El periodismo en la narconovela

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Por Sanjuana Martínez

¿Todos los seres humanos somos potenciales periodistas? Tal vez, pero con sus diferencias como en cualquier profesión. Hay periodistas ciudadanos, periodistas profesionales, periodistas casuales, periodistas de a mentiras, periodistas merolicos, periodistas aplaudidores del gobierno… en fin.

Conozco personas que solo por escribir una columna se llaman “periodistas”. Gente que por hablar en un programa de chismes del espectáculo se llaman “periodistas”. Algunos han estado toda su vida frente a un micrófono leyendo noticias y también se asumen como “periodistas”, aunque nunca se han ensuciado los zapatos reporteando ni mucho menos conocen los géneros más allá de la entrevista o la columna. Hay incluso aquellos que por escribir crónicas mezclando ficción y publicando libros, también se dicen “periodistas”. De acuerdo.

Pero hay de periodistas a “periodistas”. El intrusismo en nuestra profesión es constante y potente. Algunos lo hacen a conveniencia para manejar sus propios intereses, otros más como hobby, el resto para adquirir un estatus frente a la sociedad.

Pero el periodismo es una carrera, una profesión que también se aprende en las aulas, les guste o no les guste. El periodismo es algo muy serio como para ejercerlo a lo tonto. El periodismo no solo es un oficio que se aprende en las calles o en las redacciones, aunque conozco grandes periodistas que se forjaron allí, sobretodo de la vieja guardia. Sin embargo, pasar por las aulas tiene sus ventajas. Allí algunos de nosotros hemos cursado cinco años de carrera, más otros tantos de posgrados, diplomados o doctorados.

“No hay algo más inútil que una escuela de periodismo”, me decía el otro día una colega empírica. Claro. Comprendo su posición, pero a mi me resulta inaceptable. En las aulas se aprenden las normas básicas de los géneros, las formas de la información, el análisis del mensaje. Se adquiere un compromiso ético con la verdad, muy necesario a la hora de escribir y difundir información.

¿Por qué debe estar unido este componente ético al periodismo? Porque como dice Joseph Pulitzer en su libro “sobre el periodismo” es fundamental: “Sin unos ideales éticos, un periódico podrá ser divertido y tener éxito, pero no sólo perderá su espléndida posibilidad de ser un servicio público, sino que correrá el riesgo de convertirse en un verdadero peligro para la comunidad”.

Quienes reniegan de la existencia de las facultades de periodismo o comunicación y las satanizan, argumentan que la educación universitaria crea diferencias de clase en la profesión periodística. Por supuesto que las crea, pero de una clase basada no solo en el dinero o la transacción de un texto o un video para ser difundido, sino en la ética y la educación basada en el compromiso social con la verdad. Las escuelas de periodismo finalmente son un filtro para marcar a los aptos y a los ineptos, como las escuelas de medicina o cualquier otra carrera. Finalmente, las diferencias de clase marcadas en base a la ética, la moral, la educación y el conocimiento, son totalmente válidas y necesarias para la sociedad.

Cuando fundaron la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, Joseph Pulitzer advertía de los peligros que acechaban el periodismo, en especial, el comercialismo y la falta de ética en un modelo de gestión empresarial basado solamente en la rentabilidad económica. Y se preguntaba, si el periodista ¿nace o se hace?.

Su respuesta fue tajante: “El único puesto que puede ser cubierto por un hombre por el mero hecho de haber nacido hombre es el de imbécil. ¿Acaso hay algún puesto para el que un hombre no demande y reciba una formación ya sea esta en casa, en academias, en facultades, a través de maestros …?

La función del periodista, finalmente, es crucial en el desarrollo democrático de una sociedad. El periodista tiene el privilegio de moldear opiniones al difundir sus noticias o artículos, posee la extraordinaria oportunidad de darle voz a los que no la tienen, puede incluso lanzar luz sobre aquello que permanece oscuro.

Por tanto, el conocimiento y la destreza aprendida sobre los géneros periodísticos es absolutamente necesario a la hora de realizar una entrevista, el género supremo del periodismo, utilizado para nutrir todos los demás, en la producción de noticias. Las hay de todo tipo: divulgación, testimonial, perfil o semblanza, interpretativa, de cuestionario o informativa.

La entrevista al Chapo realizada por Sean Penn y producida por Kate del Castillo ya ha sido analizada infinidad de veces, pero me gustaría añadir algunos puntos importantes más allá de cuestiones judiciales, antes de que nos olvidemos de la misma.

La pieza publicada por Sean Penn en la revista Rolling Stone tiene un fallo de origen: se hizo en base a las reglas del entrevistado, vulnerando el principio de libertad tan necesario a la hora de hacer nuestro trabajo. De acuerdo, se trata de un delincuente, un capo de la droga peligroso, y cualquiera contraviene las exigencias de alguien así, pero si no se exigen unas condiciones mínimas de libertad, entonces deja de ser una entrevista y se convierte en una pieza de propaganda o publicidad.

Hay que reconocer el valor y el talento de Sean Penn. Ya fue explicado, que envió las preguntas sin posibilidad de réplica. Pues bien, en en esas preguntas falta un elemento indispensable: la crítica, el cuestionamiento. No hay una sola pregunta incisiva, Penn no exploró su lado oscuro, tampoco pensó en las víctimas del capo derivadas de la venta de droga y de la violencia generada por su actividad criminal. No hay una sola alusión a los muertos, tampoco a sus cómplices en el gobierno, ni mucho menos a sus socios en las empresas que le han permitido expandir su imperio.

Las entrevistas con cuestionarios previos y preguntas pactadas dejan siempre inconformes a la audiencia. Son entrevistas a modo cuya finalidad es exaltar el ego del entrevistado y del periodista. El periodismo no es como el cine. El periodista tampoco es como un actor. Si la finalidad era hacer una película autobiográfica bajo los lineamientos del capo de la droga, la entrevista es ciertamente más propagandística que informativa.

La entrevista al Chapo ciertamente fue un bombazo exclusivo. El valor para realizarla también se les reconoce a sus autores. Las circunstancias fueron igualmente especiales. Sin embargo, podemos decir que el contenido de la misma fue muy pobre. Nos ha quedado claro que una entrevista con un capo de la droga, bajo las condiciones del capo, se convierte solamente en pura propaganda. Y como ejemplo, tenemos la entrevista al Mayo Zambada realizada por Julio Scherer.

Trabajé 20 años con Julio Scherer y puedo decir que esa polémica portada fue considerada por algunos de nosotros, como un error. Particularmente porque al permitir que el capo de la dora lo abrazara para la foto que ilustró su texto, se desvaneció el equilibrio y la distancia necesaria que el periodista debe procurar a fin de evitar ser engullido por el entrevistado. Aquello pareció más un “encuentro entre conocidos”, que una entrevista para ofrecer no solo el escándalo de la exclusiva, sino una información valiosa y un contenido de excelencia, tal y como nos lo enseñó Scherer. Entre sus múltiples enseñanzas, nos ayudó a comprender la importancia de resistir precisamente la seducción del personaje, desafiar al encantador de serpientes que se suele tener enfrente a la hora de entrevistar un importante y agudo personaje, sin etiquetas.

La entrevista es un duelo entre dos, es la lucha por el descubrimiento de la verdad, de lo oculto; es un cara a cara de agilidad mental para obtener la confesión de aquello de lo que a veces nunca se ha hablado. Sin cuestionamientos sustentados en la crítica es fácil perder el rumbo. Por eso, el periodismo debe huir de la seducción que emana el personaje a fin de hacer esas preguntas duras e incisivas.

Hacer entrevistas no solamente consiste en sentarse enfrente del personaje y hacer preguntas. Hay que prepararse con antelación en un proceso previo de búsqueda de información. Y lo más importante, hay que pensar en la tercera persona a la hora de preguntar, es decir, en el lector, en las audiencias. Las entrevistas a los verdugos, criminales, capos de la droga son importantes, pero no a cualquier precio. Efectivamente, como decía Scherer, si el diablo nos da una entrevista hay que hacerla, pero yo añadiría, siempre y cuando, el diablo no nos censure, ni determine el contenido de la misma eliminando las preguntas que le resultan incómodas o nos revisé y edité el texto a su antojo.

La ausencia de preguntas claves en la entrevista al Chapo resulta peligrosa. La pobreza del contenido, se transforma entonces, en la construcción de un héroe. Si los periodistas permitimos usar el mensaje para su satisfacción y publicidad, corremos el riesgo de convertir al villano en un paladín de la justicia. Si le permitimos justificar sus negocios ilícitos, lo estamos ayudando a ser un ídolo, un superhombre, un paladín, un ejemplo de “empresario” y buen samaritano.

El periodista se convierte entonces en un “tonto útil” usado para aumentar el ego del personaje y de sí mismo. La discusión a estas alturas no es si Sean Penn y Kate del Castillo son periodistas y sí recibieron remuneración económica. La cuestión ahora, es determinar si la entrevista al Chapo cumplió realmente con su cometido. ¿Ese era el objetivo? ¿Convertir al forajido en un héroe?

Hay que rescatar los principios éticos del periodismo, esa gran obsesión de Joseph Pulitzer, cuyo afán por la enseñanza moral de esta noble profesión en las escuelas, salva los más puros ideales: “Nada menos que los más altos ideales, el más escrupuloso afán por hacer las cosas bien, el conocimiento más minucioso de los obstáculos y el más sincero sentimiento de la responsabilidad moral salvarán al periodismo de la sumisión a los intereses económicos que buscan fines egoístas, antagónicos al bien social”.

Pulitzer nos da una lección, de esas, que se enseñan en las escuelas de periodismo y que muchos que ejercen la profesión de manera empírica, desprecian:
“El periodista tiene un puesto que sólo le pertenece a él. Sólo él tiene el privilegio de moldear las opiniones, llegar a los corazones y apelar a la razón de cientos de miles de personas diariamente. Esta es la profesión más fascinante de todas”.

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