Por Epigmenio Ibarra
Hoy a la justicia, que por fin se ha echado a andar en nuestro país, la llaman venganza. A la necesaria y urgente exhibición de aquellos periodistas que por unos cuantos millones de pesos del erario vendieron su voz y su voluntad al régimen corrupto, ahora los mismos pretenden hacerla parecer un atentado contra la libertad de expresión. A la verdad la presentan como mentira. A la democracia recién conquistada, resultado de una elección “libre y auténtica” como lo exige la Constitución, la califican de dictadura.
Tienen los medios, el dinero, el poder y la fuerza para tratar de imponer su versión de los hechos. Apuestan a la misma estrategia que usaron en las últimas tres campañas presidenciales: a la repetición —hasta el infinito y siguiendo la táctica de Joseph Goebbels— de la mentira para despertar, en amplios sectores de la población, los más primitivos instintos del ser humano. Es el suyo el discurso del odio. Con él pretenden hacer que un miedo irracional y feroz se instale entre nosotros. Han sido, durante décadas, los victimarios y hoy, con un descaro brutal, se presentan ante el país como víctimas.
En otros gobiernos, a estas alturas, mientras unos cantaban loas a los gobernantes más corruptos e impresentables otros buscaban un puesto o una tajada del botín. Son los mismos que arroparon, en la política, en los medios, en la empresa privada, a Felipe Calderón y lo cubrieron de halagos luego de que éste se robara la Presidencia. Son los que justificaron su guerra y avalaron la masacre. A Enrique Peña Nieto lo presentaron como el gran reformador y con él firmaron un pacto para consumar el saqueo de la nación y continuar la guerra, pero ya sin las diatribas patrióticas del michoacano y guardando un ominoso silencio ante masacres y desapariciones masivas. Antes habían endiosado a Salinas de Gortari y celebrado las gracejadas de Vicente Fox Quezada, el hombre cuya traición a la democracia costó tanto dolor y tanta sangre a este país.
Hoy por todos los medios, todos los días y en todas las esferas de la vida pública se pronuncian contra Andrés Manuel López Obrador y su gobierno. Se dicen opositores, empresarios preocupados por el país, periodistas objetivos con voz crítica e independiente, acuciosos analistas de la realidad nacional. Nunca, sin embargo, habían juzgado con tanta prisa y severidad a gobiernos del PRI o el PAN. Menos se habían atrevido a lanzar, una tras otra, las más catastróficas profecías. Quienes habían sido hasta ahora sumisos y obsecuentes con el viejo régimen se presentan, de pronto, como adalides de la democracia y defensores de la patria.
Ni una ni otra les importaron antes ni les importan ahora. A la democracia en estricto sentido no la conocen; nunca la han vivido. La patria es para ellos solo una coartada y no la han recorrido jamás a ras de tierra. Aunque AMLO los considera opositores, lo cierto es que ellos a él lo ven como un enemigo, y como tal lo tratan. Por eso, sin recato alguno, se suman a la difusión de fake news o a campañas propagandísticas que no tienen sustento alguno en la realidad y cuyo propósito es descarrilar al actual gobierno. Pintan, nos pintan, un mundo al revés. No pueden con la democracia, pero no entienden que la democracia sí puede con ellos.
Fuente: Milenio