No es un espectáculo más, otro ritual sexenal inocuo. Se engañan quienes pensando eso buscan sosiego y se sienten momentánea e ilusoriamente a salvo. Menos todavía es la “venganza presidencial” de la que se habla profusa y obstinadamente, sin citar fuente alguna y atribuyendo las versiones a filtraciones de Palacio, en las páginas editoriales de los diarios.
Es el cumplimiento del mandato que un pueblo ofendido e indignado dio a Andrés Manuel López Obrador en las urnas. Es un acto necesario, incontenible e inaplazable de justicia que se impondrá incluso sobre los designios de los propios fiscales y jueces si es que estos no tienen el valor y la integridad de cumplir su deber hasta las últimas consecuencias.
Más de tres generaciones vivimos sometidos a un régimen inmundo. Un atajo de ladrones se instaló en el poder y a su amparo se dedicó a saquear impunemente a la nación.
La alta jerarquía eclesiástica los bendijo. El capital rapaz estableció una asociación delictuosa con estos gobernantes corruptos y la inmensa mayoría de los medios, los columnistas, los intelectuales orgánicos y los presentadores de radio y televisión extendieron serviles la mano para recibir su parte del botín, cerraron los ojos y la boca ante sus crímenes y cantaron alabanzas a ladrones y asesinos. El crimen organizado, por otro lado, creció a su sombra e infiltró todas sus estructuras hasta hacerse, casi por completo, del poder.
Será, lo he estado diciendo hace semanas, un tsunami, un cataclismo, el fin de una era. No debemos conformarnos con menos. Por un cambio de régimen votamos, no por la aplicación de medidas cosméticas y el mantenimiento del statu quo.
Entre delaciones, filtraciones, videos y denuncias que exhiben su nivel de descomposición moral, la suciedad de cada uno de sus personeros, de los panistas y priistas, de sus aliados ocasionales, el viejo régimen habrá de derrumbarse.
Debemos ser nosotras y nosotros, los ciudadanos, los agraviados, más todavía que los fiscales, los que ratifiquemos la decisión mayoritaria expresada en las urnas el primero de julio de 2018, y consumemos la demolición de esta organización criminal de cuya inmundicia es preciso y urgente liberarnos y liberar a nuestro país.
Tendrán la Fiscalía General de la República en el caso de Emilio Lozoya y el Departamento de Justicia en EU en el de Genaro García Luna que presentar la evidencia suficiente y contundente, a los jueces en ambos casos, para que la justicia alcance a este par de truhanes y a toda su red de cómplices.
Nos tocará a las y los ciudadanos hacer que la justicia alcance también a los jefes de ambos: Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto. Solo llevando juicio, al que se robó la presidencia el 2006, y al que la compró el 2012 —y porque la corrupción, como dice López Obrador, se barre como las escaleras, de arriba para abajo— es que habrá en México verdad, justicia plena, reparación del daño y garantía de no repetición del crimen.
Ya sellamos el destino del viejo régimen en las urnas. Llegó la hora de sepultarlo. No serán ni García Luna ni Lozoya quienes cumplan con este honroso deber, son solo unos pillos dispuestos a traicionar a sus cómplices. Nos toca, insisto, a nosotros consumar esta tarea histórica.
Por eso, yo le tomo la palabra a Andrés Manuel López Obrador, me sumo al esfuerzo de aquellas y aquellos que reúnen firmas para pedir que se juzgue a los ex presidentes y le invito a usted a que haga lo mismo y desgarrar así, entre todas y todos, mediante una amplia consulta ciudadana, el manto de impunidad constitucional bajo el cual se esconden Calderón Hinojosa y Peña Nieto.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio