Derrumbes septembrinos  

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Luis Linares Zapata

Dos eventos, en este lluvioso septiembre patrio, se han derrumbado con un estrépito mucho más que sonoro. Ambos están siendo horadados por feroz crítica colectiva que desmorona las pretendidas versiones y actos del oficialismo. Tanto el tercer informe de gobierno, como la triste verdad histórica sobre los crímenes de Ayotzinapa son, ya, ruinas sin decoro alguno. Los remedios para contener los serios daños ocasionados a una administración en su mediodía, diseñados con la premura acostumbrada, también correrán suerte parecida. Y, sobre estos vestigios, no se vislumbra elaboración posterior alguna que pueda enderezar la ruta ya muy marcada por el descontento, la desconfianza y las desilusiones colectivas.

El repetido montaje para aderezar el estado que guardan los asuntos públicos se contrajo, a la vista de un amplio espectro de enterados, a unos cuantos tópicos mal concebidos. Ninguno de ellos con la consistencia que los haría perdurar al menos una quincena. Lo más endeble, que el Informe intentó hacer pasar como punto central, fue la condena a un populismo que, a la distancia de tres o cuatro días, resultó por demás vaporoso, por no decir insustancial o contraproducente. El propósito de tan pretendidamente enjundiosa postura presidencial llevó, se supuso de inmediato, un conspicuo y preciso destinatario (López Obrador).

La pretensión posterior, aun después de la negativa del propio señor Peña Nieto, no logra trasmutar lo captado como ataque frontal de campaña y asentarlo como referencia de alcance general para prevenir peligros inminentes. Lo cierto es que el mensaje, interpretado hasta por menores repetidores orgánicos, no mereció equívoco alguno: luz verde a la andanada política contra el hoy avanzado en la ya desatada contienda por la Presidencia. Pero los muchos flancos débiles de tan demagógico contencioso no sobrepasó los profundos orificios de un populismo definido sin consistencia ni referente histórico cierto. Un calificativo que, por el contrario, se empotra e inunda el quehacer público nacional desde hace cerca de cuatro décadas. Este decadente periodo marcado, sin miramientos, por crecientes desigualdades y una narrativa alimentada por promesas que dibujan paraísos de grandezas pero que, una o otra vez, se estrellan frente a la crujiente sequedad de los hechos. El país destrozado por el populismo que se dibujó en el Informe ¡no existe! Es un mal demoniaco que, a lo mucho, se placea por las mentes temerosas y mediocres; no más que eso.

El inicial diagnóstico presidencial que describe a una sociedad agraviada, desconfiada, fue sólo un brochazo retórico para, de inmediato, untársele una cascada de cifras inconexas y autoelogios al por mayor. A escasos días del Informe sólo queda una sensación de haber presenciado un montaje, de pretendida solemnidad, que se redujo a un acto, ya muy ensayado con anterioridad, pero nuevamente fallido.

En cambio, el descontón propinado en plena quijada de la verdad histórica del oficialismo priísta ha sido contundente. Ya deben parar, aquí y ahora, el pleito que confronta a buena parte de la sociedad con sus élites directivas. Leer las conclusiones de los expertos internacionales enviados por la CIDH produce una horrenda sensación de desamparo. La incapacidad gubernamental para investigar los hechos ocurridos hace un año en esa trágica región guerrerense es, sin duda, vergonzosa. Puede, sólo como un descorazonado o infantil alegato, pensarse que todo este sainete se debe a rampantes e irresponsables descuidos de niveles inferiores de algunas instituciones del Estado. Queda, sin embargo, al descubierto, para infortunio de la sociedad, la ya endurecida creencia de continuas complicidades de autoridades con el crimen organizado. Estos investigadores llegaron a la conclusión de que muchos otros ya habían pergeñado por simple sentido común. Una pira crematoria de 43 cuerpos juveniles, en un barranco de esa profundidad, es materialmente imposible. El desbarranque que sufre la institucionalidad con estas conclusiones de los expertos es monumental.

¿Qué remanente de seguridad quedará entre la sociedad mexicana? El golpe es letal para un gobierno que estuvo detrás de la patraña contada por un funcionario que se hará ojo de hormiga y al que tratarán de arropar con olvido. Pero la oquedad queda expuesta a plena luz y los saldos incidirán, sin duda alguna, en las votaciones venideras.

Fuente: La Jornada

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