Por Epigmenio Ibarra
Terminó la Cumbre de América del Norte. A librar una dura batalla política regresó a Washington el presidente Joseph Biden. En sus manos lleva una llave que le entregó, metafóricamente, Andrés Manuel López Obrador y con la que podría, si quiere y lo dejan, abrir puertas y encontrar una salida para algunos de los graves problemas que enfrentan él, su gobierno y los Estados Unidos.
Los efectos devastadores de la pandemia, la guerra entre Rusia y Ucrania, la amenaza que para la hegemonía política, comercial y militar representa China, la crisis económica interna, la presión que sobre la frontera sur ejercen masas de migrantes, la plaga del fentanilo y la beligerancia de una derecha republicana que pretende investigarlo y quizás hasta someterlo a juicio político, ponen a Biden contra las cuerdas.
Propicio es el momento, como ningún otro en la historia pues, la vulnerabilidad extrema de Biden y de los Estados Unidos podrían facilitar un nuevo entendimiento, para redefinir las relaciones entre nuestros países.
Ningún otro mandatario estadounidense había necesitado más del apoyo y la cooperación, en pie de igualdad, de un presidente de México.
Y no se trata de cualquier presidente sino de uno como López Obrador con impecables credenciales democráticas, y un enorme respaldo ciudadano qué traspasa la frontera y se siente con fuerza entre los 40 millones de mexicanas y mexicanos que viven en los Estados Unidos.
Un mandatario qué sostiene, con firmeza y claridad, sus convicciones y tiene compromiso inalienable con la defensa de la soberanía.
Un hombre de izquierda consciente, además, de la inevitable necesidad de la integración de América del Norte.
Convertir a la región -como de hecho acordaron los tres mandatarios al finalizar la Cumbre haciendo suya la propuesta de López Obrador- en una de las más prósperas del mundo, tendría un impacto directo sobre la golpeada economía interna de los Estados Unidos y fortalecería su posición frente a China.
Terminar “con ese olvido, ese abandono, ese desdén hacia América Latina y el Caribe opuesto -como dijo el Presidente mexicano- a la política de la buena vecindad de ese titán de la libertad que fue Franklin Delano Roosevelt” y propiciar así la integración con el resto del continente sería la única forma efectiva de contener la marea migratoria.
Acostumbrados, por otro lado, a ver al capo en el ojo ajeno y a ignorar al cártel local de la droga en el propio, los gobernantes estadounidenses, no han hecho sino eludir su responsabilidad en el combate real al narcotráfico, ahí, donde para ser efectivo, debería librarse; en su propio territorio y contra las organizaciones criminales norteamericanas.
A la plaga del fentanilo no se le pondrá fin en Culiacán sino en Wall Street -que tanto necesita y que tanto se beneficia del dinero de la droga- y en las calles de Nueva York, Los Ángeles o Chicago, donde jueces, policías y agentes de la DEA protegen a sus capos locales.
Mientras los grandes cárteles norteamericanos sigan operando impunemente, mientras envíen armas y dólares a los capos mexicanos, seguirán muriendo jóvenes en los Estados Unidos. La guerra contra las drogas no es la solución. Así como la paz es producto de la justicia; la adicción a la droga es un asunto de salud pública.
Biden, déjate ayudar, le dijo simbólicamente López Obrador. ¿Será que el mandatario estadounidense decide hacer uso de la llave que tiene en la mano? ¿Será que puede más que sus adversarios o que sus propios aliados? ¿Será que, entre nuestro país, los Estados Unidos y el resto del continente es posible una relación digna, distinta, justa? Yo quisiera pensar que sí, soñar, como Simón Bolívar, en esa “América unida reina de las naciones y madre de las repúblicas”
@epigmenioibarra