Por Sanjuana Martínez
¿Sabrá Enrique Peña Nieto la definición de Estado laico? A la luz de la visita del Papa Francisco, evidentemente no, o tal vez, sólo conoce esa definición en teoría, pero no en la práctica.
Peña Nieto acaba de mandar al traste el Estado laico. Y para simbolizarlo, allí está la presencia del Papa Francisco en Palacio Nacional. Por primera vez, un Papa entra al recinto símbolo del famoso Estado laico, un estado que ahora Peña Nieto ha reducido a letra muerta.
Y es que ofreció un trato de jefe de estado, entonaron los himnos nacionales de México y del Vaticano y luego el Papa departió con los presidentes de la Cámara de Diputados y de Senadores, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y los presidentes de los partidos PAN, PRI y PRD.
Pero siempre hay un “pero”. Resulta que el Papa, no solo es un jefe de estado, sino el representante de la Iglesia Católica. Y según la Constitución de 1857, México es un Estado laico. Así lo dice también el artículo 130 de la Constitución de 1917 que establece que tanto la Iglesia como el estado mexicano deben permanecer separados.
Hay que recordarle al señor Peña Nieto que un Estado laico significa independencia de cualquier organización o confesión religiosa. Y que por tanto, está prohibido que las autoridades políticas hagan este tipo de eventos y demostraciones públicas de adhesión a la religión católica.
La preferencia mostrada por Enrique Peña Nieto hacia el Papa Francisco, viola flagrantemente el Estado laico, cuya esencia se centra precisamente en no mostrar preferencia alguna por ningún tipo de religión. Así lo marca, la Constitución de junio de 2011 que considera un derecho humano, la libertad religiosa.
México ya no es inminentemente católico como en los años 70 cuando el 99 por ciento de sus ciudadanos se declaraban católicos. Ahora esa cifra ha caído y solo el 80 por ciento profesa esa religión. ¿Quién es entonces el Presidente de ese 20 por ciento?
Por lo pronto, en Palacio Nacional la fiesta católica organizada por Peña Nieto, no escatimó en recursos ni asistencias. Allí estaba el poder político y económico para congraciarse con la Iglesia católica. Gobernadores, funcionarios, empresarios, políticos, líderes de la sociedad civil y dos mil invitados, no disimularon en rendirle pleitesía al Santo Padre, sin necesidad de púlpito y ante la atenta mirada piedra de Benito Juárez, quien seguramente se estará revolcando en su tumba.
Y es que al parecer la clase política mexicana, no parece recordar la turbulenta historia de México y la Iglesia. Ahora todo parece, miel sobre hojuelas. No importa si es con Vicente Fox con el Cristo en sus manos o con Enrique Peña Nieto y el Ave María.
¿Y el Estado laico? Se lo han pasado por el arco del triunfo. Desde 1991, cuando Carlos Salinas de Gortari (el innombrable) inauguró el matrimonio de hecho entre México y el Vaticano, los presidentes no han dejado de acercarse peligrosamente a la jerarquía católica.
Con sus incipientes 24 años de relaciones diplomáticas, el Gobierno mexicano y el Vaticano han limado demasiado bien sus asperezas y ahora viven una auténtica luna de miel. Atrás quedó el amasiato, el concubinato, la famosa pareja de hecho.
Ahora los tortolitos se profesan cariño incondicional: “El pueblo de México está emocionado y reconoce al líder sensible y visionario que se está acercando a las nuevas generaciones. México quiere al Papa por su sencillez, bondad y calidez… las causas del Papa son también las causas de México”, le dijo al Santo Padre.
El Papa le respondió que el Gobierno debe trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino: “Le aseguro, señor Presidente, que en este esfuerzo, el Gobierno mexicano puede contar con la colaboración de la Iglesia Católica, que ha acompañado la vida de esta Nación y que renueva su compromiso y voluntad de servicio a la gran causa del hombre: la edificación de la civilización del amor”.
¿Será? La historia de México nos demuestra lo contrario. Cada vez, que los mexicanos han avanzado, la jerarquía católica se ha encargado hacerlos retroceder. No es necesario retroceder mucho. Durante el siglo XIX y principios del XX, fue la jerarquía católica la que se alió con los poderes político y económico y traicionó, manipuló y mintió a su pueblo, hasta hundirlo en un reguero de sangre para beneficio de sus intereses.
Peña Nieto no debe olvidar que cuando el tribunal que juzgó al cura libertador Miguel Hidalgo, determinó su fusilamiento, fueron los curas los que animaron al pelotón que tenía dudas, con la siguiente frase: “Al matar a Hidalgo te salvarás… Dios te ha escogido y te premiará con el cielo cuando aprietes el gatillo y acabes con la vida de este gran hereje.”
Hay que recordarle a Peña Nieto que la jerarquía católica es traicionera, que en su momento fue capaz de pactar con Porfirio Díaz medidas para neutralizar las leyes de Reforma, promulgadas por Benito Juárez. ¿Sabrá que la Iglesia católica mexicana detentaba más del 50 por ciento de la propiedad inmobiliaria del país?”.
Recordará Peña Nieto que ha sido la jerarquía católica la que en la época virreinal y durante el periodo de independencia derrocaba gobiernos, financiaba ejércitos, organizaba guerras, compraba cabildos y voluntades a favor de sus propios intereses.
¿Olvidaría el señor Peña Nieto que es el clero católico el que ha convertido los púlpitos en auténticas plataformas políticas, incluso en la actualidad? Allí está la historia del Partido Acción Nacional y sobretodo del Yunque.
A la jerarquía nunca le ha interesado la educación, prefiere la evangelización a fin de controlar las almas de los católicas y así seguir cuidando su insaciable acumulación de riqueza.
Por favor, que alguien le regale un libro de historia mexicana a Peña Nieto para que recuerde que fue la Iglesia Católica la que contrataba mercenarios para mantener en sus cárceles clandestinas a los disidentes y pecadores desobedientes con anhelos de libertad.
México ha tenido una de las peores jerarquías católicas. Tal vez, desean volver a controlar nacimientos, matrimonios y defunciones o los testamentos para resolver en sus juzgados la riqueza malhabida que posee. Desde luego, soñarán con la reinstalación de las Capellanías para manejar a su antojo las Obras Pías y el diezmo.
El Papa Francisco dijo en Palacio Nacional que el beneficio de unos pocos, siempre es en detrimento de las mayorías, lo cual provoca un terreno fértil para la corrupción.
Efectivamente los privilegios de los que aún goza la jerarquía católica en México son síntoma de exclusión y desigualdad. ¿Quién supervisa los caudales del clero? ¿Por qué los ministros de culto no están sujetos a las leyes fiscales a las auditorias? ¿A cuánto asciende la acumulación de riqueza del clero mexicano?
Si el Papa quiere el fin de la desigualdad que empiece por su casa. Y por favor, que alguien le regale un libro de historia a Peña Nieto para que recuerde que la separación de la Iglesia y el Estado fue un triunfo y que por tanto debe mantener una sana distancia.
Es necesario que el inquilino de los Pinos sepa que las leyes que le dieron sentido a esta separación como el matrimonio civil, la secularización de los cementerios, y el conjunto de decretos conocido como leyes de Reforma, lograron reducir considerablemente el poder político de la Iglesia, un poder que debe seguir sujeto al estado y no al revés.
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