El Teatro Juárez es la la sede de los espectáculos de escena del Festival Cervantino. Su funcionalidad y esplendor recae en el talento técnico de seis veteranos del espectáculo.
Por Uriel Rodríguez
El Teatro Juárez es el actor principal de la vida cultural de Guanajuato. Su escenario, estrenado en octubre de 1903 por la tortuosa historia de amor entre la princesa etíope Aída y el comandante egipcio Radamés, personajes centrales de la ópera Aída de Giuseppe Verdi, ha engalanado las presentaciones de artistas de cualquier estilo, disciplina y nacionalidad.
El Juárez es, sin exagerar, una embajada universal del arte y la cultura.
Durante sus primeros 50 años de vida fue sede de casi cualquier tipo de actividades artísticas o deportivas, desde proyecciones de cine mudo, funciones de box y de lucha libre, hasta pista de circo, sala de usos múltiples, de asambleas sindicales y partidistas, entre otras actividades inimaginables para un recinto de su tipo.
Pero desde hace 40 años, el Teatro Juárez, ese ecléctico edificio que corona al Jardín Unión de la capital guanajuatense, es la casa principal de los mejores espectáculos del Festival Internacional Cervantino, acontecimiento que ayudó a que este escenario recuperara su distinción y, muy directamente, a que surgiera una generación de técnicos especializados en la escuela de la experiencia al auxiliar a músicos, orquestas, a compañías de danza, actrices, bailarines, a los representantes de esa gran nación del arte y la cultura que tiene aquí su embajada universal.
Isidro Guerrero, coordinador operativo del teatro; Pedro Luciano Ibarra, tramoyista; Eugenio López, sonidista; y José Guadalupe Ramírez, iluminador, son cuatro de los seis miembros de esa generación, ahora experta, que sostiene con talento y dedicación la espléndida reputación del Juárez.
Los cuatro, además, han trabajado durante casi las 40 ediciones del ahora festival más importante de Latinoamérica, por lo que su jubilación podría estar en puerta, llevándose con ellos la experiencia acumulada durante todo ese tiempo, sin que haya hasta ahora detrás una nueva generación de aprendices o técnicos que sustituya a los veteranos. Pero, como dice Isidro Chilo Guerrero, “el teatro es nuestra casa grande; la chica es la otra”.
“Aunque la jubilación sea un tema, personalmente le tengo muchísimo cariño al teatro. Yo estudié para ingeniero topógrafo y trabajar en el teatro me permitió pagar mis estudios, pero me quedé y aquí sigo después de todos estos años”, sostiene con orgullo Chilo Guerrero. “En algún festival me tocó estrenar, como parte del equipo de audio, una consola análoga, pero con pantalla para programar niveles: por aprender, durante dos días no salimos del teatro; yo solo salía de la cabina para ir al baño o comer algo y nada más veíamos cómo se ocultaba el sol y volvía a parecer detrás de las ventanas”.
“Un espectador llega al teatro, se sienta en su butaca y disfruta del espectáculo, pero no sabe qué ocurre detrás. El foro es un mundo, el foro es mágico. Con creatividad y talento se pueden realizar muchas cosas.”
Isidro Guerrero
Fecha de nacimiento: 15 de mayo de 1952
Lugar de nacimiento: Guanajuato, Gto
Fecha de ingreso oficial al Teatro Juárez: 1 de enero de 1974
Actual posición: Coordinador operativo
El actual coordinador operativo del Teatro Juárez, como el resto de sus compañeros, llegó a trabajar al teatro casi por error. En su caso, su interés por hacer teatro desde el bachillerato, en 1968, lo convirtió en comparsa de plaza durante los Entremeces cervantinos, antecedente directo del actual FIC. Su amistad con el entonces director del Juárez, Enrique Ruelas, lo llevó a colarse hasta la cabina de sonido del teatro en 1971, como apoyo durante el primer coloquio cervantino. Al siguiente año también colaboró en la primera edición del festival, pero fue hasta 1974 cuando se convirtió oficialmente en el técnico de audio del teatro.
“No contamos 1973 porque hubo cambio de gobierno y no hubo festival. De hecho, la gente de la ciudad pensaba, en aquel 1972, que el festival no iba a durar, que iba a ser pasajero. Yo mismo llegué a pensar que con el cambio de gobierno el festival desaparecería, pero fue muy por el contrario, fue creciendo y creciendo, haciéndose indispensable.
“Desde entonces, para mí lo mejor es ver a un espectador salir satisfecho y con gusto del teatro. En ese momento el trabajo y el esfuerzo tiene sentido. Trabajar en el teatro, después de tantos años, sigue siendo adictivo, por eso digo que esta es nuestra casa grande; la chica es la otra”.
SABRÁ DIOS…
Cuenta Pedro Ibarra que, en uno de tantos Cervantino, llegó a cantar al teatro José María Napoleón, el famoso baladista de la década de los ochenta. Su trabajo en la tramoya le permitió llevar a su esposa e hijo hasta un costado del escenario, detrás de una de las piernas, un lugar de lujo. “Para salir a escena, Napoleón se paró adelante de mi mujer y mi chamaco. Bueno, salió casi con la carcajada porque mi hijo le había pedido que se quitara de enfrente porque no lo iba a dejar ver”, termina la anécdota riendo a todo lo que da su garganta. Y complementa con tono serio: el día a día es la mejor escuela que se tiene el teatro.
Este tramoyista de 72 años llegó por primera vez al Teatro Juárez en 1972, contratado por el ingeniero Francisco Serrano, colaborador de Bellas Artes. Herrero de profesión, Pedro Ibarra comenzó haciendo trabajos eventuales en esa especialidad para Serrano cuando venía a Guanajuato, primero al coloquio cervantino, después al festival, hasta que en 1976 fue contratado por la administración del teatro y se convirtió en el tramoyista de base. “Desde entonces aquí andamos, trabajando para el festival desde su primera edición”.
“Aunque no se note tanto, la tramoya es una de las partes más importantes de los espectáculos, y esto me lo enseñó el maestro Jesús Cueto, quien era encargado de tramoya en Bellas Artes. Era mi maestro.”
Pedro Ibarra
Fecha de nacimiento: 30 de junio de 1941
Lugar de nacimiento: Guanajuato, Gto
Fecha de ingreso al Teatro Juárez: 14 de febrero 1976
Actual posición: Técnico en tramoya
“¿Llegar al 42? Sabrá dios, no creo. Posiblemente ande por aquí hasta después del festival, pero en enero pasado me detectaron diabetes y hay veces que las presiones del trabajo son altas. No me quiero arriesgar a quedar aquí. Además, a mis 72 años ya me canso”.
El actual encargado del sonido en el teatro, Eugenio López, también está preocupado por el refresco generacional: “Somos una raza en extinción. El personal técnico de los tres teatros grandes de la ciudad (Juárez, Cervantes y Universitario), todos somos de la misma generación”.
Eugenio López nació, creció y ha vivido en el centro de Guanajuato, por lo que el Teatro Juárez le era cercano desde sus primeros juegos infantiles. Recuerda que desde los siete años se metía entre columnas y pasillos. A los 16 ya recogía boletos en sala. Recuerda con detalle que, ya trabajando para el Cervantino a esa edad, en 1979, acomodó a los asistentes al concierto que dieron Ray Charles, Ella Fitzgerald y Joan Baez en el parque deportivo San Jerónimo, una experiencia que describe como “un lujo”. Incluso cuenta haber acompañado a su asiento en el Teatro Juárez, en 1982, a la bella actriz Farrah Fawcett y su esposo Lee Majors, famoso por la serie de televisión The Six Million Dollar Man.
QUEBRANDO EL VIDRIO
Pero la anécdota que lo sonroja es la que vivió con el ingeniero de sonido de Philip Glass. En 1986, un año después de su ingreso formal a la plantilla del teatro como auxiliar en sonido, le tocó recibir al staff del compositor estadounidense, quien fue de los primeros artistas en utilizar sistemas de audio conocidos como “proyectos”: enormes columnas de bocinas que dividían las frecuencias agudas, medias y graves.
“Cuando el Cervantino empezó a traer los ‘proyectos’ pues nosotros empezamos a aprender a utilizarlos, y a veces tratar de competir y ser grande te come. A mí me preguntaron que si sabía trabajar ‘proyectos’. Les dije que sí, me trajeron mi proyecto y lo quemé. Quemé el sistema de audio de Philip Glass. Para mi suerte, el festival repuso todo y yo aprendí una gran lección.
“Somos una raza en extinción, porque el personal técnico de los tres teatros grandes de la ciudad, todos somos de las mismas generaciones, y no se ve quién pueda o quiera venir a sustituirnos.”
Eugenio López
Fecha de nacimiento: 1 de septiembre de 1963
Lugar de nacimiento: Guanajuato, Gto
Fecha de ingreso al Teatro Juárez: 19 de abril de 1985
Actual posición: Técnico en sonido
“El ingeniero que trabajaba con Philip Glass me dijo que un buen técnico no es aquel que te pide una marca, sino aquel que se las ingenia con lo que hay, no con lo que no hay. Esa ha sido una de mis mejores enseñanzas: resolver las cosas con lo que se tiene. Eso y que si no sabes, mejor pregunta. A mí me faltó aceptar que no sabía y preguntar”, acepta Eugenio con sonrisa avergonzada.
El más discreto de los cuatro entrevistados es José Guadalupe Ramírez, responsable de la iluminación del Teatro Juárez. Nacido en un rancho de Dolores Hidalgo, la falta de trabajo redituable en el campo lo obligó a emigrar a la capital de su estado y, buscando, llegó al teatro a saludar a un conocido. Minutos después ya estaba contratado como asistente general.
Empezó a trabajar en el séptimo festival. Le dieron la oportunidad de formar parte del equipo que carga y descarga los equipos y las cajas de los espectáculos. Años después tuvo la oportunidad de aprender con los técnicos hasta que, a partir del festival 11, lo hicieron responsable del área de iluminación.
“El festival es una opción para aprender, para conocer más de nuestra labor porque trabajamos con gente de todo el mundo, que utilizan otras técnicas, de esa manera nosotros siempre nos referimos al festival como el curso cervantino”.
José Guadalupe Ramírez
Fecha de nacimiento: 20 de septiembre de 1957
Lugar de nacimiento: Dolores Hidalgo, Gto
Fecha de ingreso al Teatro Juárez: 20 de marzo 1974
Actual posición: Técnico en iluminación
“El festival es la mejor opción para aprender, para conocer más de nuestro oficio porque trabajamos con gente de todo el mundo, profesionales que utilizan otras técnicas, de esa manera nosotros siempre nos referimos al festival como el curso cervantino. Pero los errores son la mejor escuela. Sale uno a escena cuando no debe, sigue uno en el escenario cuando ya empezó la función o mete mal una lámpara, siempre pasan cosas.
“Por eso, desde que se da la declaratoria del festival, se prepara uno mentalmente para la carga extra de trabajo, y hay que hacerlo porque nosotros no podemos decir ‘este año no trabajo’, somos personal de base y lo que sí podríamos es trabajar nuestro horario y ya, pero el teatro nos gusta, nos gusta lo que hacemos, y eso nos motiva para seguir en el horario que sea”.
(Fuente: conaculta.gob.mx)