 y 18.000 años y que empezaron a desplazarse hacia el sur por Norteamérica a partir de hace 17.000 años.

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El cráneo de Naia en el fondo de la cueva. / ROBERTO CHAVEZ ARCE

“Los nativos americanos modernos se parecen mucho a la gente de China, Corea y Japón”, explica Chatters . “No así los esqueletos americanos más antiguos”, que tienen cráneos más alargados y estrechos y caras más pequeñas, pareciéndose más a la gente actual de África, Australia y el Pacífico Sur. “Esto ha generado especulaciones acerca de que tal vez los primeros americanos y los nativos actuales proceden de diferentes lugares o migraron desde Asia en diferentes estados de su evolución”, explica este arqueólogo y paleontólogo de la Universidad de Washington, y uno de los codirectores del proyecto de Hoyo Negro junto con la arqueóloga Pilar Luna, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (México).

Aunque Naia (ninfa griega del agua) es uno de los esqueletos americanos más antiguos que se han encontrado, hay otros, e incluso se ha recuperado ADN de ellos para hacer análisis genéticos que muestran su relación con los nativos americanos modernos. Pero dada la discordancia entre los rasgos craneales y faciales de unos y otros, parte de los científicos —incluido el mismo Chatters hace un tiempo— defendían la hipótesis de que pudieron llegar a América diferentes oleadas de pobladores, de distintos lugares. El problema es que los restos encontrados hasta ahora o eran fragmentarios o, en el caso de Anzick, un ejemplar de hace 12.700 años descubierto en Montana, se trata de un niño, lo que deja muchos resquicios para las dudas y las interpretaciones.

El esqueleto de Naia, tan completo, supera esos problemas. Además, los científicos han logrado extraer de sus dientes ADN (mitocondrial, es decir, de fuera del núcleo celular) y los análisis muestran su claro parentesco con los nativos contemporáneos, pese a no compartir las características craneales y faciales.

“La chica de Hoyo Negro estaba relacionada con los nativos americanos actuales y tiene ancestros de la misma población de Beringia”, señala Deborah Bolnick (Universidad de Texas en Austin) cuyo equipo es uno de los tres que, independientemente, han realizado los análisis de ADN de Naia. “Este estudio, por tanto, no sostiene la hipótesis de que los paleoamericanos migraron desde el Sureste Asiático, Australia o Europa, sino que llegarían de Beringia [región ahora parcialmente sumergida que incluye partes de Siberia y Alaska], como los nativos americanos actuales, aunque muestran algunos rasgos faciales y craneales diferentes, que serían cambios [evolutivos]acaecidos en Beringia y en el continente americano en los últimos 9.000 años”.

La datación del esqueleto ha sido muy compleja, dada su prolongada permanencia en el agua, pero los investigadores han logrado con varios métodos, establecer una antigüedad mínima de 12.000 años y máxima de 13.000, concordante con lo que cuentan los fósiles de animales de Hoyo Negro, varios de ellos extinguidos hace 12.000 años.

Naia debió caer en la cueva (unas fracturas en la pelvis, apuntan esta hipótesis) y morir allí hace entre 12.000 y 13.000 años, como cayeron grandes mamíferos (incluido el felino dientes de sable). Entonces Hoyo Negro estaba en un sistema de cavidades seco, en una época en que los glaciares de la Tierra atrapaban enormes cantidades de agua en forma de hielo y el nivel del mar era mucho más bajo. Con la subida del nivel de las aguas, hace unos 10.000 años, la cueva se inundó y la galería de los huesos solo es ahora accesible para submarinistas experimentados. Por eso dice Chatters, que en este proyecto “los buceadores son los astronautas, y nosotros los científicos, su centro de control de la misión”.

Fuente: El País

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