Por Alberto Nájar
La designación de Victoria Rodríguez Ceja como candidata a gobernar el Banco de México desató una nueva oleada de críticas hacia el presidente López Obrador. Pero la realidad de los mercados financieros está muy lejos de la cotidiana dosis de odio
Twitter: @anajarnajar
La sincronización del nado empezó con una columna.
El 23 de noviembre, el periodista Carlos Loret de Mola publicó en el diario El Universal la versión de que el presidente Andrés Manuel López Obrador retiró del Senado la propuesta de que Arturo Herrera fuera designado gobernador del Banco de México.
La razón, escribió el comunicador, fue que el exsecretario de Hacienda no habría aceptado la orden de permitir que se utilizara parte de las reservas internacionales en proyectos del Gobierno Federal.
En pocas horas el texto se había republicado extensamente en redes sociales como Twitter, fue comentado en noticieros radiofónicos y se difundió en cadenas de Telegram, y WhatsApp.
Muchos acusaron un presunto maltrato de López Obrador hacia uno de sus colaboradores más leales. Otros abundaron en especulaciones sobre lo que llamaron una nueva muestra de autoritarismo del presidente.
El típico modus operandi de la infodemia, como ha sido desde hace más de tres años.
Las críticas arreciaron con el anuncio de que la subsecretaria de Hacienda, Victoria Rodríguez Ceja, es la propuesta presidencial para Banxico.
Coincidentemente por esos días aumentó el precio del dólar, una tendencia alcista que se mantiene hasta el momento.
La noticia fue gasolina para la maquinaria de odio. La mayoría de los especialistas en economía y finanzas citados por los medios atribuyeron la variación del tipo de cambio a las decisiones presidenciales.
El discurso fue que, según ellos, los mercados financieros recibieron mal el cambio de candidatos al banco central, y no faltó quien pronosticó una hecatombe en el Producto Interno Bruto (PIB) por el encarecimiento del dólar.
En este concierto pocos recordaron algunos elementos básicos. Desde hace varias décadas la paridad cambiaria está sujeta al libre mercado.
Es decir, las variables que alteran el comportamiento de las finanzas en el país repercuten en el valor del peso frente al dólar.
Uno de esos elementos es, por ejemplo, el crecimiento de la inflación a nivel mundial que en el caso de América Latina tiene un mayor impacto que en otras regiones.
Las cadenas de producción están alteradas por la pandemia de covid-19. El fin del confinamiento, primero, y la determinación de volver a cerrar algunos países, después, aumentó la demanda de mercancías de todo tipo, especialmente alimentos.
El libre mercado funciona de una manera muy simple: a más demanda mayor precio.
En Latinoamérica se traduce en un aumento en la compra de dólares para pagar las mercancías, lo cual encarece la moneda estadounidense.
Hay más. La inflación desestabiliza la economía de los consumidores en Estados Unidos, donde el gobierno ha mantenido las tasas de interés de la Reserva Federal a niveles cercanos a cero puntos.
No son pocos los analistas que recomiendan un cambio en la política de la Fed y autorizar un incremento en las tasas.
La versión ha cobrado fuerza en las últimas dos semanas, lo que provoca la apreciación del dólar pues los inversionistas de varios países -especialmente en México- se preparan para mover sus recursos en espacios de mayor rendimiento, como los bonos del gobierno estadounidense.
Otro elemento es que la mayor parte de los bancos que operan en México pertenecen a consorcios internacionales.
Cada cierto tiempo, especialmente en períodos de inestabilidad como los de ahora, las instituciones envían parte de sus ganancias a las sedes centrales.
Esto implica comprar cantidades importantes de dólares en el mercado mexicano, lo cual perjudica al tipo de cambio.
Y en este escenario también participan los usos y costumbres. Muchos en el país mantienen la vieja costumbre de comprar moneda estadounidense cuando aumenta su precio.
Es herencia de los años 70 y 80 cuando se aplicaban sorpresivas devaluaciones por decreto. La idea camina en sentido contrario a la realidad:
Hace décadas que el valor del dólar lo fija el mercado, no el gobierno.
Eso no significa que no tenga participación y de hecho en algunas épocas el Banco de México ha puesto en el mercado parte de las reservas para ayudar a la estabilización del tipo de cambio.
Hay, pues, razones ajenas a la política para explicar los movimientos del mercado cambiario.
Es cierto que el perfil de los responsables de las finanzas públicas puede influir en el escenario, pero ahora no parece ser el caso.
La subsecretaria Rodríguez Ceja es economista egresada del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, con maestría en el Colegio de México.
Ha sido parte de equipos más cercanos a la filosofía del neoliberalismo, como es el caso de Carlos Urzúa. La ahora candidata a gobernar el Banxico fue colaboradora de quien fue el primer secretario de Hacienda de la 4T.
Renunció por su desacuerdo con las medidas de austeridad y asignación de gasto público del primer proyecto de presupuesto de ingresos y egresos que presentó López Obrador a la Cámara de Diputados.
Como subsecretaria Verónica Gutiérrez ha sido encargada de diseñar el gasto para los programas sociales de López Obrador, así como también participó en la elaboración de la política de austeridad republicana que aplica el gobierno federal.
Es decir, su formación está muy lejos de la línea expansionista en el gasto público que tanto asusta a los mercados internacionales.
Quienes afirman que la designación de la subsecretaria es para permitir al presidente echar mano de las reservas internacionales convenientemente olvidan un dato:
La operación y propósito del Banco de México están definidos en la Constitución. López Obrador podría, legalmente, pretender influir en esas responsabilidades.
Pero el costo financiero -y político- de una eventual intentona de esa naturaleza sería elevadísima.
Las pérdidas pueden ser mayores a la ganancia de, por ejemplo, usar parte de las reservas internacionales del país, como gritan algunos.
López Obrador no come lumbre. Ya debían aceptarlo los opositores a la 4T. Pero es claro: no entienden que no entienden.
Fuente: PiedePagina