El deber de oponerse

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Por Jesús Silva-Herzog Márquez

De nada serviría una disculpa del Presidente. Discrepo de la petición de Enrique Krauze en el New York Times. El presidente Peña Nieto no debe pedir perdón, debe rendir cuentas. Nada aportaría que el maniquí se mostrara repentinamente humano. Lo que importa es que se echen a andar los mecanismos de control democrático. Ya conocemos el espectáculo de la contrición pública de un Presidente. En 1982 vimos llorar a José López Portillo y pedirle perdón a los pobres por no haber podido rescatarlos. No fue ningún brote de liderazgo sensible, fue el último desplante de la frivolidad: apelar a la clemencia por vía del sentimentalismo. ¿En algo ayudaría la reedición del patetismo?

Me temo que ésta no es ya la hora del Presidente. Lo importante en este momento ya no es lo que haga el Ejecutivo sino lo que deben hacer sus oposiciones. La crisis le abrió brevemente una puerta al Presidente que él mismo cerró con una serie de propuestas que no atienden la naturaleza ni la profundidad de la crisis. En algún sentido, fue el propio Presidente quien se descartó al colocar en cancha ajena la respuesta a la emergencia. La salida a la crisis no está en el Poder Ejecutivo sino en los contrapoderes: en las oposiciones y en el Congreso. A estas piezas cruciales de la maquinaria democrática corresponde actuar para encauzar una salida.

Pensar que la solución de la crisis de legitimidad del régimen (insisto que en esas aguas nos ahogamos) es un golpe de timón desde Los Pinos, es suspirar por un tiempo que no debe regresar. La oportunidad que tenemos enfrente es dar vida finalmente a los dispositivos del control democrático. Porque es un mandato de los electores y un imperativo constitucional, se trata de un deber, no de una elección. El Congreso no puede seguir rehuyendo su responsabilidad de actuar como vigilante del Ejecutivo. Las oposiciones no pueden seguir negando la instrucción de sus electores.

Recordemos que los votantes conformaron en julio del 2012 una asamblea cautelosa. Si los electores respaldaron el retorno del PRI a la Presidencia de la República, lo hicieron con reservas. Lejos de obsequiarle mayoría al partido de Peña Nieto, decidieron preservar a la Legislatura como contrapeso. Acatar la decisión electoral implica actuar de esa manera, como contrapoder, no para bloquear sistemáticamente las iniciativas del Presidente sino vigilarlo, para denunciarlo, para sonar las alarmas cuando aparece la transgresión del poder. En estos momentos, le corresponde investigar su conducta y el probable conflicto de interés en el que incurrieron tanto el Presidente como su ministro de Finanzas.

Lo más lamentable de esta crisis ha sido el silencio de las oposiciones, su indisposición a serlo y a cumplir su responsabilidad democrática. Decía el politólogo Gianfranco Pasquino que uno de los deberes esenciales de toda oposición es “actuar conscientemente para permanecer como tal”: cumplir su papel de cuestionador, preservar distancia y autonomía, cuidarse de los peligros de la absorción. Es que a la democracia no le basta establecer el derecho a oponerse. Requiere también que la oposición cumpla el deber de oponerse. Sin una oposición activa, responsable y exigente, la democracia es una farsa. La única manera en que la crisis puede servir al asentamiento de un pluralismo democrático es a través de la afirmación institucional de la oposición. Hay, sí, oposición en la calle y en la plaza, en la indignación y en la rabia de las movilizaciones, en las consignas y las mantas. Pero la oposición está ausente en el Congreso y calla en los partidos. Debe hacerse presente y actuar como tal.

Más que lo que haga el Presidente, lo importante es lo que decidan hoy las oposiciones. Su responsabilidad no es presentar simplemente una alternativa abstracta al gobierno sino mostrar el camino para una política distinta, un régimen donde la corrupción, finalmente, encuentre tope.

Fuente: Reforma

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