El hambre mata más que el narco

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Por Sanjuana Martínez

José Sánchez Carrasco no murió solamente por una negligencia médica. Lo mató el hambre. Tenía tres semanas sin comer. Su cuerpo totalmente desnutrido recuerda las imágenes de los africanos famélicos de Biafra.

Se llamaba José Sánchez Carrasco y representa el colapso del sistema de política social del gobierno de Enrique Peña Nieto. Murió afuera del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en el patio del Hospital General de Guaymas, Sonora, después de esperar atención médica durante cinco días.

José Sánchez Carrasco no tenía dinero. Tampoco seguro social. Era jornalero. Trabajaba en la siembra y recolección de sandía por “el lado de la 12”. En esos campos de México donde los dueños de las tierras no tienen nombre.

José Sánchez Carrasco fue contratado como jornalero, pero el dueño ocultó su nombre. Esos dueños que ofrecen salarios de miseria que ni siquiera llegan al mínimo miserable. En esos campos de México donde no hay inspección alguna del Seguro Social ni de la Secretaría del Trabajo, donde los empresarios del campo pagan con comida o alcohol 18 horas de trabajo diarios. Donde aún existe el sistema de pago en las tiendas de raya del siglo pasado. Donde se trabaja en condiciones de esclavitud.

José Sánchez Carrasco fue ignorado por decenas de médicos y enfermeras que cada día pasaban por el patio del hospital. Lo veían allí tirado en el suelo. Cubierto con un cobertor a cuadros que alguien le regaló para mitigar el frío.

José Sánchez Carrasco era invisible. Así de invisible como los 53 millones de pobres que hay en México y de ellos, tan invisible como los más invisibles 28 millones de pobres alimenticios. Esos pobres invisibles que tienen hambre. Esos invisibles que mueren por “cuadros agudos de desnutrición” como él, que no es más que morir de hambre en México.

José Sánchez Carrasco tenía 38 años. Nació en Guachochi, Chihuahua, pero se crió en Casas Grandes. Se lastimó la columna mientras trabajaba jornadas extenuantes. No podía caminar. Las piernas no le respondían, tampoco el cuerpo. Se sentía débil. Sin fuerzas.

José Sánchez Carrasco tenía los ojos negros, el cabello color azabache y la piel morena. Su rostro simboliza el rostro de la discriminación en México. Del desprecio a los más pobres de los pobres.

José Sánchez Carrasco intentó hablar con un médico: “El doctor no me atendió, ni siquiera habló conmigo; me dijeron (en el hospital), quítate la ropa para que se te refresque”, dijo en un video que le grabaron un día antes de morir.

José Sánchez Carrasco fue visto por el propio director del hospital, Alfredo Cervantes Alcaraz, quien dijo luego de su muerte: “No se veía enfermo. No tenía dinero. Por eso no lo atendimos”.

José Sánchez Carrasco sí estaba enfermo. Enfermo de hambre. Pero desgraciadamente no estaba entre los siete millones de la Cruzada Contra el Hambre de la inefable Rosario Robles. Y aunque hubiera estado, difícilmente el atole de Nestlé o la Pepsi lo hubieran ayudado a salvar su vida.

José Sánchez Carrasco dejó de respirar el 21 de octubre. El director del hospital, el doctor Cervantes Alcaraz, dice con absoluta naturalidad: “Él llegó al hospital pero no contaba con dinero y no se le pudo atender. Él mismo decidió quedarse debajo de un árbol, donde durmió varios días y un médico salió a checarlo en el trayecto de su estancia en las afueras del hospital. Pero nunca fue hospitalizado”.

José Sánchez Carrasco fue invisible también para el Secretario de Salud de Sonora, Bernardo Campillo García. Mientras él estaba tirado en el patio del hospital del IMSS, el Secretario andaba disfrutando una subasta de caballos.

José Sánchez Carrasco fue invisible para el DIF de Sonora, para el DIF nacional, para la Comisión Estatal de Derechos Humanos, para la Comisión Nacional de Derechos Humanos, para las organizaciones no gubernamentales de asistencia social; incluso fue invisible para los reporteros que le hicieron su última entrevista y se fueron. Los reporteros que no le creyeron que llevaba tres semanas sin comer. “Allí hay comida, come José”, le dice el periodista, sin percatarse de que su avance de desnutrición ya no le permitía ingerir nada.

José Sánchez Carrasco pudo haber sobrevivido con un suero vitaminado. Pudo haber sobrevivido con una simple inyección que le evitara la deshidratación. Pudo haber sobrevivido con medicamentos, con atención profesional elemental. Ni siquiera requería intervención quirúrgica o algún método complicado de atención.

José Sánchez Carrasco murió como los miles de niños que mueren en México por una simple diarrea. Murió como los que mueren por cólera o por cualquier otra enfermedad cuya vacuna o debida atención médica lo evitaría.

José Sánchez Carrasco es uno de los muertos por desnutrición. Según el Centro de Estudios e Investigación en Desarrollo y Asistencia Social (CEIDAS), basado en datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), del 2001 al 2010 murieron 85 mil 343 personas por desnutrición, frente a las 49 mil 804 víctimas por la violencia.

José Sánchez Carrasco fue uno de los 12 millones de mexicanos que no tienen ingreso suficiente para comprar la canasta básica de alimentos. Ni para tener un techo digno donde vivir, ni para comprar ropa, ni acceso a educación o salud.

José Sánchez Carrasco representa el fracaso de los programas sociales convertidos en la caja chica de los gobiernos, en el botín de cada sexenio.

José Sánchez Carrasco tampoco fue salvado por el Pacto por México de Enrique Peña Nieto, ni por su simuladora política social que está generando más hambre y pobreza.

José Sánchez Carrasco es la imagen de la falta de equidad en la distribución de la riqueza. Del desprecio de los que tienen. Del desinterés de los ricos empresarios y prósperos funcionarios, diputados, senadores, gobernadores, alcaldes, regidores…  que acumulan millones frente la mitad de la población de México que se muere de hambre.

José Sánchez Carrasco no tiene historia propia. El gobierno no ha encontrado a su familia. El gobierno quiere que después de muerto siga siendo invisible. El director del IMSS, José Antonio González Anaya, cree que despidiendo al director del hospital se acaba el problema. El aparato del Estado en materia social guarda silencio ante el colapso de su sistema, ante el desmantelamiento del IMSS, ante las mentiras del Seguro Popular.

José Sánchez Carrasco es un nombre que no se nos debe olvidar. Murió ante la mirada atenta de todos. Su fallecimiento es un crimen del sistema. Su muerte es la muerte del Estado del bienestar, la podredumbre del sistema político mexicano. ¿Cuántos más morirán como él?

José Sánchez Carrasco… ¡Presente!

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Fuente: Sin Embargo

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