Por Pedro Miguel
El ciclo neoliberal dejó un universo de agravios, carencias, descontentos y desajustes que empezaron a resolverse desde el 1º de diciembre de 2018 y cuya solución plena tomará años
La tragicómica desesperanza de la oposición en México se origina en su incapacidad para entender que la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia marcó el inicio de un ciclo largo: la Cuarta Transformación (4T) cifra su permanencia más allá de este sexenio en el cumplimiento de un programa de transformaciones, rediseños institucionales y avances sociales que es necesario para restañar los profundos daños causados por el neoliberalismo, así como una reformulación de la integración de México en la economía global, en una época en que el Consenso de Washington ya no dio para más. La mala noticia para los opositores de la reacción neoliberal es que la 4T apenas está empezando y que aún tiene mucha gasolina; en tanto el grupo gobernante se mantenga en el cumplimiento del programa transformador, es razonable suponer que seguirá contando no sólo con el respaldo electoral de las mayorías, sino también, lo más importante, con la participación de la ciudadanía en el proceso de transformaciones.
Ciertamente, como en toda derecha, en esta oposición existe la tentación de aventurarse por el camino del golpismo en cuanto se ve perdida en el terreno electoral. Pero para ello se necesita el respaldo de la masa mediática, del empresariado, de las fuerzas armadas y de una masa crítica de sectores medios. Para su desgracia, sólo cuenta plenamente con el primero de esos factores, y éste pierde fuerza y credibilidad día tras día, no sólo por la transición de los medios convencionales a nuevas maneras de información, sino también por el desprestigio que han acumulado la mayor parte de los consorcios mediáticos tras décadas de legitimar al viejo régimen oligárquico a cambio de sumas cuantiosas y prebendas hoy inconcebibles. Las instituciones castrenses, el grueso de los empresarios y buena parte de las clases medias comprendieron desde hace más de tres años, al margen de afinidades o animadversiones ideológicas con la 4T, que el proyecto de país que ésta representa es el único viable.
El ciclo neoliberal dejó un universo de agravios, carencias, descontentos y desajustes que empezaron a resolverse desde el 1º de diciembre de 2018 y cuya solución plena tomará años. No se han acabado la pobreza ni la inseguridad ni los cacicazgos ni las perversiones de la clase política ni la corrupción en diversos ámbitos de la administración pública: el país está en una lucha contra estas miserias y la mayoría piensa que se avanza. En tanto se mantenga esa percepción de avance, la derecha no va a tener posibilidades de disputar la Presidencia y seguirá condenada a contentarse con sus consabidos estruendos calumniosos.
La 4T, por su parte, debe empezar a prepararse para llevar a cabo en 2024 una transición presidencial que no la ponga en un trance crítico. El gobierno –y ojalá que todos sus integrantes lo comprendan– no debe distraerse de su tarea principal, que consiste en proseguir el rescate y la transformación del país. En cuanto a Morena, tiene ante sí la tarea de derrotar en las urnas los bastiones que le quedan al prianismo –Coahuila y el estado de México, el año entrante–, no sólo para asentar en ellos los avances políticos y sociales logrados en el ámbito federal, sino también para cortarle a la clase política residual la teta de los recursos públicos que ha usado de manera perversa para mantenerse en el poder, ya sea mediante la compra del voto o con el recurso de la fuerza pública, como pudo verse en los comicios pasados, especialmente en Aguascalientes, Durango y Tamaulipas.
Al mismo tiempo, es necesario preparar la candidatura presidencial de 2024, y para ello nada mejor que olvidarse un poco de los nombres propios y concentrarse en la propuesta que se va a presentar al electorado. En 2018 no sólo triunfó un movimiento y su líder, sino también un proyecto de país que se venía cocinando desde tres lustros antes y que tuvo tres expresiones acordes con distintos momentos políticos: el Proyecto alternativo de nación (2004), el Nuevo proyecto de nación (2011) y La salida (2017). El éxito mismo de la presidencia obradorista en concretar la mayor parte de las propuestas contenidas en el tercero de esos documentos conlleva la necesidad de renovar buena parte de los contenidos de la agenda transformadora, mantener al mismo tiempo sus principios y lineamientos generales, refrendar los compromisos de austeridad y honestidad, poner a la consideración de la ciudadanía nuevos proyectos de desarrollo y dar continuidad, extensión y profundidad a los programas sociales que constituyen la columna vertebral de la política de bienestar de la presidencia obradorista.
El programa será además un indispensable factor de consenso, cohesión y unidad, y quienes aspiren a suceder a López Obrador deberán asumirlo como compromiso, de modo que el “quién” pierda peso ante el “qué”.
Finalmente, el poder no debe ser visto como un fin en sí mismo, sino como un medio para hacer cosas en beneficio del país y de sus habitantes. Va siendo tiempo de pensar en las propuestas.
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Fuente: La Jornada