Por Luis Javier Valero Flores
Por segundo año consecutivo, el gobernador César Duarte cumplió con la formalidad establecida para la entrega del Informe. El año anterior, a causa de las condiciones médicas en que se encontraba, el Secretario General de Gobierno, Mario Trevizo, lo hizo en su nombre; el último, el VI, lo entregó personalmente “en un acto republicano”, diría al término del acto; en ambos, sin la parafernalia de los primeros de su gestión.
Lo hicieron en una de las formas que establece la ley, entregarlo sin darle lectura y sin hacer una intervención, para no dar pie a los discursos de los representantes de las fracciones parlamentarias.
En todas las ocasiones anteriores, a ciencia y pabilo de los legisladores de oposición habían violado esa reglamentación.
A diferencia del primero, en el que la fracción de legisladores del PAN sí se esperó en el interior del recinto a saludarlo, en el del jueves anterior, los panistas no esperaron. En aquel iniciaba la gestión en la que ya sostenían algunas controversias. Ahora el rompimiento fue total. A pesar de ello, Duarte lanzó, en declaraciones posteriores, algunos lazos a la nueva administración corralista.
Pocos lo advirtieron, pero algunos episodios, en la incipiente administración duartista, daban cuenta de lo que sobrevendría.
De ello da cuenta un episodio anecdótico.
Al término de la presentación del I Informe de César Duarte en el Congreso del Estado, los diputados del PAN se reunieron en el fondo del salón de sesiones. Duarte bajó del atril, recibió las felicitaciones de los diputados del PRI y de los otros partidos, vio de reojo a los diputados panistas, y caminó hacia ellos por el pasillo central, acompañado, apenas medio paso atrás, por Enrique Serrano, quien había recibido, en su calidad de Presidente de la Mesa Directiva del Congreso, el informe gubernamental.
Mientras caminaban, un asistente le entregó a Serrano un ejemplar de El Heraldo de Chihuahua de ese día.
Al llegar con los legisladores del PAN, Duarte los saludó y uno a uno, después de saludarse, aquellos se fueron retirando. Al final, otra vez, quedaron Duarte y Serrano solos; el gobernador empezó a caminar por el pasillo lateral y en ese trayecto, Serrano le mostró la última página de la primera sección del periódico; Duarte la vio, displicente, con un gesto y un ligero asentimiento de cabeza, la hizo a un lado.
En esa página, el Congreso del Estado felicitaba al gobernador César Duarte por la presentación del I Informe de Gobierno. El firmante era, sólo, Serrano.
Al observar ese tipo de relación, entre el jefe del equipo gobernante y uno de sus subordinados, podría haberse llegado a la conclusión que el entonces diputado Serrano no tenía futuro en la administración de Duarte. Fue todo lo contrario, sería ungido casi candidato a senador, puesto que perdió a manos de Lilia Merodio debido a la cuota de género que debían cumplir las candidaturas.
Luego sería coordinador de la campaña de Enrique Peña Nieto en Chihuahua y candidato a senador suplente, en la fórmula plurinominal de Eduardo Romero Deschamps, el todopoderoso dirigente sindical de Pemex.
Pero ese hecho ilustró, probablemente, uno de los principales rasgos de la administración del ballezano; no tuvo contrapesos en el ejercicio del poder. El PAN de la primera mitad del sexenio fue increíblemente obsecuente con el gobernante, prácticamente le aprobaron todo, hasta el extremo de justificar algunas de las cosas que luego serían criticadas acremente por los chihuahuenses.
Y al interior del PRI, probablemente por esa característica propia de sus militantes, quizá hasta genética, las voces que llamaran a la reflexión, a la mesura en el accionar gubernamental, no existieron. Se quejaban a sotto voce, y llegaban a discrepar, pero hasta ahí.
Solamente en la parte final, en medio de la disputa por la candidatura a gobernador, el grupo de Delicias, jefaturado por los Baeza, discrepó abiertamente.
Así, sin contrapesos, ni al interior, ni al exterior, la división de poderes, como nunca, fue una utopía, y el ejercicio del poder no tuvo cortapisas; solo esporádicamente algunas manifestaciones del descontento, generalmente desarticuladas, se hicieron presentes; la inconformidad y el rechazo se acumulaban.
En tanto, paulatinamente la desproporción entre los ingresos reales de la administración estatal, y los gastos, -muchos de ellos señalados como suntuarios, y otros muchos derivados de la decisión del gobernante de llevar al límite sus promesas de campaña- crecían y llevaban al límite el endeudamiento de las finanzas estatales, o dicho en otros términos, igualmente descriptivos, el aumento de los compromisos financieros.
Un tema retratará a su gestión, por encima de aspectos positivos de ella, como el de la cobertura completa en educación media y el de la ampliación de la cobertura en materia de salud, así como el de llevar casi al cero los incidentes carcelarios, o el de disminuir sensiblemente el total de la incidencia delictiva (sin que se pueda echar a andar las campanas, a veces totalmente al contrario), y el del transporte urbano en la capital, asunto que probablemente haya servido como detonante para incrementar la percepción de la población del centro y del centro- sur del estado en contra del gobierno de Duarte.
El Vive Bus es el fracaso de su gobierno y será la viva muestra del modo en que un gobierno no supo, no pudo vencer a los intereses enquistados en la prestación de ese servicio.
A pesar de todo, a contrapelo de las críticas, de las numerosas expresiones de descontento, el mandatario chihuahuense creía que mantenía el control, que las fallas y deficiencias del gobierno no eran suficientes para efectuar cambios de fondo en la gestión gubernamental. El poder se concentraba en unos cuantos, los allegados a Duarte, lo que fue concitando, de a poco, el desazón y la molestia en no pocos priistas.
Tal sensación triunfalista -para los priistas y en particular para el grupo gobernante- fue confirmada por los resultados de la elección de mitad de sexenio, en 2013, y por la de los diputados federales, en 2015, en la que el PRI ganaría 8 de las 9 diputaciones.
Es un falso positivo, se le dijo, los chihuahuenses se las cobrarán en las elecciones que les interesan, las del 2016, y perderán la mayoría de las posiciones en el estado y la derrota se le achacará al gobernante, lo que no faltará a la razón, opinó el escribiente cuando fue consultado.
No había espacio para la reflexión, ni para la autocrítica, y esa percepción, la de los gobernantes chihuahuenses, permeó a nivel central, a grado tal que el grupo gobernante -el local y el federal- creyeron que en todos los escenarios posibles, con cualquier candidato, podían ganar las elecciones, no les preocupaba, ni siquiera, en esos momentos, la denuncia presentada por Jaime García Chávez en contra del gobernador Duarte, que originara la, quizá, frase más recordada de Duarte: “A lo macho que no me fijé (que firmó un documento de 65 millones de pesos)”.
Todo cambió en cuanto Javier Corral se sumó a la denuncia de García; la convirtió en un asunto nacional y el antagonismo de Duarte-Corral se convertiría en el tema obligado de los chihuahuenses.
Nadie, en el partido en el poder, creyó que podían cambiar las cosas tan drásticamente. La candidatura de Corral haría ganar al PAN, a pesar de las posturas de este partido, en la mayor parte del sexenio, se convirtió en el pararrayos de la inconformidad social, merced a su candidato.
Por todo lo anterior, sorprendió la conducta del gobernador Duarte en la entrega de su VI Informe. En primer lugar, el grupo hegemónico en la diputación priista designó a Eloy García Tarín -el hombre más cercano a Marco Adán Quezada, el antagonista interno más visible de Duarte- como presidente de la mesa directiva del Congreso del Estado, por lo que con ese carácter recibió el informe.
Y luego, sus declaraciones, en una rueda de prensa en la que no se permitieron preguntas, al comprometerse a “ratificar la mano abierta, las puertas abiertas, para que la transición del estado, independientemente de puntos de vista y opiniones que se tengan, presentes y futuras, estén a un lado del valor superior que tenemos que guardar los chihuahuenses, que Chihuahua requiere para seguir consolidando un mejor futuro”.
Pero, tanto en las brevísimas palabras dirigidas a la prensa, como en los spots transmitidos en los medios de comunicación, se encontraban presentes los giros de la confrontación.
Actitud presente, también, en la parte final de sus mensajes electrónicos cuando al solicitar disculpas, por la comisión de errores, dice que “Esos errores se magnificaron para tratar de regatear y opacar el esfuerzo de todos los chihuahuenses y no lo podemos permitir. Es un patrimonio de todos”.
Sin embargo, le deseó éxito a “la próxima administración”, no sin avisarle que “siempre estaré atento al mejor futuro de Chihuahua”.
Al mismo tiempo, en un sorprendente giro, anunció su disposición a dialogar con la nueva administración: “Este comentario lo quiero puntualizar y que sea esa la expresión del gobernador en la sede del Congreso, en el único interés de construir las soluciones y el futuro de Chihuahua, el diálogo, el acuerdo con las autoridades que asuman al estado en el marco de la ley”.
Habrá tiempo y espacio para hacer un balance puntual de la administración que se va, una de las más polémicas que los chihuahuenses hayamos tenido.
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