Por Sabina Berman
“El ano del hombre no está diseñado para recibir.” La frase es del arzobispo de México, Norberto Rivera, y se incluye en el artículo que la semana pasada publicó en el semanario Desde la Fe. “El ano está diseñado sólo para expeler. Su membrana es delicada, se desgarra con facilidad y carece de protección contra agentes externos que pudieran infectarlo. El miembro que penetra el ano lo lastima severamente pudiendo causar sangrados e infecciones”.
De lo que monseñor deduce que la homosexualidad es peligrosa y los matrimonios gays deben prohibirse. (Lógica de la que devendría a su vez que las lesbianas son el pueblo elegido de Dios, porque en los coitos lésbicos es posible alcanzar el orgasmo sin que nada sea recibido ni nada expelido, si acaso un largo aaaaaaah de satisfacción.)
Pero no lo tomemos a mofa. En verdad el antedicho es el nuevo argumento contra la homosexualidad que enarbola el prelado de más alta jerarquía de la curia nacional, luego de que tantos otros le han fallado. Aquel de que Sodoma fue destruida por Dios porque sus habitantes practicaban el sexo anal, ya no conmueve a nadie –excepto a los habitantes de Sodoma, que además ya no existen–. Aquel de que la homosexualidad es una sicosis, está desautorizado por los estudios sicológicos emprendidos de forma científica. Aquel de que los animales no son naturalmente homosexuales, fue refutado por los mismos animales en cuanto los biólogos observaron sus prácticas eróticas.
Queda ahora el argumento del ano.
No hay que desestimar su fuerza. No la fuerza del ano. O del argumento del ano. Sino de la actual embestida de la curia mexicana contra la homosexualidad, provocada por la iniciativa que envió el presidente Peña Nieto al Congreso para volver constitucional las bodas igualitarias, a decir: el derecho de todo mexicano de casarse con quien desea casarse. El hecho es que el arzobispo ha puesto en pie de lucha a los obispos del país.
El obispo Castro Castro está llamando desde el altar de la Catedral de Cuernavaca a la rebelión civil para destituir al gobernador de Morelos, Graco Ramírez, uno de los políticos más receptivos a la causa de la igualdad de los géneros y de las personas de distintas orientaciones sexuales. El obispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez, se declaró dispuesto al martirio de ser encarcelado por impedir, físicamente, a golpes de violencia, las bodas gays. Y estos son sólo los dos botones de muestra más coloridos.
En mi novela El dios de Darwin narro la historia verídica de una mujer transgénero y su novio musulmán que fueron secuestrados por los Hermanos de Mahoma en la ciudad de Dubái. En una oficina del piso 68 de un rascacielos se les sometió a una terrible indagatoria. ¿Quién metía el pene y quién lo recibía en el ano durante el coito? La pregunta no era banal. Según la ley coránica, el que mete el pene merece el desprecio de la comunidad de los creyentes, pero el que recibe el pene en el ano merece la muerte porque está comportándose como una mujer, oh infinito pecado nacer varón y tomar el lugar de una hembra, y estar confundiendo su ano con una vagina, mil años de miopía a su parentela entera.
La historia no contó con un buen final. Habiendo confesado la mujer transgénero que ella “recibía” en el ano al pene, fue colocada sobre la mesa de acero inoxidable de la cocina del piso 68, capada, y por fin degollada.
Es en esa noble tradición de incomprensión y mistificación de la sexualidad y las zonas erógenas que se inscribe el argumento del ano del Arzobispo Primado de México y de los obispos que lo siguen sin propia conciencia.
Párrafo aparte merece el silencio de los defensores de los derechos humanos ante la presente embestida de los curas contra los gays. Sin duda la impopularidad del presidente Peña Nieto influye en que los defensores de la igualdad no hayan defendido hasta ahora su iniciativa de las bodas igualitarias. No les atrae colocarse del mismo lado del presidente, aunque sea en un tema de justicia social.
Más relevante sin embargo me parece a mí el cansancio con el tema mismo. Se antoja muy pesado en el siglo XXI volver a un debate que la sociedad mexicana ya dio en el siglo XX y del que resultó la aceptación casi universal de que en realidad no hay tal tema. Si dos hombres quieren hacer el amor y formar una familia, si dos mujeres quieren lo propio, ¿a qué negarles el placer y las tribulaciones del matrimonio, igual que sus derechos civiles?
Y sin embargo, lo dicho: el arzobispo vuelve al ataque del amor ajeno con el nuevo recurso del ano y sus 100 obispos han arrancado ya la nueva revolución cristera para proteger ese anillo de músculos. Así que no cabe excusa, habrá que dar esta enésima batalla, amigos, amigas de la igualdad. Habrá que repudiar de viva voz y por escrito esta enésima intentona de la discriminación.
Para evadir el cansancio, a esta que escribe se le ocurre una nueva táctica. Un nuevo argumento. ¿Qué tal si esta vez hablamos de la homosexualidad en la Iglesia Católica de México?
Es conocido que la institución de Occidente con mayor densidad de gays es la Iglesia Católica. El propio Papa Francisco reconoció que en la Iglesia Católica el grupo de mayor poder es el “lobby gay”, los arzobispos homosexuales cuya fraternidad reside en el secreto mutuamente conservado del amor a los muchachos.
Pequeña sugerencia a esos muchachos que en México son los testigos presenciales de la hipocresía de nuestra alta curia: relaten en voz alta y por escrito esas fiestas de prelados encendidos por la culpa. Dios, que es amplio y generoso, que es la energía que anima la vida, que prefiere lo recto a lo torcido para fluir, les agradecerá la sinceridad.
No hay nada como la verdad para disipar la mentira. No hay nada como la sinceridad para disipar la hipocresía. No hay nada como la luz para borrar la oscuridad.
Fuente: Proceso