No basta un acto de contrición. No fueron pecados los que cometieron ni el asunto habrá de saldarse solo con penitencia.
Amafiados, es decir, coludidos para perpetrar acciones criminales, actuaron durante décadas: sectores de la oligarquía que pusieron la plata y determinaron el rumbo, partidos políticos que fueron el instrumento para hacerse del gobierno, medios de comunicación, intelectuales y líderes de opinión que forjaron y mantuvieron la coartada para el sometimiento y el saqueo.
Fue el viejo régimen una compleja creación colectiva; la obra de quienes decidieron que esta República les pertenecía y que podían hacer con ella lo que les viniera en gana.
Resistieron, en su última versión, la más sofisticada, la bipartidista, la de las concertacesiones y las presidencias robadas y compradas, un poco más de tres décadas.
Nada ni nadie parecía hacerles mella y cuando eso sucedía venían la represión, el fraude, la cooptación, la calumnia, el descrédito.
El aparato del Estado y el aparato mediático, aceitados con la plata del poder económico, se volcaban para deshacer a quien osaba enfrentar al régimen.
Sangre, soborno, silencio eran la norma, la dura ley en este país que, hoy los más influyentes líderes de opinión, pintan, en el colmo del cinismo y la desmemoria, como si hubiera sido Suiza.
Y no, no era ni siquiera una democracia imperfecta, ni una dictadura perfecta como la llamó en su momento Vargas Llosa; era simple y sencillamente un régimen criminal, burdo, feroz, vulgar, mentiroso, sustentado en la corrupción, posible gracias a la impunidad, que tenía otra cara terrible y sanguinaria; la del crimen organizado y al que los medios -enfermos del mismo mal- daban un carácter apenas presentable, mientras, se empeñaban en una tarea, sistemática y masiva, para impedir que la población, despertara del aletargamiento que provocan la desigualdad y la violencia.
“El sistema -advierte Paulo Freire- no teme al pobre que tiene hambre; teme al pobre que sabe pensar”. Y así, finalmente, sucedió.
Como resultado de la lucha de decenas de miles de mujeres y hombres, de una lucha que costó muchas vidas, la gente cobró consciencia y rompió las ataduras que la mantenían sometida y con sus votos fracturó a ese régimen que muchos pensaban – y aun lo piensan- invulnerable.
Se les cayó el mundo y quieren pedir perdón.
Se acabó una era y creen que estamos hablando solo de las próximas elecciones.
Puede que el PAN sobreviva; será expresión de una minoría que lleva siglos resistiéndose al cambio.
El PRI y el PRD, mimetizados con la reacción, por más que se postren de rodillas, ya no tienen futuro.
Seguirán, por su parte y hasta que la gente termine de abandonarles, las y los comentaristas de radio y TV, columnistas e intelectuales hablando de ese México, de ese régimen del pasado y al que pintaran como democrático, con nostalgia y falsedades, mientras que, con rabia y falsedades, intentan demoler a un gobierno y frustrar un proceso de transformación cuya verdadera naturaleza son incapaces de descifrar.
Apostarán a la desmemoria y a la ingenuidad de la gente y se equivocarán.
Una nueva prensa hija de la libertad, en este nuevo régimen que no le toca a nadie ni una coma, habrá de surgir más temprano que tarde.
No es que cambiaran las reglas del juego; lo que cambió y por completo es el juego y sobre todo el protagonista central del mismo.
Vivimos el fin de una era.
Bien harían en tratar de entenderlo -para poder actuar- quienes aún se rehúsan aceptar que aquí se produjo un cambio de régimen y está en marcha una transformación profunda, estructural, pacífica y radical de esas que resisten moratorias parlamentarias y otras jugarretas.
@Epigmenio Ibarra