Por Víctor Orozco
El pasado viernes, Servando Pineda, periodista de sólida experiencia, defendió en el Colegio de Chihuahua su tesis doctoral titulada “El rol y la influencia de la prensa escrita en los procesos electorales regionales. Chihuahua 1986-2004”, ante un sínodo del cual tuve el privilegio de formar parte. El tema o conjunto de temas abordados en el trabajo y en los diálogos suscitados, forman parte de la agenda política y cultural de nuestros días, no obstante que el arco temporal seleccionado por Pineda termina en 2004.
Una primera observación, es que la lectura de la tesis nos instala en aquella antigua ubicación de los latinos: de te fabula narratur, es decir de tí se trata, de tí hablamos. Salvo quienes estrenaron su condición de ciudadanos en los últimos tiempos, buena parte del resto de los chihuahuenses estuvimos, quien más, quien menos, involucrados en los procesos y acontecimientos examinados en el texto, empezando por su mismo autor.
Son cuatro elecciones para gobernador las analizadas, a la luz del tratamiento que partidos políticos y candidatos recibieron en tres periódicos regionales. El punto de partida son los comicios que dieron lugar al llamado “verano caliente” de 1986, seguidas por los de 1992, 1998 y 2004. Los primeros, celebradas en el apogeo del “antiguo régimen”, el PRI, por entonces confundido plenamente con el aparato estatal, acaparó los espacios de la prensa escrita, dejando apenas menciones secundarias a la candidatura de la oposición, encabezada por el PAN. Los inverosímiles resultados oficiales, se recordará, dieron lugar a una protesta política y social de gran envergadura y en la cual se involucró una gama muy diversa de actores sociales, desde intelectuales, empresarios y clérigos patrocinadores de la propuesta panista, hasta miles de ciudadanos de la calle hartos de las imposiciones de autoridades. Tengo en la memoria mi participación como integrante del Jurado Popular que formamos siete personas sin militancia partidaria, a instancias de los organismos y personas inconformes con la versión oficial. Tuvimos a la vista y cotejamos miles de actas de casillas, evidenciamos el relleno de urnas y la falsificación de boletas electorales, las trampas en el llenado de las actas. Constatamos el trabajo sucio del Comité de Defensa Popular, aliado del PRI, en varias de estas tareas, vimos la participación del clero, los sermones de los curas a favor del PAN durante las campañas y al final emitimos una sentencia con juicios fundados en los hechos que nos constaban: hubo fraude, pero no era posible determinar quien había ganado la elección, presumiblemente el PRI. Alguien, con agudeza, ironizó: entonces, fue una elección “poquito embarazada” de fraude. En otras circunstancias, este “poquito de embarazo” debió ser motivo para anular los comicios, pero no en la época de Miguel de la Madrid. Fernando Baeza tomó posesión como gobernador rodeado del ejército, luego se congració con los empresarios propanistas y sobre todo con el clero, otorgando a cada uno diversas concesiones. La tropa de a pié, que protestó en los puentes internacionales y en las plazas, se quedó con un palmo de narices. Y Francisco Barrio tuvo que esperar un sexenio para que se le reconociera el triunfo en otra elección, ya en la época de Salinas de Gortari (cuya presidencia emanó de otro fraude, éste nacional) y del Tratado de Libre Comercio, cuando el gobierno mexicano estaba urgido de recuperar legitimidad, internacional y doméstica.
Entre muchos otros de los tópicos al debate, provocado por el estudio de Servando Pineda, se encuentran los conceptos de “transición a la democracia” y de “alternancia en el poder”. Ambos forman parte del entorno teórico del trabajo, en tanto estuvieron en el uso y en el léxico de todos los analistas políticos durante el período de estudio. Ahora, han sido casi abandonados, pero cobra una enorme relevancia, para la vida política y el futuro de este país, reflexionar y discutir sobre las causas de su rápida obsolescencia.
La razón principal de ello, así lo entiendo, es que las palabras se vaciaron de su contenido. Dejaron de tener el trascendente significado que se les atribuía durante los noventas y el primer lustro del siglo XXI. En la medida que la disputa política se convirtió poco a poco en una competencia de marcas, entre productos iguales o muy similares, dejó de tener relevancia la expectativa generada por la sucesión de cambios pictóricos en los congresos o en los poderes ejecutivos, federal o estatales. En un período se ha pintado el gobierno con los colores patrios usurpados por el PRI, en otro hasta las patrullas y uniformes de los policías fueron blanquiazules o bien, se hacía gala del amarillo perredista. Últimamente la franquicia del PVEM también contó en esta “alternancia”. ¿Y?. Se mutó una cúpula partidaria por otra, se mezclaron entre ellas, se privilegiaron a grupos diferentes con las canongías del poder, pero las cosas siguieron igual para la gigantesca mayoría. Con alternancia o sin ella, se mantuvieron las políticas económicas garantes del capital depredador, nunca disminuyó la pobreza, aunque sí las proclamas que la esfumaban en el papel, tampoco aumentaron los salarios y para rematar, los gobiernos del cambio, como el de Vicente Fox, traicionaron a la democracia.
Hubo más, desaparecieron los programas y todo derivó a un asunto de imágenes, slogans, modas, disfraces, a la manera de comedias baratas. Recordamos en el examen profesional la tarea de educación política asignada a los partidos y Pineda narró como un dirigente panista le respondió a una pregunta sobre el contenido de los cursos o talleres para la preparación de sus candidatos. Con toda naturalidad le informaba que se les enseñaba como vestirse, cómo pararse frente a las cámaras, cómo saludar y naderías por el estilo. En este ambiente, el regreso del PRI a sus viejos dominios no movió ninguna ola. Tan de derecha, tan clerical, tan proempresarial, tan proyanqui como lo fue el PAN en sus viejas tradiciones, y tan corrupto como siempre. O más. Fue apenas el retorno del arrugado actor vestido con la indumentaria en uso.
Y, ¿Qué decir de la famosa transición a la democracia?. Hubo desde luego un tránsito. Pero no a un régimen de imperio de la ley, de transparencia en el uso de los recursos públicos, de rendición de cuentas, de vigilancia efectiva de los electores en la actividad de los elegidos, de intervención de los ciudadanos en la toma de decisiones a través de variadas vías como el referéndum o la revocación de mandato, entre otros de los distintivos que exigen las modernas democracias. No. Se produjo una transición, pero hacia una forma de oligarquía que funde en su seno a los intereses de las élites dirigentes en las organizaciones políticas, en los sindicatos, en los grupos empresariales y en las iglesias, desde luego, principalmente la católica. Negocios a la sombra del poder, enriquecimientos ilícitos, prebendas económicas sin límite para los funcionarios ejecutivos, legisladores y ministros, se extendieron como epidemia. Con bastante tino, para sistemas como el padecido por los mexicanos se ha recuperado el viejo nombre de cleptocracias, es decir gobiernos comandados por ladrones y rufianes. En tal escenario, ¿Conserva algún sentido la antaño prestigiada categoría de análisis llamada “transición a la democracia”?
Del trabajo de Servando Pineda se desprenden muchos otros cuestionamientos. Uno de ellos recae sobre la naturaleza privada de los medios de comunicación y la función pública que desempeñan. También sobre sus relaciones con los círculos del poder. Incluyen el del respeto al oficio del periodista y el de la desprotección sufrida por quienes lo ejercen. Larga temática de la que habremos de ocuparnos en otra ocasión. Cuando el documento académico comentado se convierta en libro, su autor nos entregará mayores elementos para cavilar, inquirir y opinar. Esperemos que sea pronto.