Por Álvaro Sanz Martínez*
Los países que compiten por celebrar la Copa Mundial de Fútbol lo hacen con la promesa de crecimiento económico, inversión y nuevos empleos. Brasil acogerá el verano de 2014 el segundo Mundial de su historia y espera que se creen 700.000 empleos y que el PIB aumente un 0,26%, lo que equivale a 4.000 millones de dólares. Pero no todo el mundo se beneficiará de esta fiesta. Los desahucios, la explotación y las violaciones de derechos humanos predominan en los preparativos para el campeonato mundial.
Más de 150.000 personas serán desalojadas de sus hogares durante esta celebración. Se viola el derecho a la vivienda en las sedes del Mundial y de las Olimpiadas. Se ha producido una aceleración en la expulsión de la población local de áreas “estratégicas” y en muchos casos se han degradado los barrios para conseguir la aceptación de estas intervenciones.
La ONU ha denunciado ante las autoridades que varias ciudades-sede de la Copa Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos han practicado desalojos y desplazamientos forzados. El organismo asegura que se han llevado a cabo múltiples desahucios sin que se haya dado a las familias tiempo para proponer y discutir alternativas. En los barrios de favelas saben que serán desalojados, pero no cómo ni cuándo.
Los incentivos al abandono de la zona son sutiles, pero no dejan duda: primero les cortan la luz y luego empiezan los rumores del desalojo. Inseguridad, amenazas, informaciones falsas, cortes en los servicios básicos, presión política y psicológica, son el día a día en estas favelas. Barrios enteros deben desaparecer para permitir la construcción de estadios y otras infraestructuras, tales como carreteras o aeropuertos.
El derecho a una vivienda está contemplado tanto en la Declaración Universal de Derechos Humanos como en el Acuerdo Social de Naciones Unidas. Esto incluye, desde el acceso a agua potable y a suministro eléctrico, hasta una vivienda asequible que ofrezca protección del calor y del frío y que esté cerca de escuelas y lugares de trabajo. Nada de esto es respetado durante los preparativos de la Copa del Mundo: mucha gente ha sido desplazada fuera de las ciudades, a docenas de kilómetros de sus lugares de residencia originales y donde apenas hay escuelas o servicios de salud.
Una cuarta parte de la población de Brasil vive en la pobreza. La explotación de los trabajadores de la construcción es otro aspecto importante a tener en cuenta. A menudo los obreros que trabajan en los estadios e infraestructuras, lo hacen en condiciones de explotación. Se ven obligados a luchar por el pago de horas extra y el suplemento requerido por trabajar el fin de semana.
Tal como ya ha sucedido en anteriores ocasiones, la Copa del Mundo crea un ambiente propicio para la explotación sexual de mujeres.Esto incrementa la situación de vulnerabilidad de mujeres y niños y ofrece oportunidades de negocio para explotadores y traficantes que pretenden pasar por hinchas de fútbol. Con el fin de luchar contra este problema, Brasil ha lanzado un Plan de Acción para prevenir la explotación sexual y el Gobierno ha creado un grupo de trabajo para evitar que estos abusos se lleven a cabo.
Pero aún no es demasiado tarde para cambiar todo esto. La FIFA todavía puede hacer que esta Copa del Mundo sea motivo de celebración para todos y todas. Tiene que hacer frente a su responsabilidad y contribuir a mejorar las condiciones de vida de la población de Brasil y comprometerse a velar por la aplicación de condiciones de trabajo adecuadas y salarios justos. Brasil exige a la FIFA que todos aquellos que se beneficien de la Copa Mundial paguen impuestos sobre esos beneficios, de esta forma, no acabará con una montaña de deudas que afecte a sus presupuestos sociales.
* Álvaro Sanz Martínez. Periodista
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