La democracia como la razón —hay que decir, parafraseando a Goya— también engendra monstruos; sobre todo cuando por desidia, por miedo, por inconciencia, por desconfianza (o peor aún, por exceso de confianza), las y los ciudadanos no acudimos a votar y dejamos a otros —los menos, desgraciadamente— decidir por nosotros.
Este 6 de junio, en las urnas y en unas elecciones intermedias en las que suele votar menos de la mitad de las y los que lo hacen en la elección presidencial, estará en juego como nunca el futuro del país. Son estos comicios un plebiscito: seguimos transformando a México o damos marcha atrás y, al poner el poder en manos de los mismos corruptos de siempre, volvemos a la simulación y al pasado autoritario.
Hoy, como nunca, la derecha unificada juega sucio y hace todo lo que está a su alcance para desalentar la participación ciudadana a fin de operar, de la mano de los medios y de un árbitro electoral que se ha puesto a su servicio, el fraude anunciado.
De la violencia del narco a las calumnias y mentiras esparcidas por los medios; de los más sucios trucos electorales a la cooptación de las instituciones que deben garantizar la limpieza de los comicios. Ningún recurso escatima la derecha para hacerse de nuevo del poder.
La obtención de la mayoría en el Congreso les dará a los conservadores, además del control del presupuesto público y la fuerza para detener la transformación, la plataforma para intentar un golpe constitucional y expulsar de Palacio Nacional a Andrés Manuel López Obrador.
Si este 6 de junio la gente no sale a votar masivamente será más fácil que, de nuevo, se impongan los intereses de esa minoría rapaz a la que, en 2018, 30 millones de mexicanos (53 por ciento del total de los votantes) sacamos del poder.
Y los sacamos, sobre todo, porque como nunca en la historia, 63 por ciento de los votantes registrados en el padrón depositamos 56.3 millones de votos en las urnas. Imposible le hubiera resultado al viejo régimen operar un fraude más. Las masas conscientes y decididas a ejercer su derecho le arrancaron a la élite —voto por voto— la victoria de las manos.
Es preciso estar conscientes de que no salir a ejercer nuestro derecho y a defender nuestro voto, de que dar la espalda a estas elecciones, es dar la espalda al país.
Ahí donde votan pocos, las urnas semivacías sirven solo para entronizar a dictadores y regímenes autoritarios, corruptos y represivos; monstruos que usan la democracia como coartada y deben su existencia —la historia está plagada de ejemplos— a un puñado de votos y a la indiferencia de las mayorías.
En el siglo XIX, en los tiempos más duros de la guerra contra la intervención extranjera, cuando la soberanía nacional y la Reforma (la 2ª transformación de México) estaban a punto de perderse, desde su exilio en Washington, Margarita Maza le escribía a Juárez: “Don Benito: No hay mayor traidor para una patria que aquel cobarde que no es capaz de tomar partido en una situación adversa”.
Este 6 de junio se trata precisamente de eso: de tomar partido por la libertad, por la construcción de la paz, por la justicia social, por el rescate de la soberanía nacional y en contra de la corrupción.
Se trata también y sobre todo de no traicionar a los más pobres de los pobres y de no traicionarnos; se trata de que la victoria que obtuvimos en las urnas en 2018 no se pierda en casillas electorales a la que de seguro acudirán —ellos no van a fallar— los que quieren la restauración del viejo régimen y los que vendieron su conciencia y su voto. ¿Y tú? Insisto: ¿Dejarás a otros decidir por ti?
@epigmenioibarra