César Duarte es más que César Duarte. Es un engrane clave en un gran sistema de corrupción. No sólo en Chihuahua, en todo el país.
El primero de diciembre de 2006, César Duarte fue el operador de la entrada furtiva de Felipe Calderón al Palacio Legislativo de San Lázaro. El edificio estaba rodeado por las y los seguidores de López Obrador, protestando por el fraude electoral de dicho año y la tribuna del recinto oficial del Congreso de la Unión estaba tomada por legisladores de izquierda. El entonces diputado federal por Chihuahua se las arregló para deslizar a Calderón por la puerta trasera, hasta detrás de las banderas. El impugnado michoacano rindió protesta apresuradamente y se retiró tan agachado como llegó. Pero nunca olvidó el favor.
En aquel momento Duarte fue una pieza muy especial en la imposición operada por la alianza PAN-PRI-Elba Esther Gordillo. Eso le brindó preciosos apoyos y enorme margen de maniobra durante la administración de Felipe Calderón, y le permitió colocarse como engranaje importante en el dispositivo que posibilitó darle respiración artificial al PRI, con la llegada de Enrique Peña Nieto en 2012.
Desde la candidatura de Peña Nieto a la Presidencia, hasta la de 2018, Duarte, el de Chihuahua, habría operado el envío de grandes volúmenes de recursos a las campañas del PRI. El gobierno de Chihuahua ha denunciado el funcionamiento de la Operación Zafiro para canalizar recursos de la Secretaría de Hacienda del gobierno federal al CEN tricolor bajo la dirigencia de Manlio Fabio Beltrones, lo que mantiene en condena con brazalete electrónico a Alejandro Gutiérrez, La Coneja, ex secretario general adjunto de ese partido. Asimismo, algunos medios de comunicación señalaron en su tiempo la participación de varios gobiernos estatales priístas, entre ellos los de Hidalgo y Chihuahua, en el pingüe negocio de los medicamentos. Y más que se irá revelando.
El sistema corrupto también operó hacia dentro. Los expedientes conformados por el equipo de investigación del gobierno de Javier Corral culminaron en juicios y órdenes de aprehensión contra más de 20 funcionarios ex duartistas, varios de los cuales siguen en prisión. No se beneficiaron sólo ellos, seguramente hubo mochadas
hacia el propio gobernador, proveedores, prestadores de servicios, constructores, etcétera. Las licitaciones a modo, las asignaciones directas, los contratos a precios sobrevaluados, la entrega de obras construidas con materiales de pésima calidad, como la Ciudad Judicial, fueron comunes durante ese sexenio. La corrupción duartista fue una verdadera incubadora de empresas
de los cuates, de los familiares, salvadora de amigos en quiebra, enriquecedora de empresas ya de por sí poderosas. Por miedo, por conveniencia o por ambos, muchos empresarios chihuahuenses optaron por el silencio, temeroso o vendido y, aunque en muchos otros había indignación, el sector como tal prefirió callarse.
La famosa “nómina secreta“ es otro aspecto del sistema duartista de corrupción que revelan las investigaciones del gobierno del estado. Incluía a los abogados sonorenses de Manlio Fabio Beltrones, que recibieron una paga del Palacio de Gobierno por ser delegados del PRI y a aparatos del partido como la CNC. Y sigue por connotados personajes de lo que se pensaba era la oposición
y que han sido revelados por el propio gobierno del estado, como la alcaldesa panista de Chihuahua, Maru Campos y el senador por Morena, Cruz Pérez Cuéllar, entre otros.
Hasta la alta jerarquía católica habría sido beneficiada por el duartismo a través de generosos óbolos o donativos. A eso viene el revelador mensaje del Arzobispado con motivo de la detención de su amigo César Duarte, analizado muy certeramente por el padre Camilo Daniel. En él, los sacerdotes beneficiados por el duartismo piden farisaicamente que no haya revanchismo ni argucia política
y demandan oraciones por el detenido en Miami, cuando nunca han alzado la voz, por ejemplo, contra los feminicidios.
Con los recursos públicos, César Duarte buscó reforzar su poder político y cooptar o silenciar al de sus opositores. Construyó su propio poder económico y se compró el apoyo de una parte de la clase empresarial. No desdeñó el poder simbólico, así como se consagró y consagró al estado al Sagrado Corazón, buscó que la alta jerarquía lo reforzara con su poder religioso, quería impunidad in eternum. Y para aumentar su poder simbólico ante los no muy creyentes, no tuvo empacho en consagrarse al divo Juan Gabriel.
La indignación y el hartazgo de la sociedad chihuahuense exigen que se presente a César Duarte ante los tribunales en México. Que se investigue a profundidad a quienes tuvieron que ver con la edificación y sostenimiento del sistema de corrupción y de impunidad o fueron sus múltiples beneficiarios. Exige también se le devuelva al pueblo de Chihuahua lo que le despojaron en bienes y servicios públicos para la atención a sus derechos fundamentales. El estado y el país entero saben que llegó el momento de la justicia.
* Víctor M. Quintana S. Investigador-docente de la UACJ