El falso caso Wallace y el lamentable papel de los medios

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Por Juan Carlos Pérez Ruiz

El abyecto servilismo al poder de Isabel Miranda de Wallace por parte de los grandes medios de comunicación ha sido vergonzoso no solo ahora, sino durante los ya casi catorce años que se ha desarrollado el falso caso Wallace…

En los últimos meses los medios de comunicación tradicionales se han escandalizado e indignado ante el uso constante del presidente Andrés Manuel López Obrador del término “prensa fifí”, durante sus conferencias mañaneras.

Ante el reiterado empleo del término por parte del mandatario, los grandes corporativos de medios han echado a andar toda su aplanadora mediática, para llevar al centro de la discusión pública si el presidente debe o no, usar ese término.

Más que un aluvión de críticas bien fundamentadas que coinciden sin planificarlo, parece que hay toda una operación de “nado sincronizado” para moldear a la opinión pública contra el uso del calificativo. Artículos de opinión, columnas, editoriales, reportajes, entrevistas, análisis, y acalorados debates televisivos y radiofónicos, han explotado el asunto hasta la saciedad. No solo eso: Durante las conferencias mañaneras le han planteado el tema al presidente en infinidad de ocasiones, incluso relacionándolo con los asesinatos de periodistas, que continúan multiplicándose a lo largo y ancho del país.

Prueba de ello fue la pregunta del periodista Humberto Padgett, colaborador del programa de radio de Ciro Gómez Leyva, el pasado 25 de marzo: “Anoche fue asesinado el sexto periodista de su gobierno, licenciado López Obrador, un reportero en Sinaloa. Su cadáver fue arrojado bajo un puente. La recurrencia de llamar a la prensa que es crítica de usted como fifí o conservadora, ¿no favorece el mal estado de las cosas, ya de por sí muy descompuestas en el país?

Quien también revivió la polémica fue el conductor de noticias de Estrella TV, Pedro Ferriz Híjar, hijo del comunicador Pedro Ferriz de Con: “En lo que va de su mandato han matado a seis de nuestros compañeros, dos de ellos en Veracruz lamentablemente (…) Mire, señor presidente, yo sería el más feliz de poder estar de acuerdo con todo lo que dice, pero creo que la prensa no está aquí para estar de acuerdo con todo, estamos aquí para apoyar y para representar al pueblo (…)¿Podemos parar con esta confrontación y empezar a trabajar a favor de México?”.

En conferencia mañanera.

Es pertinente preguntarse si la molestia de gran parte del gremio es proporcionada a la magnitud y el significado de la palabra, ya que López Obrador ha explicado ampliamente a que se refiere con el término “prensa fifí”:

“Si ustedes revisan la historia, los que le hicieron más daño al movimiento revolucionario maderista, fueron los fifí, ayudaron a los golpistas, y hubo una prensa, en ese entonces, El Debate y otros periódicos que se dedicaron a denostar al presidente Madero. Bueno, esa prensa y los fifís, quemaron la casa de la familia Madero. Cuando detienen al hermano de Francisco I. Madero y asesinan cobardemente a Gustavo A. Madero, los fifís hacen caravanas con sus carros y festejan.”

“Y luego esa prensa siempre apostó a apoyar la militarización, el golpe de Estado, y tiene que ver mucho con el conservadurismo, venían del régimen porfirista, eran serviles, era una prensa sometida y cuando triunfa el momento revolucionario, triunfa Madero, él garantiza libertades plenas, y se portaron muy mal, no sólo con Madero, sino el país, le hicieron mucho daño a México, fueron los que atizaron el fuego para que se volviese cruenta la revolución mexicana y se perdieran muchas vidas humanas. Entonces, lo del fifí viene de eso, para darle una ubicación histórica, entonces eso sí se los voy a seguir diciendo, porque son herederos de ese pensamiento y desde el proceder”.

Si nos atenemos a esa definición, ¿por qué entonces la gran maquinaria mediática revive y alienta, una y otra vez, la polémica sobre el término? ¿Preocupación por, y solidaridad con, los colegas caídos, o inconsciente identificación implícita con la definición de Andrés Manuel López Obrador?

¿Realmente es creíble pensar que los periodistas son asesinados porque el presidente utiliza el término “prensa fifí”, que una persona cualquiera sale a la calle y dice “Hoy voy a matar un periodista porque el presidente descalificó a ciertos sectores de la prensa”? ¿Por qué los grandes medios (e incluso algunos medios críticos) soslayan en su discurso el contexto de amenazas, sangre y muerte en que se ha desarrollado el periodismo mexicano en las últimas décadas, particularmente desde que inició la Guerra contra el Narcotráfico de Felipe Calderón? ¿Acaso porque Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto no decían “prensa fifí”, se reducían los asesinatos de periodistas?

¿Por qué fingen o pretenden fingir que no saben que la mayoría de los delitos contra periodistas son cometidos por el crimen organizado, cuando no por politicastros o empresarios relacionados con ese submundo? ¿Por qué, si estos grandes medios y sus vacas sagradas de la comunicación están tan auténticamente preocupados por la seguridad del gremio, no mejoran las condiciones laborales de sus reporteros, editores, fotógrafos, camarógrafos, correctores y becarios?

¿Por qué, a sabiendas de los riesgos que implican ciertos trabajos, la mayoría de los medios no tienen ningún interés en desarrollar o mejorar sus protocolos de seguridad? ¿Por qué es tan común que muchos medios abandonen a su suerte al periodista cuando éste comienza a sufrir persecución del crimen organizado o de algún político? ¿No sería justo que, ya que el medio se benefició lucrando con el trabajo de ese periodista, el medio ofreciera algún apoyo a su trabajador? Por supuesto que hay medios que apoyan, pero no suelen ser la mayoría de los grandes medios, los mismos que hoy se tiran de los cabellos y gritan escandalizados por el reiterado uso del concepto “prensa fifí”. Lea el libro Narcoperiodismo: La prensa en medio del crimen y la denuncia, del fallecido Javier Valdéz, para que dimensione lo que aquí escribo.

¿Por qué la mayoría de los periodistas con menos ética y oficio, como Ricardo Alemán o Carlos Loret, son los que mejores sueldos reciben? ¿Por qué, en cambio, la mayoría de los periodistas que han realizado investigaciones de alto riesgo e impacto suelen estar vetados de los grandes medios audiovisuales?

Si tan angustiados están por la integridad de los periodistas, ¿por qué suelen pronunciarse en abstracto y esquivan cuando se trata de casos específicos? Si bien no todos, muchos de los que hoy se escandalizan con el affaire “prensa fifí”, dijeron poco o nada cuando la entonces colaboradora de Contralínea, Ana Lilia Pérez, tuvo que exiliarse en Alemania por las amenazas que recibió tras sus investigaciones sobre la corrupción en Pemex. Lo mismo aplica en el caso de Anabel Hernández, quien si bien es mundialmente reconocida en medios impresos y su trabajo ha sido comentado y difundido gracias a usuarios de redes sociales, prácticamente vive un veto silencioso en los grandes medios audiovisuales de México. Intente recordar cuantas veces y por cuánto tiempo ha oído hablar de ella en los últimos años, en Televisa, Imagen y TV Azteca; las pocas veces que lo han hecho.

¿Cuándo ha escuchado pronunciarse firmemente contra las amenazas que ha vivido la periodista, a Joaquín López Dóriga, Carlos Loret de Mola, Ciro Gómez Leyva, Javier Alatorre o a las demás estrellas del periodismo en televisión abierta? ¿Cuándo los ha escuchado protestar contra el exilio que actualmente vive la periodista? Ni siquiera toman postura muchos de sus ex compañeros de la revista Proceso.

Tampoco se explica que ante tal nivel de presunta preocupación, prácticamente todo el gremio periodístico mexicano haya guardado silencio casi absoluto ante la denuncia pública que la fundadora de este portal, Guadalupe Lizárraga, emitió en la conferencia mañanera del presidente López Obrador, el viernes 29 de marzo. En su participación, la periodista denunció no solo la falsedad del caso Wallace sino también las amenazas que ha vivido por su trabajo.

No hubo una sola nota. Ni un post de Facebook o un tuit. La difusión del hecho se dio únicamente gracias a la misma Guadalupe Lizárraga y a usuarios de redes sociales, que rompieron el cerco mediático y cibernético con el que intentaron tapar la denuncia. La evidencia videográfica se conservó únicamente gracias a los vídeos de algunos youtubers, quienes sin saberlo registraban lo que otros medios y youtubers callarían.

No sorprende que los grandes medios tradicionales de México callen. Estamos habituados no solo a su silencio, sino a la promoción y defensa que han hecho de personajes tan poderosos como francamente deleznables. Indiferencia, cuando no justificación y minimización, de crímenes de Estado. Ridiculización, cuando no invisibilización o criminalización, de las protestas sociales, políticas de izquierda o líderes sociales. Manipulación e incluso descarada fabricación de fake news cuando así convenga a sus intereses.

Fue hasta el 2 de abril que se mencionó la denuncia de la periodista, pero solo para dar contexto a las notas que aparecieron sobre la solicitud de audiencia privada que Isabel Miranda de Wallace (o Isabel Torres Romero, según sus actas de nacimiento) le solicitó al presidente Andrés Manuel López Obrador. A diferencia de lo que ocurría en los dos últimos sexenios, en los que se ha comentado ampliamente el trato privilegiado que la dueña de Showcase Publicidad recibía de los pasados gobiernos federales, en esta ocasión la presidenta de Alto al secuestro ha tenido que meter solicitud como cualquier ciudadano de a pie, hecho que parece tener molesta a la empresaria. Pero, ¿por qué debería recibir preferencia sobre los miles, o cientos de miles de personas que solicitan atención? ¿En qué momento permitimos como sociedad, que ciertos personajes tengan más privilegios que otros? ¿Por qué nos parece normal?

Si bien algunos medios mantuvieron relativa neutralidad, otros se subieron al juego de descalificaciones de Isabel Miranda de Wallace.

Así, El Universal expresó que “presuntos activistas pagados por los secuestradores de su hijo, mal informan al mandatario”, mientras que a la periodista y autora de El falso caso Wallace se refirieron como “una las defensoras (SIC) de Brenda Quevedo Cruz, detenida por el secuestro de Alberto Wallace”. En el mismo tenor, El Diario de Yucatán la señaló como “una de las abogadas de Brenda Quevedo Cruz”, y La Silla Rota simplemente la minimizó como “una mujer de nombre Guadalupe Lizárraga”.

¿Realmente ninguno de los medios citados conoce el trabajo de la periodista que no solo se ha desarrollado a través de Los Ángeles Press, sino también en MVS y el periódico español El País, entre otros medios? Concediendo que así fuera, ¿por qué ningún medio solicitó la versión de la periodista? ¿Por qué no consultaron la información sobre Guadalupe Lizárraga con una simple búsqueda en Google, que no les hubiera tomado más que unos segundos? ¿Por qué los medios reproducen las declaraciones de la señora Miranda, sin tomarse la molestia de investigar de la forma más básica? ¿Mediocridad profesional o intento de desacreditar la investigación periodística y la gravedad de la denuncia? Lo que fuere, lamentable.

El abyecto servilismo al poder de Isabel Miranda de Wallace por parte de los grandes medios de comunicación ha sido vergonzoso no solo ahora, sino durante los ya casi catorce años que se ha desarrollado el falso caso Wallace. Es cierto, ha habido trabajos estupendos como el de Anabel Hernández, Guadalupe Lizárraga y algunos otros colegas que han sido la excepción en el mar de los medios. Pero las principales voces del coro mediático, las mismas que tienen monopolizadas las raíces de la opinión pública; los mismos que reciben los mejores sueldos y aparecen en horario estelar, nunca han cuestionado la versión que Isabel Miranda ha impuesto sobre el falso caso Wallace; versión que a través del tiempo e investigaciones, se ha caído a pedazos.

Como es de esperar, en el mundo de la televisión mexicana, la versión de Miranda de Wallace continúa cual verdad absoluta. El tiempo aire en televisión, que es caro, se le concede varias veces al mes (y en ocasiones, a la semana) a una mujer cuya credibilidad se ha ido minando no solo por el caso de su hijo, sino por su intervención en asuntos de seguridad pública y su papel como fabricadora mediática de culpables en diferentes casos en los que excedió las facultades que le concede su organización, como en los casos Cassez-Vallarta, Martí, Nestora Salgado, Martin del Campo Dodd, Cinthya Cantú Muñoz y Ayotzinapa, solo por mencionar algunos; de acuerdo con datos de la organización canadiense En Vero.

En contraste los detenidos por el falso caso Wallace y sus familias -Brenda Quevedo Cruz, Jacobo Tagle Dobin, Jael Malagón Uscanga, Juana Hilda Gonzalez Lomelí, César Freyre Morales, Albert y Tony Castillo Cruz- no solo han tenido que sufrir el terror que ha sembrado la señora Wallace en sus vidas, sino también el escarnio mediático de comunicadores que, además de haber violado su derecho a la presunción de inocencia prácticamente desde que inició el caso, no se les ha concedido su derecho de réplica en los grandes medios de comunicación. Ni siquiera el histriónico Jorge Ramos, quien hoy se yergue cual espadachín del medioevo o como Niño Héroe envuelto en la bandera (no sabemos si en la de México o en la de Estados Unidos), ha cuestionado a la señora Wallace; ni siquiera por la cercanía absoluta de la empresaria con los gobiernos priistas y panistas.

Guadalupe Lizárraga ha sido invisibilizada en los medios de comunicación. Prueba de ello es que la periodista solicitó al conductor Ciro Gómez Leyva su derecho de réplica, con motivo de las alusiones a su persona que ha hecho Isabel Miranda en el programa de radio de Gómez Leyva, durante las últimas semanas en varias ocasiones. La respuesta de Gómez Leyva jamás llegó.

El único periodista con la ética y el valor suficientes para romper el gran tabú del falso caso Wallace en televisión, fue el también abogado Ricardo Raphael, quien dedicó dos episodios de su programa Espiral en Canal Once, en los que entrevistó a Guadalupe Lizárraga y a Isabel Miranda. Más allá de que el comunicador haya abandonado el tema, es de admirarse que haya sido el primer periodista (y esperemos no se mantenga como el único) que ha cuestionado de frente y con valentía, todas las falacias del caso y de la señora, sin dejarse intimidar por una mujer acostumbrada a perseguir a todos aquellos que la desenmascaren.

¿Qué podemos decir de los medios mexicanos popularmente considerados como “críticos”? Desgraciadamente nada bueno; poco o nada.

Si bien La Jornada, Sin Embargo y Contralínea, han hecho cierto eco de algunas de las denuncias contra Miranda Torres en años anteriores, este año han preferido guardar silencio.

De llamar la atención es el caso de Aristegui Noticias, la cual en 2011 legitimó la historia del caso Wallace, cuando entrevistó a Isabel Miranda y Martín Moreno, en CNN. En adelante, si bien la periodista ha hecho cierto eco del otro lado del caso, nunca ha recibido en su programa a los familiares del caso Wallace, ni ha abordado el tema en su programa. Hecho bastante singular considerando que es vista como la periodista más crítica de los medios audiovisuales.

Otro caso que llama la atención es el de Animal Político. Sitio que, pese a su riguroso trabajo en cuanto a corrupción gubernamental, no ha publicado ni una sola línea contra María Isabel Miranda de Wallace. Por el contrario, tiene tres piezas del reportero Alberto “Beto” Tavira; dos de semblanza (la biografía de mujer admirable que Isabel Miranda siempre ofrece a los medios), y uno sobre glamour y belleza. Tesoros del humor involuntario para quienes nos hemos informado sobre esta señora. Leer para creer.

La revista Proceso, que entre 2012 y 2018 fuera crítica con Isabel Miranda, hoy guarda silencio.

Y quien se ha convertido en la gran decepción es la otrora periodista crítica, Sanjuana Martínez. La ahora directora de Notimex, que prometió que impulsaría un periodismo libre y crítico en la agencia, no solo continúa sin darle voz a las verdaderas víctimas del caso Wallace, sino que recientemente la agencia a su cargo publicó una entrevista que legitima la falsa figura de Wallace como activista y luchadora social. Sin contar que, pese al pronunciamiento del sindicato de Notimex, Sanjuana Martinez no ha explicado porque la denuncia de Guadalupe Lizárraga del viernes 29 de marzo, también fue editada en el video del canal de Youtube de Notimex.

¿No le corresponde a los medios darle voz a ambas partes? ¿Por qué solo dan voz a Isabel Torres Romero (o Isabel Miranda, como se llame)? ¿Cómo se atreven a decirse “objetivos” e “imparciales” si continúan vetando la verdadera historia del caso Wallace? ¿Con qué cara pueden negar el veto y la estigmatización que sufren las víctimas de Miranda de Wallace, si ya ni siquiera disimulan un poco?

Si AMLO define como “prensa fifí” a los medios conservadores, golpistas y traidores al pueblo, ¿cómo debemos llamar los ciudadanos a los medios que se han dedicado a aplaudir a la señora Wallace?

¿Qué calificativos se merecen todos aquellos que encubren la tortura, la mentira, el tráfico de influencias, los abusos de poder, las amenazas, el sadismo y la corrupción de Isabel Miranda de Wallace? ¿Cómo podemos llamarles? Se aceptan sugerencias…

Fuente: LosAngelesPress

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