La epidemia del coronavirus, extendida cada día con mayor rapidez a través del planeta, ha dado lugar a varias teorías imaginarias del complot.
No es el primer fenómeno que da lugar al ‘‘complotismo” en la historia. Catástrofes, asesinatos de personajes políticos u otras celebridades, pandemias, actos terroristas inimaginables antes de ocurrir, en fin, todos esos fenómenos que afectan grandes partes de la población y de los cuales no se saben bien a bien las causas, desencadenan explicaciones imaginarias. La información se oculta, se dice, o sencillamente, tal vez no existe: ni autoridades ni científicos poseen una explicación verdadera, total y coherente del desastre. Suceso tan imprevisible e inesperado como de consecuencias maléficas.
En la antigüedad, los dioses, griegos, aztecas, egipcios u otros, eran los responsables de las calamidades que azotaban a los hombres. Las 10 plagas sufridas por los egipcios, por ejemplo, son enviadas por Yahvé para obligar al faraón a dejar partir al pueblo de Israel, según consigna el Éxodo. El Diluvio o la lluvia de fuego sobre Sodoma y Gomorra son castigos divinos contra la maldad humana. La larga guerra de Troya se inicia por una querella entre Hera, Atenea y Afrodita, cada una de las cuales se considera la más bella diosa. A las bodas en el Olimpo de Peleo y Tetis son invitados todos los dioses, excepto Eris, diosa de la discordia.
Para vengarse, Eris lanza una manzana de oro destinada a la más bella. Sin acuerdo posible entre las divinidades olímpicas, se llama a Paris, príncipe troyano que decidirá. Cada diosa promete a Paris una recompensa y éste escoge la promesa de Afrodita: poseer la más bella mujer del mundo, Helena. Simple problemita, Helena es la mujer de Menelao, hermano de Agamenón. Paris rapta a Helena. Los atridas deciden la guerra contra Troya.
A lo largo de los cantos de Homero, La Ilíada y La Odisea, las disputas entre los dioses repercuten en la guerra como en la suerte cotidiana de los guerreros. Durante el Medievo y en países donde reina la fe católica, hambruna, peste o guerra son castigos divinos. El complot, tal cual existe ahora, aunque se asocia al pensamiento mítico, acompaña la ideología y la práctica revolucionaria desde el siglo XVIII. Creencias delirantes, producen a veces efectos asesinos masivos. Líderes de imperios o finanzas, grandes agencias de espionaje, Sabios de Sión, masones, grupos secretos o sectas, toman el lugar de los dioses ausentes del Olimpo.
El sida se debe a un complot del Ku Klux Klan para acabar con la raza negra. El derrumbe de las Torres Gemelas fue organizado por el Mossad y la CIA. Con el coronavirus, Trump y el Pentágono creen ganar la guerra comercial contra China. Sí, sí, siempre habrá víctimas colaterales, qué se le va a hacer. Pero, de imaginario a imaginario, prefiero los mitos griegos.
La relación contradictoria entre el discurso racional, que se pretende verídico, y la palabra irracional, que pretende revelar una verdad secreta aún más verdadera, da lugar a un debate que se perpetúa y no hay motivo para que hoy se interrumpa mientras los humanos hablen y escriban. El lenguaje permite lo mejor y lo peor. Esopo ilustra esto con una fábula: su amo le ordena cocinar el mejor y el peor platillo. Esopo sirve el mismo alimento dos veces: la lengua.
Aquí puede pensarse que el periodismo es un oficio arriesgado, difícil cuando no imposible de ejercer sin caer en error. ¿Cómo escribir un texto legítimo y coherente cuando se vive entre rumores, complots, interpretaciones partidarias, si no mentirosas como los fake news? ¿Cómo estar seguro de decir la verdad? Acaso, una ventaja de la literatura sobre el periodismo se base en el hecho de ser una ficción. Una novela, por ejemplo, se presenta como creación imaginaria. Nadie puede cuestionar su verdad o mentira. Mientras el delirio ‘‘complotista” abusa: pone un pie de un lado y otro pie del lado opuesto, al sustituir lo real por la ficción.
Fuente: La Jornada