El asno del Mesías

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El Estado único no es la solución del conflicto palestino-israelí

Por Uri Annery/ zope.gush-shalom.org

“¡La solución de dos estados está muerta!” Este mantra ha sido repetido últimamente tan a menudo por parte de tantos comentaristas autorizados que debe de ser verdad.

Bueno, pues no lo es.

Le recuerda a uno aquellas palabras tan citadas de Mark Twain: “La noticia de mi muerte fue una exageración”.

A estas alturas la cosa se ha convertido en una moda intelectual. Abogar por la solución de los dos Estados significa que uno es antiguo, viejo, pasado de moda, bastante pesado, un fósil de una época pasada. Izar la bandera de la “solución de un solo Estado” significa que uno es joven, con visión de futuro, “guay”.

En realidad, eso sólo demuestra cómo las ideas se mueven en círculos. Cuando a principios de 1949, justo después del final de la primera guerra árabe-israelí, declaramos que la única respuesta a la nueva situación era el establecimiento de un Estado palestino al lado de Israel, la “solución de un Estado” ya era vieja.

La idea de un “Estado binacional” se puso de moda en la década de 1930. Sus principales defensores eran intelectuales bienintencionados, muchos de ellos luminarias de la nueva Universidad Hebrea como Judá Leon Magnes y Martin Buber. Los reforzaron el movimiento kibutznik Hashomer Hatzair, que más tarde se convirtió en el partido Mapam.

Nunca llegó a arraigar. Los árabes creían que era un truco judío. El binacionalismo se basaba en el principio de la paridad entre las dos poblaciones de Palestina: 50% judíos y 50% árabes. Dado que por aquel entonces la población judía representaba menos de la mitad de la población total del país, los recelos árabes eran razonables.

En el lado judío la idea parecía ridícula. La esencia misma del sionismo era disponer de un Estado en el que los judíos fueran dueños de su destino, preferentemente en toda Palestina.

En aquel momento nadie lo llamó la “solución de un único Estado” porque ya existía un Estado: el Estado de Palestina, gobernado por los británicos. La “solución” fue llamada “Estado binacional” y murió sin pena ni gloria con la guerra de 1948.

¿Qué ha provocado la resurrección milagrosa de esta idea?

No es el nacimiento de un nuevo amor entre los dos pueblos. Algo así habría sido maravilloso, incluso milagroso. Si los israelíes y los palestinos hubieran descubierto sus valores comunes, las raíces comunes de su historia y sus idiomas, su amor común por este país, ¿no habría sido eso algo absolutamente maravilloso?

Pero, por desgracia, la renovada “solución de un Estado” no nació de otra concepción inmaculada. Su padre es la ocupación y su madre la desesperación.

La ocupación ya ha creado de facto un Estado único: un malvado Estado opresivo y brutal en el que la mitad de la población (o un poco menos de la mitad) priva a la otra mitad de casi todos sus derechos: derechos humanos, económicos y políticos. Los asentamientos judíos proliferan y cada día trae consigo más historias de dolor.

La buena gente de ambos lados ha perdido la esperanza. Pero la desesperanza no es buen acicate para la acción. Fomenta la resignación.

Volvamos al punto de partida. “La solución de los dos Estados está muerta”. ¿Por qué? ¿Quién lo dice? ¿En base a qué criterios científicos se ha certificado su muerte?

En general, se menciona la expansión de los asentamientos como signo de su fallecimiento. En la década de 1980 el respetado historiador israelí Meron Benvenisti sentenció que la situación se había convertido en “irreversible”. En aquel tiempo no había más de 100.000 colonos en los territorios ocupados (aparte de Jerusalén Este, que de común acuerdo se considera como una cuestión aparte). Ahora dicen que son 300.000, pero ¿quién los está contando? ¿Con cuántos colonos se llega al punto de irreversibilidad? ¿Con 100.000, 300.000, 500.000, 800.000?

La historia es un vivero de reversibilidad. Los imperios crecen y se derrumban. Las culturas florecen y se marchitan. Lo mismo ocurre con los modelos sociales y económicos. Sólo la muerte es irreversible.

Se me ocurre una docena de formas diferentes para resolver el problema de los asentamientos, desde el desalojo por la fuerza hasta el intercambio de territorios pasando por la ciudadanía palestina. ¿Quién pensaba que los asentamientos del norte del Sinaí se evacuarían tan fácilmente? ¿O que la evacuación de los asentamientos de la Franja de Gaza se convertiría en una farsa nacional?

Al final, es probable que se combinen varias fórmulas, según las circunstancias.

Todos los hercúleos problemas del conflicto se pueden resolver si hay voluntad. La voluntad es el verdadero problema.

A los uniestatistas les complace basarse en la experiencia sudafricana. En su opinión Israel es un Estado apartheid, igual que la antigua Sudáfrica, y por lo tanto la solución debe seguir el modelo sudafricano.

La situación de los territorios ocupados, y en cierta medida del propio Israel, en efecto, se asemeja bastante al régimen de apartheid. El ejemplo del apartheid puede ser justamente citado en el debate político. Pero en realidad apenas existen semejanzas más profundas –de existir alguna- entre ambos países.

En cierta ocasión David Ben Gurion dio un consejo a los líderes de Sudáfrica: partición. Concentrar a la población blanca en el sur, en la región del Cabo, y ceder a los negros las otras partes del país. En Sudáfrica ambas partes rechazaron enérgicamente esa idea porque ambas partes creían en un solo país unido.

Hablaban en gran medida los mismos idiomas, practicaban la misma religión, estaban integrados en la misma economía. La lucha se refería a la relación amo-esclavo en un contexto donde una pequeña minoría gobernaba sobre una inmensa mayoría.

Nada de eso ocurre en nuestro país. Aquí tenemos dos naciones diferentes, dos poblaciones de casi igual tamaño, dos idiomas, dos (o, más bien, tres) religiones, dos culturas, dos economías completamente diferentes.

Premisas falsas conducen a conclusiones equivocadas. Una de ellas es que Israel, como la Sudáfrica del Apartheid, puede ser doblegada mediante un boicot. Con respecto a Sudáfrica, se trata de una condescendiente ilusión imperialista. El boicot, por muy moral e importante que de hecho fue, no fue el factor determinante. Fueron los propios africanos, ayudados por algunos idealistas blancos locales, quienes hicieron el trabajo por medio de sus valientes huelgas y levantamientos.

Soy optimista y espero que con el tiempo los judíos israelíes y los árabes palestinos se convertirán en pueblos hermanos que vivirán armónicamente uno al lado del otro. Pero para llegar a ese punto debe darse un período en el que convivan pacíficamente en dos Estados vecinos, espero que con fronteras abiertas.

Las personas que hablan ahora de la “solución de un único Estado” son idealistas. Pero hacen mucho daño. Y no sólo porque se apartan a sí mismos y a otros de la lucha por la única solución realista.

Si vamos a vivir juntos en un solo Estado, no tiene sentido luchar contra los asentamientos. Si Haifa y Ramallah van a estar dentro del mismo Estado, ¿qué diferencia hay entre un asentamiento cerca de Haifa y uno cerca de Ramallah? Sin embargo, la lucha contra los asentamientos es absolutamente esencial, es el principal campo de batalla en la lucha por la paz.

De hecho, la solución de un único Estado es el objetivo común de la extrema derecha sionista y de la extrema izquierda antisionista. Y ya que la derecha es incomparablemente más fuerte, es la izquierda la que está ayudando a la derecha, y no al revés.

En teoría, así debería ser. Porque los uniestatistas creen que los derechistas sólo están preparando el terreno para su futuro paraíso. La derecha está uniendo al país y acabando con la posibilidad de crear un Estado independiente de Palestina. Someterán a los palestinos a todos los horrores del apartheid, y mucho más aún, ya que el objetivo de los racistas sudafricanos no era desplazar y sustituir a los negros. Pero cuando llegue el momento -tal vez dentro de unas pocas décadas o en el plazo de medio siglo- el mundo obligará al Gran Israel a conceder a los palestinos plenos derechos e Israel se convertirá en Palestina.

Según esta teoría ultraizquierdista, la derecha, que es la que está creando en estos momentos el Estado racista unitario, es, en realidad, el asno del Mesías, el legendario animal sobre el que el Mesias cabalgará hacia la victoria.

Es una hermosa teoría, pero ¿qué garantías hay de que eso suceda realmente? Y antes de que llegue la fase final, ¿qué pasará con el pueblo palestino? ¿Quién obligará a los gobernantes del Gran Israel a aceptar los dictados de la opinión pública mundial?

Si ahora Israel rechaza ceder ante la opinión pública mundial y permitir que los palestinos tengan su propio Estado en el 28% de la Palestina histórica, ¿por qué razón cederá ante la opinión mundial del futuro y aceptará el completo desmantelamiento de Israel?

Hablando de un proceso que seguramente durará 50 años o más, ¿quién puede saber lo que pasará? ¿Qué cambios ocurrirán en el mundo en el ínterin? ¿Qué guerras y qué otras catástrofes desviarán la atención mundial de la “cuestión palestina”?

¿Alguien se jugaría realmente el destino de su nación con una teoría descabellada como esta?

Suponiendo por un momento que la solución de un solo Estado se realizara, ¿cómo funcionaría?

¿Los judíos israelíes y los árabes palestinos servirán en el mismo ejército, pagarán los mismos impuestos, obedecerán las mismas leyes, trabajarán juntos en los mismos partidos políticos? ¿Se forjarán lazos sociales entre ellos? ¿O se abismará el Estado en una interminable guerra civil?

Otros pueblos han descubierto que es imposible vivir en el marco de un único Estado. Ahí están los ejemplos de la Unión Soviética, Yugoslavia, Serbia, Checoslovaquia, Chipre, Sudán. Los escoceses quieren separarse del Reino Unido. Lo mismo desean los vascos y los catalanes de España. Los franceses en el Canadá y los flamencos en Bélgica están inquietos. Que yo sepa, durante décadas en ningún lugar del mundo ha ocurrido que dos pueblos diferentes hayan acordado unirse en un solo Estado.

No, la solución de los dos Estados no está muerta. No puede morir, porque es la única solución que existe.

La desesperación puede ser conveniente y tentadora. Pero la desesperación no es en absoluto una solución.

Fuente original: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1368181918/

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