El que lea, entienda

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Por Alejandro Páez Varela

Nueva York-– Las causas de la Revolución Mexicana que recientemente alcanzó su éxito no son bien entendidas al sur del Río Grande, por lo que no es sorprendente que sean menos y menos comprendidas conforme se viaja al norte desde la frontera.

“Hasta con observaciones superficiales, cuando se transita por la República hermana en los años recientes, no hay duda que el régimen de Díaz fue simple y puramente despótico, pero se sostuvo con frecuencia que dentro de todo, el despotismo era benevolente y la mejor forma de gobierno por lo menos para las masas.

“Sólo un examen cuidadoso releva cómo el dictador fue usurpando funciones de la Legislatura y el aparato judicial, y cómo no hubo reparación alguna para los padecimientos de la gente.

“Díaz impuso a jueces que debieron ser electos, y nominó a los congresistas que, de acuerdo con la Constitución, debieron ser votados por electores. Métodos como los de Díaz no fueron vistos sino en el golpe en Rusia. Eligió a sus ministros de gabinete y éstos fueron confirmados por sus senadores.

“El Congreso que auditó sus cuentas y sus gastos fue compuesto por hombres que él seleccionó, para esos propósitos, por su docilidad de carácter. Esos congresistas nunca fueron vistos o electos por los votantes y algunos de ellos ni siquiera reconocerían en un mapa el distrito que representaban.

“Después de todo, sin embargo, todas estas personas mencionadas arriba eran sólo ornamentales, y el verdadero mecanismo por el que todo el país era gobernado desde una Presidencia en realidad déspota, era el siguiente:

“El Presidente imponía a los gobernadores de los estados soberanos que formaban la República, y ellos seleccionaban por invitación los congresos locales, como Díaz mismo hacía con el Congreso federal.

“Los gobernadores nombraban a los Jefes Políticos [en el original está en español]; casi siempre eran carpetbaggers [término usado en Estados Unidos para definir de manera peyorativa a los impuestos en un territorio de manera abusiva e ilegal] que imponían su señorío sobre los distritos en los que estaban divididos los estados. Por supuesto, un Gobernador inteligente consultaba con la Ciudad de México y sus déspotas para estos nombramientos. El Gobernador y/o Jefe Político –más frecuentemente este último, mientras el Gobernador freía otro pescado en la capital de estado– designaba a los presidentes que reinaban en los municipios, y los secretarios, que reinaban sobre los pueblos en los que estaban subdivididos los distritos”.

“No había en ningún lugar ni siquiera una sugerencia de equilibrio. Estos funcionarios no se rendían en la práctica ni ante jueces, y de hecho su poder para gobernar con justicia o para reprimir se derivaba de la misma fuente de poder de los juzgados. El Secretario de un pueblo sólo rendía cuentas ante el Presidente [municipal]; éste, a su vez, ante el Jefe Político, luego ante el Gobernador y el Gobernador, ante el Presidente. Y hasta allí. Cada uno era un pez más o menos grande en su más o menos grande piscina.

“En la Ciudad de México, el Presidente podía y decía quién estaba facultado para solicitar dinero a los bancos y quién no, mientras que en los distritos, el Jefe Político decía quién podía cultivar ciertos campos; a qué precios debía vender su cultivo el dueño y a quién, y con quién podían relacionarse sus esposas y sus hijas.

“Díaz castigaba, de maneras que no diré aquí, a aquellos que no eran lo suficientemente sabios como para atender sus mandatos. Con ellos se podrán cubrir páginas negras de la historia mexicana, historia todavía no escrita, pero el menor de estos castigos [de Díaz]en la capital era recluirlos al ostracismo social y a la fuina financiera.

“El Jefe Político tenía armas iguales [para los disidentes]o más crudas. Los castigos menores para aquellos que no se doblegaban a sus deseos era enrolarlos en el ejército con convictos o con otros más dignos pero igualmente desafortunados.

“Gobiernos como estos, o abusos de esa naturaleza, envían a miles de mexicanos a la frontera cada año de los distritos del norte de México hacia Texas y Arizona. Algunos se convierten en colonos permanentes pero otros vuelven con dinero y con un sentimiento más definido sobre sus males y sobre el remedio en sus manos. Son estos hombres los que dieron la bienvenida a Madero, cuando su campaña educativa lo llevó a prisión, se saltó el pago de la fianza y levantó el estandarte de la revolución”.

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El texto anterior fue escrito por Stephen Bonsal y publicado en The New York Times el 25 de junio de 1911 con el título “The Mexican Revolution As Seen From The Inside”. Se reprodujo al mismo tiempo en The Dallas News como “Causas que llevaron a los mexicanos a la Revolución”, de donde lo he traducido gracias al acervo público del Portal de la Historia de Texas.

Cien años después, Raymond Caballero recoge, para su libro Lynching Pascual Orozco, otros párrafos de esa misma serie de artículos escritos en esas  fechas por Stephen Bonsal. Todos son sobre las causas que llevaron a la Revolución Mexicana.

En tiempos de Díaz, explica Caballero, “los contratistas favorecidos por lo regular tenían tanto trabajo que subcontrataban a otra firma, comúnmente extranjera, que recibiría, claro, parte del precio del contrato”.

Bonsal escribió en 1911, en otro artículo:

“El contratista hacía dinero, los amigos del Secretario de Hacienda hacían dinero: todos hacían dinero excepto los desafortunados estados y municipios, que generalmente pagaban un alto precio por lo que era frecuentemente una pobre pieza de obra pública”.

Me pareció importante compartir estos párrafos con mis lectores mientras leía, por otras causas, algo sobre aquella historia tan conocida.

Y el que lea, entienda.

Felices fiestas.

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