El nuevo mandatario cubano, un enigma

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El nuevo presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, quien será el primer civil en gobernar la isla desde el triunfo de la Revolución, en 1959, llega al cargo sin el poder que tuvieron sus antecesores, Fidel y Raúl Castro, y con la desafiante tarea de gobernar una nación cuyo modelo socialista necesita reinventarse para sobrevivir a los nuevos tiempos.

Por Rafael Croda/ Proceso

El ingeniero electrónico y funcionario de larga trayectoria en el Partido Comunista de Cuba (PCC) tiene el mérito de venir desde la base del entramado institucional que los líderes históricos de la Revolución Cubana diseñaron, y tiene la ventaja de conocer, como pocos dirigentes en la nación caribeña, cómo funciona la envejecida estructura burocrática con la que le tocará ejecutar las políticas de su gobierno.

Díaz-Canel, quien cumplirá 58 años este viernes, parece un cubano del común, y siempre, desde sus años de dirigente de las juventudes comunistas en su natal provincia de Villa Clara, ha tratado de actuar como tal. Es austero, habla con la gente en la calle, y en los encuentros sociales bebe con moderación cerveza Presidente y ron.

Quienes lo conocieron en Santa Clara, la capital provincial, recuerdan que ya siendo funcionario del PCC se transportaba en bicicleta, vestía pantalones de mezclilla y camisetas, y usaba el cabello largo.

 

Las mujeres que trabajaban con él decían que se parecía al actor estadunidense Richard Gere. Aun hoy, ya con el pelo cano y unos pocos kilos demás, le da un aire al intérprete de “Gigoló americano”.

El estilo de Díaz-Canel, serio en su trato, pero más informal y menos solemne que sus antecesores, sin duda gustará a las nuevas generaciones de cubanos.

También caerá bien el hecho de que, por primera vez en 59 años, Cuba tendrá algo muy parecido a una primera dama, aunque esa figura no existe en el protocolo oficial. Fidel nunca mostró a su esposa, Dalia Soto del Valle. Y cuando Raúl fue electo presidente, en 2008, ya había muerto su compañera de siempre, Vilma Espín.

En cambio, Díaz-Canel suele aparecer en público con su esposa, Lis Cuesta, una funcionaria del Ministerio de Cultura. En las elecciones legislativas del mes pasado acudieron a votar juntos, y ella lo ha acompañado en varios viajes oficiales por América Latina y Asia.

Pero más allá de los cambios de forma que se esperan en el estricto protocolo cubano, en las cuestiones de fondo Díaz-Canel es un enigma. No sólo en lo que respecta a lo que está dispuesto a hacer en materia de reformas al modelo socialista de economía centralizada, sino en lo referente a lo que podrá hacer.

El nuevo presidente no tiene ni el carisma ni el poder de sus antecesores, Fidel y Raúl Castro. Tampoco el dominio que estos llegaron a tener de las dos instituciones más poderosas de la isla: el Partido Comunista y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Es por ello que la llegada de Díaz-Canel a la presidencia no sólo marcará el relevo generacional de los líderes de la Revolución que gobernaron la isla desde 1959, sino que abrirá un periodo de incertidumbre en el que el “delfín” de Raúl Castro tendrá que demostrar si será un dirigente de transición o un líder modernizador capaz de llevar a Cuba hacia un socialismo más parecido al de China que al de la desaparecida Unión Soviética.

De Santa Clara a La Habana

Miguel Díaz-Canel, con 33 años de trayectoria en el Partido Comunista de Cuba (PCC) y experiencia como ministro y como primer vicepresidente de los consejos de Estado y de Ministros, ha dado pocas muestras de lo que será su gestión como presidente.

Es extremadamente cauto en sus discursos y muy renuente a fijar en público sus posturas políticas.
Lo mismo se ha mostrado como un renovador que quiere una prensa más crítica y dar mayor acceso a internet a la población, que como un ortodoxo que llama a manejar con prudencia el proceso de apertura económica y a cerrar el portal informativo On Cuba, con base en Miami, porque tiene una línea “muy agresiva con la Revolución”.

Esto, aunque “digan que censuramos”, aseguró en un video de una reunión con miembros del PCC que se filtró en agosto pasado.

Nadie sabe si esto es algo que dijo para tranquilizar a la línea dura del Partido Comunista o si realmente lo piensa.

Lo que sí ha expresado con toda claridad es que se propone dar continuidad al proceso de reformas emprendido por Raúl Castro –quien conservará hasta 2021 el cargo de primer secretario del PCC–, aunque ha advertido que “es un proceso más complejo de lo que pensamos en un principio”.

Y un postulado que ha hecho propio y que sin duda pasará a formar parte del discurso oficial es el de construir un socialismo “próspero y sostenible”, lo que necesariamente pasa por acelerar el tránsito hacia un modelo económico con más mercado, menos Estado, mayor productividad y facilitación de la inversión extranjera.

Esto es algo que, en su momento, hicieron China y Vietnam, artífices del llamado socialismo de mercado y países que Díaz-Canel ha visitado.

Lo que es un enigma es si el nuevo presidente cubano hará los ajustes al modelo cubano con la rapidez y la profundidad que se requiere.

El profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Texas, Arturo López-Levy, quien trabajó como analista en el Ministerio del Interior de Cuba en los 90, recuerda a Díaz-Canel como un funcionario afable y siempre dispuesto a solucionar problemas.

Dice que lo conoció en Villa Clara hace unas tres décadas, y en un par de interacciones que tuvo con él le dejó la impresión de que era justo en sus decisiones, nada burocrático y muy ejecutivo.
Díaz-Canel se graduó como ingeniero en 1982 en la Universidad Central de Las Villas, en Santa Clara, donde después fue profesor y dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas, la incubadora de los futuros funcionarios del régimen.

Según su biografía oficial, al terminar su carrera hizo tres años de servicio militar en una unidad de cohetes antiaéreos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y entre 1987 y 1989 cumplió una “misión internacionalista” en Nicaragua, donde el gobierno sandinista enfrentaba la guerra de los “contras” patrocinados por Estados Unidos.

A su regreso se casó con su novia de juventud, Marta Villanueva, la madre de sus dos hijos. Durante muchos años vivió con ella en casa de sus suegros.

En 1994, Díaz-Canel fue designado primer secretario del Comité Provincial del PCC en Villa Clara y nueve años más tarde pasó a ocupar el mismo cargo en la provincia de Holguín, donde con mucha discreción hizo una purga de funcionarios corruptos.

Raúl Castro, quien entonces era el número dos del régimen, lo propuso como miembro del Buró Político del PCC, que reúne a la crema y nata de la élite dirigente cubana.

En 2009, un año después de que Raúl fue electo presidente de Cuba en reemplazo de su convaleciente hermano Fidel, Díaz-Canel fue nombrado por su mentor político como ministro de Educación Superior. Junto con su esposa, Lis Cuesta, se fue a vivir a La Habana.

De Díaz-Canel, Raúl ha destacado su “sólida firmeza ideológica” y su amplia trayectoria como un cuadro del PCC que se inició “en la base”.

En 2012 dejó su cargo como ministro y asumió como vicepresidente del Consejo de Ministros. Y un año después fue designado como primer vicepresidente de los consejos de Estado y de Ministros, lo que lo colocó como el número dos del régimen y el primero en la línea sucesoria.

Al anunciar su designación, en febrero de 2013, Raúl Castro no ocultó que Díaz-Canel era su “delfín”. Dijo que su nombramiento respondía a la necesidad de preservar “la unidad ejecutiva frente a cualquier contingencia por la pérdida del máximo dirigente” y a garantizar “la continuidad y estabilidad de la nación”.

El nombramiento, señaló el presidente cubano, es “un paso definitorio en la configuración de la dirección futura del país, mediante la transferencia paulatina y ordenada a las nuevas generaciones de los principales cargos”.

Para Arturo López-Levy, pocas transiciones de liderazgo en la historia de América Latina y los países comunistas han sido “tan cuidadosamente diseñadas”.

Desde ahora, dice el profesor de la Universidad de Texas, y hasta el VIII Congreso del Partido Comunista, en 2021, “corresponderá observar cuán hábil es la elite cubana para ejecutarla”.

Raúl, el poder en la sombra

Una ventaja para el nuevo presidente será que Raúl Castro permanecerá como primer secretario del Partido Comunista, el cargo de mayor jerarquía en esa organización política que dicta “los lineamientos” al gobierno.

Desde allí, el octogenario dirigente será el poder en las sombras y podrá jugar un papel de contención frente a los sectores más resistentes a las reformas.

El nuevo presidente de Cuba “dependerá en gran medida del respaldo de Raúl Castro y de la legitimidad institucional que el cargo le da”, asegura Arturo López-Levy.

Según la Constitución cubana, Díaz-Canel, como presidente, será el comandante en jefe de las FAR, pero su relación con los militares no se anticipa fácil. Es el primer civil en gobernar la isla desde hace 42 años y su principal vínculo con la institución armada seguirá siendo Raúl.

Para López-Levy, lo que ocurrió este miércoles en el Palacio de Convenciones de La Habana, donde Díaz-Canel fue electo como nuevo presidente de Cuba, fue, más que la irrupción de un nuevo líder, el desembarco generacional de las nuevas elites postrevolucionarias que comparten los valores nacionalistas de sus antecesores, pero que han estructurado sus convicciones, intereses, valores y privilegios en torno a experiencias distintas.

“Los herederos del castrismo –señala el doctor en estudios Internacionales de la Escuela Joseph Korbel– ascendieron al poder sin competir con él, sino al contrario: por su lealtad, obediencia y capacidad burocrática para implementar las políticas que los octogenarios líderes les dictaron”.

Díaz-Canel, afirma, es el mejor situado de la nueva generación por su variada trayectoria institucional y geográfica, pero como no tiene una base de poder equivalente a sus predecesores, su reto será consolidar “un liderazgo colectivo”.

Cuba, señala el académico de la Universidad de Texas, vivirá desde hoy una “nueva institucionalidad postotalitaria, con pluralismo burocrático, menor movilización de masas y un leninismo menos rígido, donde descansa la probabilidad realista de una acentuación de las reformas”.

El nuevo presidente, plantea López-Levy, necesitará una gestión colegiada y sensible a la discusión de políticas públicas.

Esto, al tiempo que deberá enfrentar la hostilidad del presidente estadunidense Donald Trump, quien ya ha comenzado a obstaculizar el proceso de normalización de relaciones con Cuba iniciado por su antecesor, Barack Obama.

Este escenario, dice el analista cubano, empujará a Díaz-Canel “a la cautela” y a construir un liderazgo “transaccional, no transformador, en el que podrá coordinar soluciones a los problemas, pero no se propondrá una transformación sistémica”.

Y la transición se dará en la misma arquitectura institucional diseñada por los hermanos Castro, en la que el PCC, las FAR y el Consejo de Estado son los pilares del poder.

“Ese diseño institucional tendrá, en esta etapa, un mayor peso, porque Fidel, con su carisma, avasallaba las instituciones, y Raúl ejercía un gran control sobre ellas”, señala López-Levy.

El profesor de la Universidad Nacional de Colombia, Carlos Alberto Patiño, considera que el cambio de mando en Cuba tendrá un efecto en la relación de la isla con América Latina y el mundo, en el que se puede esperar un mayor acercamiento del gobierno de La Habana con países como México y Brasil.

“También creo que en esta transición pueden incrementar su influencia en Cuba dos potencias emergentes: China y Rusia, en especial ahora que Trump parece empeñado en marcar distancia con La Habana. Esto disminuye la influencia que pueda tener Estados Unidos en este proceso de cambios”, afirma el catedrático.

Fuente: Proceso

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