El ayni y porqué el compartir es vivir

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Por Arnaldo Quispe

Mis amigos ahora mencionan dentro de las conversaciones el “compartir es vivir”, hoy parece ser un slogan que me identifica como mi propio nombre espiritual “Takiruna”, algunos de ellos se despiden con un “compartir es vivir”, yo sonrió dentro de mí con gran beneplácito y honor. Esta frase o slogan surgió de la más absoluta espontaneidad, pero si se trata de dar una explicación de su naturaleza, resulta que tiene que ver con la ley suprema de reciprocidad andina: “el ayni”. Este potente mantra abre uno de los capítulos más exquisitos dentro de la espiritualidad andina, que es algo en lo que podríamos tardar de explicar una vida, pero que mejor es vivenciarlo y dar el ejemplo, de modo que –de entenderse su esencia- esto nos evitaría largos períodos de meras teorizaciones.

 

El ayni es un principio supremo en el mundo andino, esto tiene que ver con la reciprocidad y el intercambio de energía en la justa proporción, que es como una balanza que equilibra las propias fuerzas del universo. El ayni andino va más allá de la reciprocidad occidental basada en el dinero o la compensación material, esta se basa esencialmente en un profundo sentimiento de gratificación y plenitud espiritual. El ayni por ejemplo permitió en tiempos antiguos el florecimiento de la civilización andina, gracias a ello el trabajo colectivo de los ayllus construyó un sistema social y cultural en donde la mano del hombre supo convivir con la naturaleza lejos de dominarla o destruirla como si se tratase solo de materias primas. Hoy somos testigos del legado de nuestros ancestros Inkas por ejemplo al observar sus edificaciones intactas e imponentes al paso del tiempo, aún en lugares inaccesibles e impensables para el hombre moderno.

 

Compartir es vivir

 

Cuando ocurre esto de “compartir es vivir”, lo que fluye es algo muy sencillo, puesto que lo que tengo lo comparto y si lo comparto siento que que algo he dado a mi propio corazón. “Compartir es vivir” es para mí el ayni más sencillo y aplicado, no hay que teorizar horas y tratar de convencer la mente occidental, a veces solo basta un gesto, una acción de cualquier naturaleza, como dar apoyo moral, regalar una canción, un abrazo, un gracias o dar algo propio en fin. Compartir es como partir el propio ego en dos, de tal modo que pierde su firmeza y hasta su arrogancia, y el desprendimiento a ese nivel comienza ser una cualidad potencialmente alcanzable y agradable, de modo que no se trata de dar por obligación o por que banalmente se trate de una ley andina, se comparte porque en el acto de dar se fluye como la vida misma y uno entra en sintonía con la pachamama, la principal proveedora del ayni.

 

A mi modo de ver cuando se comparte se vive en el reino del kawsay, que es algo como sentir que somos parte del universo de realidades vivas, el kawsay es la vida misma que fluye como la sangre dentro de nuestras arterias y venas, con propósitos que el poblador andino ha sabido decodificar y convivir en un estado de paz y armonía al cual llamaron allin o sumaq kawsay, el bienestar andino.

 

Dar a la pachamama

 

Para la ley del ayni la raza humana logra su autorrealización si trasciende su propio ego, esto hace suponer la rotura del esquema occidental de individualización, a este paso es fundamental que todo logro material o espiritual permita que los beneficios se distribuya o compartan en los semejantes (modelo colectivo). En simples palabras y a modo de ejemplo banal si alguien alcanza la iluminación la pachamama dirá: “solo no has de alcanzar la iluminación trae otro y entrarás en el reino de los ascendidos del hanak pacha”.

 

El poblador andino agradece a la pachamama con ceremonias de despachos, ofertas o comúnmente llamados pagos, como gestos de reciprocidad, de modo que este gesto resalta la importancia de su relación con los apus y la propia madre tierra, de la cual se considera parte. Toda oferta a la madre tierra está impregnada de agradecimiento y fundamentalmente respeto por los dones concedidos. Cuando el espíritu de la pachamama acepta esta ofrenda lo hace con alguna señal que el poblador sabe identificar, pues puede tratarse de la visita de un cóndor o un colibrí, el canto de un pájaro, un remolino de viento o un suceso inesperado y a la vez crucial. Por esta simbiosis con la madre tierra el corazón del poblador andino siempre está lleno de agradecimiento, bajo este modelo es él quién debe dar siempre las ofrendas, por algo que ya la madre tierra le da de modo permanente: su hábitat, el agua, los alimentos, sus animales, etc.

 

Vivir es compartir

 

Si cambiamos el “compartir es vivir” por “vivir es compartir” no cambia mucho la esencia de la frase, en cualquier caso se trata de un potente autodecreto que viaja a los cuatro vientos y siempre regresa al oferente porque la vida es circular como su propia casa la madre tierra. El ayni es un principio que se debe sentir como propio, si lo que se desea es alcanzar este estado de gratitud y paz de acuerdo al modelo andino. Ciertamente no es el único camino ni pretende serlo, pero estamos hablando de un modelo de vida no jerárquico ni piramidal, que va más allá de las posiciones únicas y los individualismos, que permite la integración humana y la vida en contacto directo con la madre tierra –siendo esto urgente para cuidarla y preservarla- entonces seguramente será necesario echarle una mirada y escuchar de paso a los guardianes de la tierra que cada poblador andino conserva dentro de su propio corazón.

 

Compartir es vivir…

 

Fuente: http://www.takiruna.com

 

 

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