El buen humor como reserva de la biósfera

0

Por Claudio Lomnitz

El mundo lo quieren dominar los agrios y los acomplejados. Los rabiosos, los fanáticos y los cínicos. Los que sienten que les toca hacerse responsables de todo, aunque en realidad no les importe nada. Los que adoran la acción por el solo hecho de ser acción. Los que se piensan líderes. Son tiempos de mucho cacique y poco indio, como reza el dicho caribeño.

El mundo está enfermo de tanto redentor; herido por tanto hombre de acción (Dios nos libre de ellos). Los yihadistas que degüellan cristianos en Irak tienen títulos universitarios de Londres, y piensan que son esclarecidos e importantes porque han sido capaces de revivir una entelequia como la idea del Califato. Y lo peor no es que la idea en sí sea mala, sino que tienen una opinión tan elevada de su ocurrencia, que están dispuestos a asesinar por ella. Sería más o menos como si un grupo de chicanos recibidos en la UCLA o en la Universidad de Texas, y que jamás hubiesen puesto pie en México, vinieran acá bien armados y organizados, con la idea de reinstaurar el imperio azteca, y se abocaran a degollar mexicanos eurodescendientes y a raptar mujeres católicas para casarlas con soldados entregados al culto de Huitzilopochtli.

Las noticias de las últimas semanas son tan espantosas, que no encontraría ni por dónde empezar a escribir un comentario sobre ellas. Yihadistas asesinando cristianos, vendiendo mujeres esclavas, asesinando por Youtube. El asesinato artero del principal líder de la oposición rusa, que deja en claro que no hay ya seguridad para los críticos de Putin. Asesinatos cotidianos –ya rutinarios– de chiítas en Pakistán. Asesinatos en masa, raptos y conversiones forzadas de mujeres seculares o cristianas por Boko Haram en Nigeria y alrededores. Asesinatos de judíos en los atentados de Francia y Dinamarca. Destrucción de templos cristianos en Irak y Siria.

En América Latina también hay crispación, aunque no llegue a las proporciones catastróficas de Oriente Medio. Presos políticos en Venezuela, en medio de una crisis económica que el gobierno es incapaz ni de enfrentar ni de resolver. La economía brasileña estancada, y su política empantanada por un escándalo de corrupción mayúsculo en Petrobras. La sociedad argentina crispada y polarizada en torno del caso Nisman. Y en México, claro, la violencia grotesca de narcos y militares, el asesinato político, los escándalos de corrupción, la crispación por cierres y bloqueos carreteros, y la falta de claridad, generosidad y grandeza tanto del gobierno, como de la cúpula empresarial, y los sectores protagónicos de la oposición…

Esta clase de momento –de guerras religiosas, de tendencias pronunciadas al fascismo y al absolutismo, de falta de compromiso de fondo con la democracia y con la vida humana, de entrega a la política del resentimiento y del odio– recuerda al clima en que Michel de Motaigne escribió sus ensayos y meditaciones, en el siglo XVI. Un mundo de guerra religiosa y de espirales de violencia que creíamos haber dejado atrás para siempre.

En tiempos como éstos importa mucho el buen humor, la comprensión del otro, la ironía respecto de uno mismo, la cultivación de la virtud, y el no dar espacio a la ventilación del rencor. Por eso menciono a Montaigne. De hecho, hoy el humor, la reflexión y la ironía son recursos tan importantes y benéficos como pueden ser el agua o el aire. Ante la desertificación de la política, a manos del rencor, y desecada por un imaginario económico planetario que no da la talla, necesitamos los oasis de levedad y de comunión, de virtud y de buen humor, para que haya cómo vivir ahora, y para que haya con qué y desde dónde reconstruir.

Es justamente por eso que debemos valorar la importancia cotidiana de recursos ampliamente cultivados y queridos de la cultura latinoamericana, como son la conciencia del ridículo, la exhibición a modo de chiste de las pequeñas vanidades y ambiciones de cada uno, la ironía del relajo, y la sobrecarga semántica y doble sentido permanente del albur. Que nadie se crea demasiado puro; que no se admita la solemnidad del poder ni del fanatismo. Que quede cuestionada, expuesta y ridiculizada la altivez de quien quiera siempre lanzar la primera piedra. Mucho más que piedras, necesitamos espíritus que arrojen dudas sobre los motivos de los ideólogos más violentos y estridentes –que los hagan temer el ridículo y recatarse, y verse por fin obligados abajarle, como se dice en México. Hoy, necesitamos a los ecuánimes y a los leves, y pedir al menos una cosa a nuestros cínicos y a nuestros supuestos redentores, una súplica, de la manera más amable y sencilla: Por favor, ¡ya bájenle!

Fuente: la Jornada

Comments are closed.