Por Parag Khanna*
Los últimos años han sido difíciles para las economías de los BRICS (grupo formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
La previsión de crecimiento de Brasil se rebajó considerablemente debido a que el superciclo de las materias primas se frenó; las adversidades políticas de Rusia redujeron sus reservas; la moneda de India sufrió un importante revés ya que sus niveles de deuda superaron el apetito del mercado; y Sudáfrica ha estado asolada por la corrupción y los conflictos laborales. Solo China ha echado por tierra las expectativas de que se produjera un inminente estallido de la burbuja y ha mantenido un crecimiento sólido. Por tanto, no es de extrañar que Jim O’Neill, el exejecutivo de Goldman Sachs que acuñó el término BRICS, afirmase el año pasado que si tuviera que hacerlo otra vez, no sería un acrónimo en absoluto, sino más bien solo “C” de China.
Las cumbres de los BRICS que se han celebrado anualmente desde 2009 han sido parecidas, más efectistas que sustanciales, hasta ahora. Brasil, que sorprendió al mundo al conseguir que no se derrumbara ningún estadio durante el Mundial, también se las ha ingeniado para organizar la primera cumbre de los BRICS que ha pasado de la retórica a la acción.
Más infraestructuras que inversión militar
El Nuevo Banco de Desarrollo que se anunció en Fortaleza hace unas semanas supone la creación de una plataforma de crédito colectiva dirigida exclusivamente por los países BRICS. Con un capital autorizado de 100.000 millones de dólares (74.700 millones de euros), podría prestar hasta 34.000 millones de dólares al año. La fuerte atención prestada a las infraestructuras es lógica: dos terceras partes de los países del mundo son construcciones poscoloniales que materialmente se están desmoronando —en particular la propia India— y que necesitan desesperadamente un incremento a largo plazo de las inversiones en infraestructuras. Los presupuestos nacionales incluyen, a lo sumo, un billón de los tres billones de gasto en infraestructuras necesarios solo para mantener los actuales niveles de crecimiento del PIB.
No es un eufemismo decir que se trata de una nueva clase de banco para un nuevo orden mundial. Por primera vez en la historia, el gasto en infraestructuras supera habitualmente al gasto militar. Las ciudades, los edificios, las carreteras, los ferrocarriles, los oleoductos, los gasoductos, los puertos, los puentes, los túneles, las torres de telecomunicaciones, los cables de Internet y otra clase de activos representan hasta dos billones de dólares al año en el gasto mundial, un poco más que los 1,7 billones de dólares que se gastan en Defensa, pero la diferencia es cada vez mayor. La financiación de las infraestructuras es hoy día un instrumento de la geopolítica tan importante o más que las alianzas militares.
Nacido del resentimiento hacia el banco mundial
Por lo tanto, el Nuevo Banco de Desarrollo no solo ha nacido del resentimiento por el hecho de que los principales donantes del Banco Mundial y del FMI se aferren tenazmente a sus excesivas cuotas de voto, sino que también refleja una diferencia en la filosofía sobre la necesidad de dar primacía a las infraestructuras físicas sobre otras prioridades (como la educación, la sanidad, los derechos de las mujeres, etcétera) hacia las que el Banco Mundial se ha orientado en las últimas décadas. Desde un punto de vista holístico, estas inversiones son fundamentales para una prosperidad y un bienestar nacional equitativos, pero nada crea empleo e impulsa literalmente la “construcción del Estado” como las infraestructuras.
Las consecuencias de la crisis financiera demostraron que el estímulo fiscal, especialmente el gasto en la formación de capital fijo bruto (un elemento importante de las infraestructuras), genera unos beneficios mucho más importantes para el crecimiento del PIB que únicamente el estímulo monetario. EE UU ha hecho sobre todo esto último, mientras que China ha hecho ambas cosas.
Es innegable que la presión de los BRICS ha hecho que la atención internacional pase a centrarse en esto. En la cumbre del G-20 del año pasado celebrada en Rusia se anunció una Línea de Crédito Mundial para Infraestructuras (GIF por sus siglas en inglés) con el fin de aumentar los recursos financieros para la creación de empleo y las inversiones que incrementan la productividad, así como un Fondo de Preparación de Proyectos (PPF por sus siglas en inglés) para ayudar a que los proyectos de infraestructuras de los países resulten más atractivos para los mercados de capitales. Pero aunque el G-20 es un buen mecanismo de evaluación por iguales (y de presión por iguales), no es una entidad crediticia.
Cumplir los objetivos del G-20
Por tanto, el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS puede cumplir los elevados objetivos del G-20, pero también debería servir de puente para canalizar el exceso de liquidez y de ahorros mundiales de unos 75 billones de dólares (en manos de fondos de pensiones, fondos de riqueza soberana, gestoras de grandes patrimonios, etcétera) hacia proyectos de infraestructuras esenciales mediante la asociación con el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (OMGI) y con otras instituciones financieras y no financieras que pueden hacer más atractivas unas inversiones que, de lo contrario, serían de alto riesgo, a través de acuerdos con aseguradoras, de inversiones protegidas de la inflación y de otros instrumentos. En su búsqueda de una rentabilidad decente en el mundo posterior a la relajación cuantitativa, es probable que la comunidad mundial de inversores participe en los proyectos del banco de los BRICS siempre que se tomen estas medidas para obtener unos rendimientos decentes.
Es innegable que el objetivo de la generación de una inversión en infraestructuras inmediata, fuerte y a largo plazo es encomiable, y es tan importante, en realidad, que su cumplimiento no debería depender solo de los BRICS. De hecho, uno no puede obviar el desacuerdo que existe entre los miembros de los BRICS y que podría dificultar la misión del Nuevo Banco de Desarrollo en los próximos años. No es precisamente un secreto que hasta la decisión de quién albergaría el banco fue uno de los diversos problemas que casi frustran el anuncio por completo.
A última hora, se acordó que China e India crearían el banco en el primer año, ubicado probablemente en Shanghái y cuyo director sería indio (y luego se turnarían en el cargo directores de Rusia, Brasil y Sudáfrica).
También conviene recordar que China acaba de crear su propio Banco Asiático de Infraestructuras, que rivaliza, de hecho, con el Banco Asiático de Desarrollo dominado por Japón y con sede en Manila, y no invitó a India a incorporarse a él. Es evidente que China está aumentando su actividad crediticia a través de numerosas plataformas, y sabe muy bien que la financiación de las infraestructuras no es solo un instrumento que los BRICS pueden usar colectivamente, sino también internamente.
* Parag Khanna es escritor e investigador de la New America Foundation.
Traducción de News Clips.
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Fuente: El País