Por Pedro MIguel
Hay que decirlo como es: para el país, las grandes tragedias del año que termina son sin duda los 300 mil muertos por Covid-19 contabilizados hasta ahora, los casi 4 millones de pobres causados por el colapso económico asociado a la pandemia, los empleos perdidos, los negocios cerrados, las familias rotas, los planes y destinos trastocados; para la oposición política, empresarial y mediática, lo trágico es que esos saldos no fueron mucho mayores.
El inicio de 2021 pilló al mundo en la angustia de una cresta de infecciones por SARS-CoV2 y en la esperanza de las vacunas. Varios gobiernos aplicaron políticas desastrosas frente a la pandemia; los casos más conocidos son el de Trump, en Estados Unidos; el de Bolsonaro, en Brasil, y el de Moreno, en Ecuador. Pero en general, la mayoría de las autoridades nacionales actuaron en lo local con la responsabilidad que es posible asumir frente a una enfermedad ignota, cuyas características se van aprendiendo sobre la marcha. Aunque en el ámbito global los países ricos exhibieron una miopía y un egoísmo monumentales al monopolizar la gran mayoría de los antígenos y privar de dosis a naciones pobres de Asia, África y América Latina, cada cual en su ámbito delineó medidas sanitarias acordes con sus características sociales, demográficas y económicas.
El gobierno mexicano adoptó desde el primer momento una estrategia integral basada en la información diaria, el distanciamiento social, una reconversión hospitalaria de gran magnitud que evitó el colapso del sistema hospitalario y un cese de actividades dirigido a sectores, no a personas. Y desde antes de que arrancara la producción en masa de vacunas las autoridades nacionales firmaron contratos de abastecimiento masivo con varios de los principales fabricantes.
Después vino la campaña nacional de vacunación, que en menos de un año ha aplicado casi 150 millones de dosis, algo así como la población total de Rusia o tres veces la de Argentina (https://is.gd/Rtontj).
Esto se ha logrado a pesar de la desastrosa herencia de los gobiernos neoliberales, que construyeron hospitales no para atender a la población, sino para hacer negocios, compraron fármacos mediante un sistema de adquisiciones carcomido por la corrupción e hicieron de la profesión médica un ejemplo lacerante de desigualdad: una pequeña élite de la medicina privada que hasta empezó a llamar “clientes” a los pacientes, por un lado, y una mayoría proletarizada en el sistema de salud público, cuando no sobrexplotada en los dispensarios de las cadenas farmacéuticas.
Además, la lucha contra la pandemia no sólo hubo de hacer frente a las oleadas sucesivas de contagios, con sus secuelas de hospitalizaciones, muertes y secuelas perdurables, sino que también enfrentó una intensa y extensa campaña de descrédito lanzada por la oposición oligárquica. Se buscó descalificar, de las formas más ruines, a los mandos del sector salud –empezando por el subsecretario Hugo López-Gatell–; se alentó desde gobiernos estatales opositores movilizaciones de protesta por la escasez de materiales médicos y de protección –aunque la carencia era mundial–, y cuando empezaron las vacunaciones, se contaron toda clase de mentiras sobre la campaña y sobre las vacunas mismas: Felipe Calderón llegó a decir que las inoculaciones iban tan lentas que no terminarían sino hasta el año 2155; cuando México pactó la compra de la fórmula Sputnik, Lilly Téllez aseveró que esa vacuna “sólo funciona en el papel” y que el gobierno la había elegido porque “es barata” (https://is.gd/zkXaRY), un aserto que fue respaldado en bloque por los legisladores del PAN (https://is.gd/yjSU0x); Héctor Aguilar Camín deslizó que ese biológico podía ser más efectivo para los rusos que para “poblaciones de países tropicales de ingresos bajos y medios” (https://is.gd/BnT5Iq); hace unos días, Joaquín López Dóriga aseguró que el gobierno aprobó la vacuna cubana Abdala “por motivos ideológicos”, cuando el antígeno en cuestión fue aceptado por la simple razón de que ha demostrado una eficacia de 92.2 por ciento (https://is.gd/kghZbm).
Podría escribirse un libro con las sandeces vertidas por los opositores en su afán de azuzar a la opinión pública en contra de la Presidencia y de descarrilar los esfuerzos gubernamentales y sociales para enfrentar la pandemia. Lo cierto es que la reacción oligárquica cifró sus esperanzas de resurrección política en un descontrol sanitario catastrófico y perdió rotundamente la apuesta, como pudo constatarse en las elecciones de junio.
Tal vez 2021 sea recordado como el año en que México –su población y sus autoridades– enfrentaron con éxito la crisis sanitaria global y la infodemia de la oposición local. Hoy la cuarta oleada de Covid-19 toca la puerta de 2022, pero el país tiene un sistema de salud fortalecido y una conciencia sanitaria y política mucho mejor definida.
Mi agradecimiento al doctor Gustavo Reyes Terán.
¡Feliz Año Nuevo!
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