El tres de mayo, el reconocido intelectual de la reacción llamaba a parar el lenguaje de odio (“ese malicioso o malévolo giro de una frase, de una imagen”, “ese tufo inconfundible que despide la mala fe”) del lopezobradorismo, pero lo comparaba antes con el nazismo.
Son curiosas sus maneras, pero no de sorprender, porque es vieja su costumbre: se trata de una violencia cobarde, pusilánime incluso, pero intelectualizada. Ya en 2006, Enrique Krauze posicionaba uno de los tópicos del discurso racista, que es el esencialismo geográfico, la presunción de que alguien es de cierto modo por ser de cierto lugar. Eligió llamar “mesías tropical” al que para él era “un sujeto de espaldas a la modernidad, turbulento, violento como el Grijalva y nublado por su providencialismo” a quien “el altiplano no atempera” porque “le gana la pasión tropical, “una pasión nimbada por una misión providencial que no podrá dejar de ser esencialmente disruptiva, intolerante”. “Esencialmente”, tal cual.
Para ese adalid civilizatorio, Andrés Manuel López Obrador es un “hombre maná”, “desequilibrado”, que “no se cree Jesús, pero sí algo parecido”. En 2008, observó que “el peje por su boca muere” y que se había vuelto “traidor a la patria”. Para 2010 y 2012, según Enrique Krauze, AMLO “sigue creyendo en sí mismo como un ser providencial. Y México necesita líderes democráticos y modernos, no redentores”, o sea que habría que proscribirlo, y “su mesianismo me parece incompatible con la democracia”, o sea que habría que proscribirlo. Además, en el mismo año, “algún psicólogo lo caracteriza como narcisista, megalómano y paranoico”, o sea que, en una de esas, también habría que encerrarlo.
¿Y sus seguidores? Bajo su óptica, los obradoristas son prácticamente subhumanos. Repitió en un texto en ocasión del Frente Amplio Progresista de 2006-2012 que “nada hay tan despreciable como un diputado o senador” y tildó a los obradoristas de “la medida de la miseria humana”, “serviles”, “insolentes”, “bravucones”, “incivilizados” y, para 2008, una “nueva clerecía mexicana”. Para 2017, el político más perseverante en elecciones, el más creyente en el pueblo y el cambio pacífico, era, por ganas de Krauze, de “nulo aprendizaje democrático, (…) un involuntario leninista.” Y ya en 2018 no había un triunfo democrático mayoritario, sino, como la decisión de las mayorías no le gustaba, una monárquica “regresión al poder absoluto –encarnado en una persona de naturaleza imperiosa e intolerante–” y el Presidente había pasado a convertirse en un oráculo que interpretaba la historia como “la Sagrada Escritura de Andrés Manuel López Obrador”. Desde luego que, dicho por él, no se trata de odio, sino, apenas, de crítica liberal.
¿Qué diría Krauze si alguien lo calificara por su origen o por su “naturaleza”?, ¿si alguien tildara a sus seguidores como ignorantes facilones, con toda la razón, una vez que Claudio Lomnitz demostró su vergonzante insolvencia como historiador en el American Journal of Sociology 103? Seguramente se tiraría al piso, como ha hecho en otras ocasiones, porque eso es lo que corresponde a un valiente liberal que le planta cara al poder. Visto lo visto, hipocresía sería, apenas, estricta descripción.
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* Gracias a Renato González Carrillo, que me ayudó a la ingrata tarea de volver a los abominables textos de Enrique Krauze
Fuente: SurAcapulco