Educación: Y el destino nos alcanzó

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La educación es algo demasiado serio como para dejarlo solamente a la política.

Por Javier Aranda Luna

No sé muy bien qué es un maestro, pero imagino que ayudar a construir la inteligencia de un niño, mantener su asombro, disparar su imaginación y enseñar una de las mayores creaciones de la historia, como la escritura, no es algo sencillo. Tampoco incursionar en el mundo de la abstracción matemática.

Si la esencia de todo trabajo, el que sea, es la construcción del futuro, la del maestro en particular es quizá la mas decisiva. El maestro muestra el mundo exterior a sus alumnos, los hace ver más lejos de lo que hasta entonces habían mirado y también a mirar con los ojos cerrados su propia vida interior, donde los sueños forman parte de los proyectos de vida.

Según Julio Cortázar, ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura. Enseñarles a usar y hacer suyo lo que como ser humano les pertenece, aunque no lo hayan hecho: a decir unos versos de Ovidio como si fueran suyos, o de Pessoa o de Sabines, porque dicen lo que quieren decir. A usar los juegos en su teléfono que otros diseñaron, pero que le permiten jugar su propia partida, o también a pensar que los alcatraces que pintó Diego a Rivera o los Girasoles de Van Gogh son tan suyos que los puede tener pegados en las paredes de su cuarto.

Seguramente ser maestro significa mucho más de lo que he escrito. ¿Cuántos no nos ayudaron a definir una vocación? ¿Cuántos otros a evitar un camino falso?

Cuando fracasa la misión de un maestro, fracasa la vocación de futuro de una sociedad. Fracasa incluso cuando el maestro llega a un aula como mero recurso de sobrevivencia económica; cuando llega porque no encontró otro lugar donde trabajar.

Tan poca importancia le hemos dado a la tarea educativa que dejamos crear una estructura de poder político paralela al Estado, capaz de decir planes de estudio, hacerse de recursos públicos destinados a la educación para que se construyeran partidos políticos, o se adquirieran vehículos militares para premiar a una burocracia sindical. ¿Se imagina a un maestro llegar en una Hummer amarilla a una escuela rural?

Tan poca importancia le hemos dado a la tarea educativa que la hemos dejado al garete en la marea política.

Cortázar nos recuerda, en un texto memorable de hace siete décadas, que si un maestro debe inocular con la cultura y la civilización a sus alumnos su preparación en una escuela Normal no será suficiente: La Escuela Normal no basta para ser maestro. Si se limita su preparación a eso su tarea estará destinada al fracaso. El maestro debe seguir aprendiendo, continuar estudiando para poder enseñar.

En los países con mejores resultados académicos los maestros se actualizan de manera constante y se evalúan, como ellos mismos hacen con cualquier alumno, para medir su aprovechamiento.

Así como los dentistas se certifican año con año y los médicos y los ingenieros y los carpinteros, los maestros, me parece, deben hacerlo. Y no me refiero a que conozcan sólo los nuevos recursos tecnológicos, como Internet, sino a que conozcan mejor a los clásicos que siempre dicen cosas nuevas, a que hagan suyas las principales creaciones de la civilización para poder compartirlas con sus alumnos, que acaso quizá conozcan gracias a la web, o estar al tanto de los derechos de las mujeres para decidir su maternidad, o el derecho de otros para optar por la sexualidad que prefieran.

Me sorprende que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educacion tenga la misma agenda laboral que el SNTE. Agenda que defendió una y otra vez la ex lideresa Elba Esther Gordillo. ¿A fin de cuentas son lo mismo esas dos organizaciones? ¿Las dos quieren mantener la posibilidad de heredar plazas, decidir contrataciones, evaluar rendimientos académicos con raseros de política sindical?

Decía Monsivais que el problema educativo en México era porque no habíamos interiorizado la educación como bien social. Porque delegábamos la educación de los niños y los jóvenes sólo a la escuela, y los planes educativos a la clase política en turno, que a veces era mala y otras peor, sobre todo en los recientes diez años. Sólo así entiendo que Felipe Calderón cediera el Issste, la Lotería Nacional, la subsecretaría de Educación Media Superior y Conaculta a la maestra Gordillo que decidía más sobe educación y cultura que el secretario en turno.

No dudo que los maestros deban ganar mejor. Tampoco que deban ser los mejores para encomendarles en buena medida la construcción del futuro de nuestra sociedad.

Ojalá esta crisis nos haga ver a todos lo que nos jugamos con la educación. Las mejores escuelas de educación básica y media superior estadunidenses son públicas, y las de Japón, Alemania y Noruega también. Igual ocurre con sus universidades. Esas sociedades han hecho suya la cuestión educativa.

Ya no es posible que existan escuelas sin salones, sin baños, sin agua corriente, sin pupitres. Tampoco que se impida el acceso a la educación pública a niños por motivos religiosos. Ya no deben existir maestros comisionados para tareas políticas y no educativas, ni maestros con dos, cuatro o seis plazas, ni privilegios medievales como aquellos de heredar plazas a los hijos de los hijos, por los siglos de los siglos.

Nuestro futuro será retaguardia si no le entramos en serio al problema educativo. ¿Cómo verán los niños de hoy estos problemas que hoy dividen a los mexicanos? ¿Entonces podrán verlos? ¿La reforma educativa resolverá estos problemas? La educación es algo demasiado serio como para dejarlo solamente a la política.

Fuente: La Jornada

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