Por Pablo Gómez
Un neoliberal sin titubeos, un tecnócrata de carrera, un político de escritorio, un lector sólo de textos de circunstancia, un alto servidor público desde joven sólo en gobiernos neoliberales fracasados, un temprano defensor de los intereses de la banca rescatada con bonos Fobaproa, un operador del llamado sector financiero del Estado, dos veces secretario de Hacienda, alto funcionario de los dos gobiernos del PAN (Vicente Fox y Felipe Calderón), del anterior del PRI (Ernesto Zedillo) y del actual (Enrique Peña Nieto). Además, carece de militancia formal en partido político. Es el perfecto candidato. Es José Antonio Meade.
El aspirante tiene, sin embargo, problemas en cuanto a su prestigio. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, uno de los templos del neoliberalismo mundial) dice que el actual gobierno mexicano “no ha logrado disminuir la pobreza ni la desigualdad”. En otras palabras, los actuales gobernantes mexicanos son unos defraudadores porque hace más de cinco años prometieron reducir esas dos aberraciones.
La pobreza no sólo se mantiene, sino que se reproduce. En su reciente informe, Perspectivas Económicas, la OCDE afirma que 40% de la gente en México “no puede comprar la canasta básica de consumo”: son unos 45 millones de pobres.
Al tiempo, señala que “16 de cada 100 mexicanos (y mexicanas) tienen un ingreso que los mantiene por debajo de la línea de pobreza”, es decir, son casi 20 millones de “infrapobres”. Habría que agregar que la desigualdad tiene ahora su máximo nivel histórico pues menos de 1% de las familias acapara cerca de la mitad de la riqueza individual: México es el país más desigual de la OCDE y uno de los peores del mundo en esta materia.
Dicho informe señala que “la inflación ha desbordado con creces la meta del banco central -que es de 3% y ahora se sitúa en 6.3%-, como consecuencia de la depreciación acumulada del peso durante 2017 y de la progresiva liberalización de los precios nacionales de los carburantes”, mejor conocida como el “gasolinazo” y más recientemente los “gasazos” que le han pegado aún más duro a la gente.
Sigue la OCDE: “la deuda pública registró un aumento sostenido que la llevó de representar un monto equivalente a 43% del Producto Interno Bruto (PIB) en 2012 hasta más de 58% en 2016, lo que propició que las agencias de calificación modificasen de estable a negativa su perspectiva de la deuda soberana de México”.
José Antonio Meade, llamado en público cariñosamente Pepe por Peña Nieto, es cómplice del sobreendeudamiento de su promotor político, Luis Videgaray, y es culpable directo de las reducciones en la inversión pública y de los recortes presupuestales del gasto social.
Los datos anteriores no han sido dichos sólo por López Obrador, sino que ahora los señala la OCDE, por lo que no podrían ser tildados de “populismo” o de otros insultos.
A la hora de las recomendaciones, la OCDE se limita mucho, pero alcanza a sugerir “la lucha contra la evasión fiscal” y la implantación de “programas para erradicar la pobreza extrema”, nada de lo cual se le ha visto intentar a José Antonio Meade como secretario de Hacienda, dos veces, y de Desarrollo Social.
El perfecto candidato es un neoliberal perfecto y, en tanto que ostenta esa calidad, tiene sobre sus hombros el fracaso del neoliberalismo en México.
Pero más acá de la tragedia mexicana de los últimos 35 años (él lleva 20 como neoliberal práctico), Meade es uno de los responsables de la reciente continuidad del estancamiento de la economía nacional e, incluso, directa y personalmente, es culpable de la caída nominal del PIB en el último trimestre, la cual ya viene a ser el colmo de los desatinos gubernamentales.
Como recién ha dicho la OCDE, “las políticas monetaria y fiscal no están respaldando el crecimiento”: esto es obra del perfecto candidato.
Más allá de la OCDE, la crítica al desempeño de los neoliberales en el poder, desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña y sus respectivos discípulos o amigos, entre ellos José Antonio Meade, estriba en que México ha empeorado no sólo en su situación social y en sus números macroeconómicos, como el PIB per cápita, por ejemplo, sino también en sus perspectivas.
Lo que impera son las desgracias de la violencia galopante, la falta de esperanzas, el resentimiento de la juventud y el que las nuevas generaciones de trabajadores están siendo condenadas a vivir peor que sus padres.
El estrepitoso fracaso del neoliberalismo en México no es algo que le importe a los grandes empresarios, a los políticos del sistema de corrupción hecho Estado nacional y a los ideológicos del conservadurismo.
Ellos aplauden a su perfecto candidato queriendo proyectar el mensaje ideológico de que, al fin, México tendrá un presidente sin partido que, por lo mismo, sí podría resolver los problemas nacionales, aunque no acierten a definir cuáles son ni cómo encararlos.
¡Ah!, perdón, promete Meade que va a convertir a México en potencia, pero, ¿con qué tecnología propia, señor candidato priista sin partido? Ustedes, los neoliberales, se han encargado de impedirla y no han querido crear las escuelas superiores que se requieren ni han invertido en investigación y desarrollo. Ya renunciaron prácticamente a todo, incluyendo la ingeniería petrolera mexicana pues ahora de plano entregan yacimientos a las trasnacionales y mantienen quebrada a Pemex.
No deberíamos aspirar a ser “potencia mundial” mediante un perfecto eslogan mentiroso y puramente electorero, sino un país que tenga verdadero rumbo cierto, que luche contra la desigualdad y la pobreza, la corrupción y la violencia, que se empeñe en alcanzar la democracia y reivindique sus propias riquezas como medios para lograr su progreso social.
Fuente: Proceso