El pop coreano y el cuerpo globalizado

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Los jóvenes que adscriben a la cultura “K-pop” o pop coreano viven el “síndrome de la cirugía plástica” y llegan a operarse incluso para parecerse a sus ídolos y hasta intervienen sus cuerpos para borrar rasgos orientales.

Por Mariano Turzi

Siempre los jóvenes han querido ser como sus ídolos. La cultura rock&roll implicaba tener el corte de pelo de Mick Jagger, la forma de moverse de Elvis o la vestimenta de los Beatles. Las tendencias culturales se manifiestan también en la adopción de patrones de consumo como marca de identidad y pertenencia. Los jóvenes asiáticos hoy –cuya cultura es el “K-pop” o pop coreano– están llevando esto al límite, operándose incluso para parecerse a sus ídolos. Hallyu (la ola) es el término que hace referencia al aumento de la popularidad de telenovelas, películas y música popular coreana en otros países.

Las novelas televisivas son furor entre las audiencias de Japón, India, Tailandia, Singapur, Filipinas y Vietnam. Un año antes de los Juegos Olímpicos en Beijing en el año 2008, los contenidos culturales coreanos en la TV china superaban a todos los otros contenidos extranjeros combinados. La producción cultural contemporánea de Corea del Sur –una industria que en 2012 exportó entretenimiento por un valor de 794 millones de dólares– posicionó al país como un líder regional. La magnitud de la industria está generando la homogeneización de gustos, hábitos y prácticas entre los jóvenes asiáticos a escalas sin precedente. La Sociedad Internacional de Cirugía Plástica situó a Corea del Sur en el octavo puesto global en cantidad de cirugías estéticas. Si se hace el cálculo por habitante, emerge como el primero en el mundo. Los procedimientos más comunes son inyecciones de botox y hialuronato sódico, lipoplastia y aumento de busto. Pero entre los jóvenes ha crecido la popularidad de la blefaroplastia (intervención en los párpados, en este caso redondeo de los mismos con los fines de reducir los rasgos asiáticos).

La búsqueda eterna de la belleza

El Korea JoongAng Daily condujo una encuesta que expresó que el 41% de los adolescentes de entre 13 y 19 años decían estar dispuestos a operarse para una mayor belleza, 10 puntos más que aquellos entre 20 y 29 años; 20 puntos más que aquéllos en sus 30 años y 30 puntos por encima de los que están en sus 40. En 2011, el Ministerio de Educación produjo un documento a circular entre estudiantes secundarios para advertirlos acerca del “síndrome de la cirugía plástica”.

En este sentido, una mirada estructural enmarcaría el fenómeno como una progresiva incorporación a la división internacional del trabajo en un sistema capitalista global crecientemente diferenciado. Así como en lo macro el país asiático se inserta en las cadenas globales de producción, también va perfilando un modelo de consumidor. La homogeneización no ya del producto sino del consumidor. La singularidad de productos y personas se diluye en los contextos de urbanización. Además, Corea vive a un ritmo “pali, pali” (rápido, rápido) en que la infraestructura en las ciudades grandes cambia por mes, renovándose, destruyéndose permanentemente para crear algo más nuevo, más desarrollado, más tecnológico. Esos cambios son constantes en la parte de Asia que vive y vibra al límite de la globalización. Se cambia de lugar de residencia, de profesión, de trabajo, de vecinos, de amigos, de relaciones. Y también de cuerpo. El mercado impone el estándar y la ciencia lo hace posible.

Desde la antropología, la interpretación sería en la línea de lo que comentara a Ñ el antropólogo francés David Le Breton: existe un “formateo del cuerpo mediante cirugías estéticas, regímenes, uso de cosméticos y técnicas estéticas”. La diversidad en el plano corporal como afirmación natural de la singularidad ha perdido lugar frente a la fetichización del estereotipo que impone la objetivización mercantil.

En términos simples, lo que antes constituía un simple hecho de la vida (que las personas tienen diferentes formas y colores) hoy es truncado por las necesidades del mercado (que las personas deben ser iguales para que el mismo producto se les pueda vender). Barbie ha triunfado: lo que lleva a las jóvenes asiáticas a quitarse los rasgos orientales de los ojos es lo mismo que impulsa a mujeres africanas a intentar blanquearse la piel. Y si no, que lo diga Valeria “Lera” Lukyanova, la ucraniana que ha modelado su fisonomía hasta ser una verdadera Barbie de carne y hueso.

El modelo globalizado de cuerpo tiende a la uniformización y estandarización globales, “comoditizando” gustos y consumos. De Seúl a New York, de Brasilia a Londres y de Shanghai a Buenos Aires, los sectores más pudientes se visten en las mismas marcas, comen en las mismas cadenas globales y utilizan la misma tecnología. Y ese avance consumista está penetrando en los intersticios más profundos de la singularidad: la(s) cultura(s).

El consumo cultural como marketing está llevando a que los consumidores se vuelvan ellos mismos merchandising de sus propios ídolos. Otra forma posible de comprender el fenómeno, es imaginar un cruce entre el arte pop de Andy Warhol y la biopolítica de Michel Foucault. Por el lado artístico, la industrialización del fenómeno cultural ha masificado a los consumidores del K-pop. La lata de sopa Campbells o la caja de detergente Brillo –como objetos descontextualizados de la sociedad de consumo y la cultura de masas– son reapropiados como arte.

El proceso de simbiosis warholiana entre obra de arte y objeto de consumo masivo es simétrico al de los fans coreanos que se operan para ser como sus ídolos. El proceso de producción artístico de Warhol en su estudio La Fábrica buscaba reproducir la línea de montaje y la producción industrial en serie. Ahora no es solamente cómo se hacen las cosas sino cómo son quiénes las consumen. Por el lado del filósofo francés, la intervención quirúrgica sobre el cuerpo físico encuentra un inquietante paralelo con esa intervención que se hace sobre los cuerpos en el aparato de producción para que se ajusten a las necesidades y demandas de los procesos económicos.

La seducción visual

En el campo virtual –Corea lidera la penetración de banda ancha móvil a nivel global– eso ya es hace tiempo posible. Las redes sociales permitieron crear perfiles de usuario “estirando” la realidad –más de un incauto ha probado esto al confrontarse en una cita real con su objeto de deseo virtual. Juegos de realidad virtual como Second Life van un paso más allá y posibilitan “nacer de nuevo”, creándose una identidad virtual (avatar) que puede contar con todo lo que nuestra identidad real carece.

La identidad personal puede ser superada poniéndose fuera del cuerpo. Programas de edición de fotos permiten reducir ojos rojos, cambiar el tono de la piel, ajustar curvas y borrar incómodos ex. Esto es más extremo: es photoshop de la realidad; reconvertirse físicamente. En última instancia, la fantasía es ser más de lo que uno es, (re)construirse para ser uno y muchos; todo en uno. Desde la mitología comparada, Joseph Campbell nos recordaba que en el universo de la máscara se puede ser cualquiera y cualquier cosa. Eso se inscribe en una utopía científico-política de origen norteamericana que busca fundir el cuerpo a la máquina a través de sustancias químicas regeneradoras (desde yogures probióticos a aguas vitamínicas) o implantes biónicos (desde anteojos de realidad aumentada hasta prótesis mejoradoras de la performance). Buscar sobrepasar las ligaduras corporales es una ilusión de omnipotencia de la mente pura. El boom de las cirugías evidenciaría el impulso colectivo hacia la creación de la máscara, acaso como forma de escapar de la propia realidad.

Fuente: Revista Ñ

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