Duelo y melancolía

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Por Marta Lamas

Hace un siglo, en 1915, Freud escribió Duelo y melancolía, y lo publicó dos años después. Ahí definió la melancolía como la obstinada y patológica estrategia de un sujeto que se resiste al necesario e inevitable trabajo del duelo, con el cual podría resignar el dolor de su pérdida y abrir su libido a una nueva búsqueda. En un conmovedor texto titulado El imposible duelo, María Inés García Canal hace una cuidadosa crítica al pensamiento de Freud y, abrevando en Derrida, Allouch y Kristeva, replantea el tema empezando por argumentar que duelo y melancolía se desarrollan en la historia, y adquieren connotaciones diferentes en distintos momentos.

García Canal se pregunta: “¿Es posible hacer un duelo ‘verdadero’ cuando la violencia atraviesa y subyuga a las sociedades, cuando arrebata indiscriminadamente nuestros ‘objetos’ de amor, cuando clausura los horizontes de espera? ¿Estamos enfermos de melancolía cuando social y masivamente los deseos se sofocan y las creencias se derrumban?”. La estrategia de esta profesora e investigadora de la UAM es pensar el duelo y la melancolía en nuestra actualidad y en “los espacios que habitamos signados por coordenadas geopolíticas: por el poder, la violencia, la usura y la guerra”, lo que la lleva a exponer y analizar emociones y situaciones sumamente parecidas a las que enfrentamos hoy en México.

Renuncio a resumir su largo y complejo texto (publicado en la revista debate feminista número 50), y sólo tomaré algunas frases y párrafos que expresan lo que estamos pasando.

–¿Es posible la resignación ante la violencia instaurada en lo social que provocó pérdidas que podrían haberse evitado y que nos conminan a no olvidar?

–Con la desaparición del otro no sólo se pierde a alguien, sino que “es perder a alguien perdiendo un trozo de sí” –tal como lo afirma Allouch.

–Ese deber imperativo de recordar a quienes se les negó la palabra, de darles voz, rostro y cuerpo, no hacía más que traslucir el malestar (entre horror y culpabilidad) provocado por lo que fue interpretado como un olvido propositivo que cubrió, sin distinción, a todas las víctimas de la historia sepultadas en el silencio.

–Crímenes de lesa humanidad, imprescriptibles –no hay que olvidarlo– desde el punto de vista jurídico y del derecho internacional. El tiempo no podrá borrarlos…“Sin olvido ni perdón” fue el lema que se implantó aquí y allá en este ritual de escarbar y desenterrar cadáveres… lema que resiste todo y cualquier duelo, para transformarlo en un imposible. Se instaura una memoria “acongojada”, y el deseo toma la forma de exigencia vehemente de reivindicación por los dolores y sufrimientos infligidos: esos crímenes no han de quedar sin castigo.

–Pareciera que el “deber de memoria”, ese trabajo propositivo de recordar, hace que los sujetos no olviden, ni por un instante, lo que han perdido y sostengan y mantengan vivo su recuerdo como hacer social y actitud política.

–Una a una las pérdidas, al ser masivas, se inscriben en lo social, marcan de manera indeleble a comunidades enteras; prefiguran, sin la menor duda, un “nosotros” precario que adquiere cada vez más fuerza, que se distingue por la rabia, el rencor, la indignación, y el deseo de un mañana sin prefiguración ni utopías busca que el pasado no vuelva a repetirse; para ello lo recuerda iterativamente para encontrar su expresión sintetizada en la consigna “Nunca Más”.

–Si bien la vulnerabilidad es compartida por todos, ya que todos somos vulnerables en tanto requerimos de los otros para ser, es necesario remarcar que la vulnerabilidad de los cuerpos no se halla “democráticamente” distribuida. Su distribución es desigual e inequitativa; asuela y azota a ciertos grupos más que a otros; en ciertas zonas geográficas se minimiza, en otras se hace máxima e insoportable. Distribución geopolítica desigual de la vulnerabilidad, cartografía precisa de esa inequitativa distribución: zonas marcadas por la violencia y la guerra; sujetos, grupos y comunidades que llevan inscritos en sus mismos cuerpos el signo de la alteridad que los ubica en el límite de lo humano: sea por género, edad, raza o color de piel. Para ellos, la vulnerabilidad se multiplica exponencialmente, exacerbada bajo ciertas condiciones económicas, sociales y políticas, y muy especialmente cuando la violencia atraviesa lo social y las formas de defensa que pueden esgrimir esos grupos o comunidades son limitadas o inexistentes.

–Desaparecidos sin nombre, sin rostro, aun sin silueta, no se hacen acreedores del trabajo de duelo. Son vidas que no importan… Vidas no lloradas…

–Memoria acongojada no de un sujeto sino de muchos, de colectividades enteras, que abre la posibilidad de construir nuevos lazos, prefigurar un “nosotros”.

–El duelo, si posible, adquiere una nueva dimensión social, se constituye en acto político de resistencia para no repetir: uso del recuerdo para combatir el olvido sostenido en la exigencia de que los crímenes no queden sin castigo; todos los crímenes, aun y especialmente los que se ensañan en esos cuerpos vulnerables en extremo. Que el trabajo de duelo cobije a esas vidas no lloradas todavía. Única posibilidad hoy, pareciera, de vencer la melancolía y la depresión.

El texto de María Inés García Canal es emocionante y esclarecedor. Ojalá tengan oportunidad de leerlo completo. Yo así inicié este año de 2015, leyendo, recordando y llorando.

Fuente: Proceso

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